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La peste y lo real

Por María Paula Giordanengo

En Octubre de 1347 una epidemia, que se dio en llamar "Peste bubónica o peste negra", azotó gran parte de la Europa medieval.

Los signos de la enfermedad, la afectación visible del cuerpo, inflamado con "bubones" se esparcían rápidamente provocando la muerte en el lapso de pocas horas.

Considerado un castigo divino, como señal de un real potente y desconocido encarnado en el cuerpo, fue la población judía la más segregada ya que, misteriosamente, para el imaginario social era la que menos se enfermaba y parecía estar exenta de la letal peste.

Históricamente, las epidemias que han afectado a la humanidad no solo han dejado muertos sino segregados, excluidos, rechazados.

En 1919 Freud escribió su "Introducción al simposio sobre las Neurosis de guerra". Cito: …."En las neurosis traumáticas y en las de guerra, el Yo se defiende contra un peligro que lo amenaza desde fuera o que se le presenta encarnado en una formación del Yo… Hasta podría decirse que en las neurosis de guerra lo temido es, al fin de cuentas, un enemigo interno".

Freud parte de considerar una contribución de Abraham y Jones, en la cual se acentúa un conflicto Yoico desencadenado a partir del acontecimiento traumático al que se sume el Yo ante situaciones de peligro y de muerte; una suerte de desdoblamiento necesario para hacer frente al terror.

Cito nuevamente: …"El conflicto surge entre el antiguo Yo pacífico del soldado y su nuevo Yo guerrero, agudizándose en el instante en que el Yo pacífico ve claramente el peligro de muerte en que lo coloca la disputa con su nuevo <doble> parasitario…".

¿Qué ocurre entonces cuando aquello contra lo cual nos defendemos se presenta como  un enemigo silencioso e invisible?

Ante el avance de la pandemia del COVID-19 aparece en su más cruda expresión la segregación, la expulsión de lo distinto que nos habita.

En una conferencia mundial Donald Trump borró la palabra COVID-19, sustituyéndola por "Virus chino".

Al estilo de una fórmula lacaniana, esta suerte de metáfora "delirante" oficia de punto de capitón para la infinitización del miedo ante la proximidad de la muerte, es decir, del otro que la representa.

No hay peor muerte que la simbólica. Cuando lo que se mata es el significante, desgarrando de un solo golpe su condición polisemántica anexándole - no ingenuamente - un nombre de procedencia, se abre una franja intermedia entre el sujeto y el otro frente la que no hay reglas ni garantías.

Todo podría ocurrir cuando lo imaginario lidera el intercambio entre los humanos.

Así, el virus ya tiene un nombre reconocido y la guerra no es ante lo invisible. El discurso va sembrando - allí sí silenciosamente- pero no por ello menos ruidoso, las estrategias vinculadas a la aniquilación.

En el Seminario "De un Otro al otro", Lacan dice: "El prójimo es la inminencia intolerable del goce".

Allí el goce será concebido como aquello incierto, invisible, que el Otro puede realizar a través del sujeto (devenido objeto), habilitando lo desenfrenado, es decir, haciendo legítima una especularidad que podría resultar devastadora. Esto es, abriendo paso a la opacidad de un goce mortífero que se puede ejercer respecto de él. Enemigo devenido real, ya no invisible.

En el polo opuesto encontramos un reconocimiento de la alteridad en la emergencia de lazos de solidaridad y de cuidado de sí y del otro, donde la proliferación de un virus convierte el individualismo desmedido y globalizado en la oportunidad de habilitar un "entre nosotros" que dé lugar a la construcción de nuevos significantes en el entrecruzamiento de discursos, con el efecto sujeto que la cadena significante propicia y establece.

Entre el sujeto y el otro - que en este punto deviene "prójimo" - la alteridad será esa franja intermedia que soporte las diferencias sin las cuales es imposible la dimensión deseante.

Lo Otro, la otredad que nos habita, supone ese conflicto que Freud pensó como un conflicto a librar con un enemigo íntimo en el seno del propio Yo, que deviene ajeno en tanto lo que amenaza es ese montante de libido desatada por el terrorismo de lo Real opaco que nos habita.

El otro como ajeno me resulta amenazante porque, entre otras cosas, me hace presente la opacidad que a mí mismo me habita, condición extranjera que interroga al mismo tiempo lo extranjero en el sujeto.

En su Seminario 11 Lacan introduce la noción de "elección forzada" a través del ejemplo del sujeto que, bajo amenaza, debe elegir: "¡La bolsa o la vida!". Si elige quedarse con la bolsa perderá la vida y, con ella, también la bolsa. Si elige quedarse con la vida quedará desprovisto de bolsa y ese será el precio que deberá pagar.

Ésta, como toda crisis, será entonces la emergencia de una oportunidad: la de la ética del deseo, es decir, del lado de la vida.

Solo tenemos que elegir de qué lado estamos. La vida sólo es posible si entre el sujeto y el otro hay falta que habilite el campo deseante.