Actualidad

“Joker”, las ofensas de la vida

Por Mónica Reynoso

Periodista y profesora de letras.
¿Nacemos buenos y la sociedad nos corrompe, como decía Rousseau? ¿Hay un destino? Desde que vi la espléndida bio de Arthur Fleck –Guasón o Joker- las imágenes poderosas de la película no me han abandonado. Ni la música. Ni los parlamentos, ni los dramáticos soliloquios de Arthur: "La peor parte de tener una enfermedad mental es que la gente espera que actúes como si no la tuvieras".

Estrenada hace apenas un mes en Argentina, ya la vieron un millón de espectadores y no deja de publicarse material sobre secretos de filmación e interpretaciones de todo tipo. Como yo, muchos, sino todos, quedamos fascinados por la indiscutible belleza con que se cuenta la vida miserable de un hombre cociéndose a fuego lento en la desdicha y el fracaso. Es anecdótico que este hombre que sufre se haya deslizado a la pantalla desde un comic de Batman, que será su mejor villano, que se convertirá en asesino serial, que temblaremos de sólo verlo. Tanto tiene para dar esta película: mito de origen, novela de iniciación, cine social, denuncia política, thriller perfecto, tesis sobre el mal, relato negro, crítica cultural, experimento romántico, retrato de la desolación. Nadie que haya visto al sublime Joker del sublime Joaquin Phoenix volvió a casa como si nada.

Es una Nueva York sórdida, los arrabales poco iluminados donde todo es viejo, feo y huele mal, la Ciudad Gótica de Arthur Fleck. Él es un hombre pobre en un país opulento, vive con una madre desquiciada que no lo llama por su nombre sino que le dice Happy, una mueca burlona del lenguaje que es expresión deforme en el rostro de él, enfermo de algo que lo obliga a soltar una risa incontenible que más parece un llanto espasmódico. Arthur comparte con su madre el ritual de ver tele en la cama, donde ella languidece de melancolía. Juntos madre e hijo miran en la tele un show rutilante desde un estudio a lo Susana Giménez. El conductor del show es Robert De Niro (aplausos, por favor), un cabrón que recibirá su merecido cuando llegue la hora señalada. Arthur quiere ser comediante y ese show en la tele lo hace soñar. Qué le queda sino la fantasía... "Solía pensar que mi vida era una tragedia, pero ahora me doy cuenta de que es una comedia".

Hay una invasión de ratas gigantes en Ciudad Gótica y al animador que interpreta De Niro se le ocurre un chiste ramplón, al uso de esos programas: que el alcalde traerá gatos gigantes para combatirlas. Ja. Ja. Ja. Todos ríen. Se puede escribir un ensayo completo sólo con la risa como tema en esta película. De hecho, ya mucho se ha escrito sobre la filiación de Joker con El hombre que ríe, como respecto de El Rey de la Comedia, protagonizada también por De Niro. La risa como máscara, la comedia como velo melancólico de la tragedia. Terminado el show, el animador se acerca a la cámara y lanza un latiguillo de despedida al público: “¡Así es la vida!” Dicho entre carcajadas a pedido y decorados de cartón pintado, uno siente que la vida misma cruje, banal, minúscula.

Arthur quiere ser comediante y tener su propio show pero es pobre, está medicado, desempleado y mal alimentado, sufre una enfermedad mental, no puede siquiera divertir a una niña en el colectivo ni trabajar de payaso entre otros perdedores que transitan por un antro oscuro para ganarse un mango. Visita una oficina pública igual de pobretona donde se reporta cada semana a una asistente social que lo interroga burocráticamente. "No escuchas, ¿verdad? Simplemente haces las mismas preguntas todas las semanas. ‘¿Cómo está tu trabajo? ¿Tienes pensamientos negativos?’ Todo lo que tengo son pensamientos negativos". “Les importamos una mierda”, acuerdan Arthur y la mujer, tan nadie como él, cuando ella le anuncia que han suspendido la entrega de la medicación. Recortaron el presupuesto.

Las tristes circunstancias de Arthur Fleck nos enternecen profundamente. Difícil no conmoverse con este payaso solitario en un mundo hostil que lo desprecia; un marginal triste que resbala, cae, baila, se hace un guiñapo cuando lo patean en el suelo, corre, trepa, se disfraza, se maquilla, se contorsiona, ríe, ah, sí, cómo ríe, sueña, delira, lleva un diario donde anota su imposible rutina de imposible stand up pero también escribe frases como ésta: “Espero que mi muerte sea más interesante que mi vida”. Y hasta que, por fin, confrontado con una verdad dramática y violenta, él mismo se transforma en una máquina de violencia, como en Taxi Driver el opaco chofer se transforma en un asesino psicótico. Al modo de las tragedias griegas clásicas, la existencia de Arthur Fleck o Travis Bickle o Walter White -héroes tenebrosos que sin embargo (¿o por eso?) queremos- se alteran para siempre cuando se abre ante sus ojos una revelación colosal que afectará su identidad, su comportamiento y su experiencia. El paso de la ignorancia al conocimiento, ese rayo inesperado, enseña cómo reparar las ofensas de la vida.

La película Joker/Guasón tiene la fuerza estremecedora de la belleza y de la verdad. De lo que puede el arte con lo que llamamos realidad. Eso. De ahí que está haciendo tiritar de moralina histérica al país que la incubó. Cunde el pánico y la policía custodia las salas donde exhiben Joker. Alguna crítica abusa de la palabra “polémica”. Se desaconseja verla porque incita a la violencia. Pero Joker fue consagrada mejor película y se llevó el León de Oro en el exquisito Festival de Venecia que presidió Lucrecia Martel, nada menos, y fue considerada “una obra maestra” por Michael Moore, otro que incomoda. Sabiendo de qué habla cuando habla de cine desde la casa central del capitalismo desbocado, Moore escribió un largo texto contra el prejuicio: “Yo sugeriría lo opuesto: el mayor daño a la sociedad podría ocurrir si NO (mayúsculas en el original) vas a ver esta película, porque la historia que cuenta y los problemas que plantea son tan profundos, tan necesarios, que si quitas la mirada de esta genialidad de pieza artística, te perderás el regalo del reflejo que nos está ofreciendo. Sí, hay un payaso perturbado en ese espejo, pero no está solo, nosotros también estamos ahí”.

 

Texto completo de Michael Moore

Sábado 5 de octubre 2019

La noche del miércoles fui al Festival de cine de Nueva York y fui testigo de una obra maestra cinemática, la película que el mes pasado ganó el gran premio a la mejor película del Festival internacional de Venecia. Se llama Joker, y todos los estadounidenses hemos oído hablar de esta película de la que debemos temer y mantenernos alejados. Nos han dicho que es violenta, enferma y moralmente corrupta, una incitación y celebración del asesinato. Nos han dicho que la policía estará afuera de cada función en caso de que haya “problemas”. Nuestro país está en una situación de desesperanza, nuestra Constitución está hecha pedazos y un maníaco imprudente en Queens tiene acceso a códigos nucleares, pero por alguna razón, deberíamos estar asustados de esta película.

Yo sugeriría lo opuesto: el mayor daño a la sociedad podría ocurrir si NO vas a ver esta película, porque la historia que cuenta y los problemas que plantea son tan profundos, tan necesarios, que si quitas la mirada de esta genialidad de pieza artística, te perderás el regalo del reflejo que nos está ofreciendo. Sí, hay un payaso perturbado en ese espejo, pero no está solo, nosotros también estamos ahí.

Joker no es una película de superhéroes, supervillanos ni de cómics. Está situada en algún punto entre los años 70 y 80 en la ciudad de Gotham, y los cineastas no intentan disfrazar la ciudad por otra cosa que lo que es: la ciudad de Nueva York, el cuartel central de todo lo malo, la de los ricos que nos gobiernan, de las corporaciones a las que servimos, y de los medios que nos alimentan con las noticias sin profundidad que ellos creen que tenemos que absorber.

Esta semana que pasó, la semana en que el presidente gobernante se acusó a sí mismo y –al más verdadero estilo de Joker– se burló de la incapacidad de Mueller y los demócratas de detenerlo, dándoles todo el material que necesitaban. Pero incluso así, diez días después de alardear de su culpabilidad, seguía sentado en la oficina oval, con sus códigos nucleares manchados por la grasa de un KFC, así que dio la orden de echar a andar el helicóptero. El sonido de las aspas acelerando sólo significaba un alerta para que los periodistas corrieran a la “conferencia de prensa” diaria. Trump salía hacia la cacofonía ensordecedora de la aeronave y de manera pública y criminal, le pedía a la República Popular de China que interfiera en las elecciones de 2020 mandándole información sucia acerca de los Biden. Él y la alfombra mágica que tiene por cabello se alejaron y excepto por el ciudadano que reclamaba “¿Puedes creerlo?”, no pasó nada más.

Mientras este fin de semana se estrena Joker, (en los días que llega a trabajar) Trump Jr. sigue sentándose en la oficina oval, soñando sobre sus nuevas conquistas y su corrupción. Pero esta película no es sobre Trump, es sobre el Estados Unidos que nos dio a Trump, el país que no siente la necesidad de ayudar a los marginados y a los desprotegidos. El Estados Unidos en que los inmundamente ricos se vuelven más ricos e inmundos.

En esta historia hay una pregunta desconcertante: ¿Qué pasa si un día los desposeídos deciden pelear de vuelta? (Y no me refiero a aparecer con un portapapeles ofreciéndole a la gente registrarse para votar). La gente se preocupa de que esta película sea demasiado violenta para ellos. ¿En serio? ¿Considerando todo por lo que estamos pasando en la vida real? Permites que tu colegio lleve a cabo simulacros de tiroteos con tus niños, dañándolos emocionalmente de manera permanente, mostrándoles a los pequeños que esa es la vida que hemos creado para ellos.

Joker deja en claro que realmente no queremos llegar al fondo del asunto o intentar entender por qué hay gente inocente que –cuando ya no puede soportar más– se convierte en Jokers. Nadie quiere preguntar por qué dos jóvenes inteligentes se saltaron su clase de filosofía francesa avanzada en la secundaria de Columbine para asesinar a 12 estudiantes y un profesor. ¿Quién tendría el atrevimiento de preguntar por qué el hijo del vicepresidente de General Electric entraría a la primaria de Sandy Hook en Newton, Connecticut, para hacer explotar los pequeños cuerpos de 20 niños de primer grado? ¿O por qué el 53% de las mujeres blancas votaron por un candidato presidencial que ha revelado en público su talento como un depredador sexual?

El miedo y los gritos alrededor de Joker son una artimaña, una distracción para que no miremos a la violencia real que está desgarrando a nuestros compañeros humanos. Los 30 millones de estadounidenses que no tienen seguro de salud es un acto de violencia. Millones de mujeres abusadas y niños viviendo en el miedo es un acto de violencia. Amontonar a 59 estudiantes como sardinas sin ningún tipo de valor en las salas de clases de Detroit es un acto de violencia.

Mientras los medios de comunicación esperan atentos al próximo tiroteo, a ti, a tus vecinos y a tus colegas, ya les han disparado numerosas veces, con tiros directos a cada uno de sus corazones, esperanzas y sueños. Tu jubilación ya se acabó hace tiempo. Estás endeudado por los próximos treinta años porque cometiste el crimen de educarte. Has llegado a pensar en no tener hijos porque no tienes suficiente corazón como para traerlos a un planeta que está muriendo y en el que 20 años después de nacer tendrán una sentencia de muerte. ¿La violencia en Joker? ¡Alto, deténganse! La mayoría de la violencia en la película es la que se comete contra el mismo Joker, una persona que necesita ayuda, alguien que trata de sobrevivir en una sociedad codiciosa. Su crimen es que no logra conseguir ayuda. Su crimen es que es el centro de un chiste en que los ricos y famosos se ríen de él.

Cuando el Joker ya no lo puede soportar sí te sentirás terrible, pero no por la –poquísima– sangre que se ve en pantalla, sino porque tú estabas alentándolo y –si eres honesto cuando eso pasa– le agradecerás a la película por conectarte con un nuevo deseo de no correr a la salida de emergencia más cercana para salvar tu propio trasero, y en vez de eso, ponerte de pie, pelear y centrar tu atención en el poder no violento que tienes en tus manos todos los días.

Gracias Joaquin Phoenix, Todd Phillips, Warner Bros. Y a todos los que hicieron esta importante película en este tiempo importante. Me encantaron los múltiples homenajes a Taxi Driver, Network, Contacto y Tarde de Perros. ¿Cuánto ha pasado desde que vimos que una película aspirara al nivel de Stanley Kubrick? Anda a ver esta película, lleva a tus hijos adolescentes. Saca tus propias conclusiones.