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Evaporación

Por Gustavo Dessal

Todos los años, cientos de miles de personas desaparecen sin dejar rastros. En todas las comisarías de policía del mundo entero existen listas de personas que han sido denunciadas como desaparecidas y que jamás volverán a encontrarse.

Las causas son muy variadas. Algunas mueren supuestamente por suicidio o asesinato, pero sus cuerpos no son hallados. Otras son víctimas de desapariciones forzosas: secuestro, persecución política, o ajustes de cuentas.

Pero existe una variante distinta, las personas “evaporadas”. Gente que un buen día, y de forma absolutamente inesperada, elige marcharse en la mitad de la noche abandonándolo todo. Dejan atrás sus familias, sus amigos, el trabajo, y lo hacen sin una mínima nota de despedida.

En los últimos años han florecido algunas empresas que se dedican a ayudar a quienes toman la decisión de evaporarse y recrear una nueva existencia. Antes era relativamente fácil desaparecer del mundo. En cambio hoy, debido a la invención de internet, los sistemas de videovigilancia y geolocalización, esa posibilidad es mucho más complicada.

No es sencillo borrar las huellas que hasta el individuo más insignificante deja a su paso. La vida de todos nosotros queda registrada para siempre, y desaparecer de esa memoria implacable es prácticamente imposible, salvo para quienes poseen una gran fortuna, como es el caso de Brad Pitt, que desembolsó varios millones de dólares para asegurarse que una serie de fotografías inapropiadas de Angelina Jolie se retiraran del universo digital.

Del mismo modo que en otras épocas existieron guías que a cambio de una buena suma de dinero transportaban gente por pasos fronterizos ocultos, actualmente se puede acudir a una empresa que organiza una “mudanza nocturna”, como se denomina el salto a otra vida, una especie de muerte y renacimiento programados para aquellos que buscan una segunda oportunidad. “Wednesday morning at five o’clock / As the day begins/ Silently closing her bedroom door/ Leaving the note that she hoped would say more…” (“Miércoles a las cinco de la mañana/ cuando comienza el día/ ella cierra silenciosamente la puerta de su dormitorio/ y deja una nota que ojalá hubiese dicho algo más”), cantaba

Paul McCartney en los sesenta, cuando algunos jóvenes abandonaban furtivamente la casa de sus padres. Esos al menos dejaban una nota, y por regla general no tardaban en volver cuando las cosas se complicaban un poco. Hoy los “evaporados” no dejan ninguna pista.

Para asegurarse de que así sea empeñan una buena suma, porque burlar la vigilancia y el seguimiento es casi imposible si no se cuenta con la ayuda de expertos en informática. Frank Ahearn era un investigador privado que acabó siendo uno de los máximos expertos mundiales en la búsqueda de personas, al punto de que los principales servicios secretos solicitaban su colaboración.

Cuando el escándalo de Bill Clinton y Mónica Lewinsky salió a la luz, la becaria desapareció. El FBI movilizó todos sus recursos para encontrarla, pero fue inútil. Finalmente solicitaron la ayuda de Frank, que dio con ella en menos de veinticuatro horas.

Lo interesante es que pocos años después Ahern decidió invertir el sentido de su negocio, y se convirtió en el hombre que afirma ser el único en todo el mundo capaz de hacer desaparecer a alguien para siempre, sin ninguna posibilidad de fallo. Lo más complejo no es proporcionarle un nuevo destino, sino retirar su existencia del mundo de internet.

Dado que es imposible borrar de allí un nombre, puesto que la mayoría de las páginas son propiedad privada y no se puede acceder a ellas para modificar su contenido, Ahearn ha inventado el método de la “distracción virtual”, consistente en crear automáticamente miles de páginas, cuentas de Facebook, Twitter, Instagram, que contienen información distinta de una misma persona y cientos de fotografías diferentes, de tal modo que cuando alguien busca a ese individuo en la web encuentra una cantidad abrumadora de datos que es muy difícil de contrastar y filtrar. Su libro “How to disappear” (“Cómo desaparecer”) ha vendido millones de ejemplares.

Por lo visto, así como existen millones de personas que sueñan con hacerse visibles, otras son capaces de pagar verdaderas fortunas para desaparecer por completo. Frank asegura ser consecuente con un principio ético fundamental: no acepta pedidos de personas que han cometido un delito.

Sus clientes están perseguidos por deudas de juego, por la mafia, por traficantes de droga, por prestamistas, o pueden también ser románticos que abandonan su matrimonio para reunirse en alguna parte del mundo con un amor secreto. Pero hay otros que no pertenecen a ninguno de los casos mencionados. Son los desesperados, los hastiados de la vida o los que sueñan con reencarnarse en el ideal que lleva doliéndoles desde siempre.

Yo he sabido del niño que miraba el paisaje del campo por la ventanilla del coche, imaginando que entre los montes habría un pasadizo escondido por el que deslizarse y aparecer en otra vida.