Clínica

La regla fundamental [1]

Por Graciela Brodsky

El psicoanálisis aplicado

¿Qué hace que un psicoanálisis sea lacaniano? Cuando digo que un psicoanálisis sea lacaniano me refiero a un psicoanálisis en tanto práctica que requiere del analista y del paciente, o el analizante, como se suele llamar. Es, entonces, un psicoanálisis aplicado en el sentido amplio del término que tomo de la indicación que da Lacan en su artículo juventud de Gide. Allí él distingue el psicoanálisis, que en tanto tal solo se aplica a un sujeto que habla y oye, del método analítico, que consiste en tomar los significantes sin tener en cuenta su significación. Estamos, entonces, en el terreno del analista en ejercicio.

En cierto sentido, el psicoanálisis puro permite una investigación del analista por fuera de la práctica. Es lo que se conoce como el pase, que toma en cuenta el analista en tanto producto de un análisis y sin considerarlo un practicante. En cambio, el psicoanálisis aplicado, en sentido amplio, supone una pregunta sobre el practicante. Avanzamos en esa dirección en el Congreso de Bruselas, interrogando directamente al analista sobre su formación y seguiremos en esa interrogación hacia el Congreso de 2004, guiados ahora por la necesidad de establecer los principios que ordenan la práctica lacaniana.

Dado que las condiciones de aplicación del psicoanálisis cambian, y que las condiciones de trabajo de los propios psicoanalistas cambiarán más y más en los próximos años gracias a las reglamentaciones estatales y a la extinción, más o menos lenta, de las profesiones llamadas liberales, hoy es más urgente que nunca reflexionar sobre la relación que existe entre los principios de la práctica analítica y las condiciones de su aplicación.

Por ejemplo, si se considera que para ser psicoanalítica, una práctica debe repetirse de tres a cinco veces por semana durante un número equis de años o que cada sesión debe tener aproximadamente cuarenta y cinco minutos -lo que se conoce como estándar- está claro que no se podrá llamar psicoanalítica a la práctica hospitalaria o institucional. Lo mismo sucede, si se considera que el uso del diván forma parte de los principios de la práctica.

Los colegas de la IPA distinguen bien eso, llamando psicoanálisis a la práctica que responde al estándar y psicoterapia de orientación psicoanalítica a todas las otras prácticas que, siendo llevadas a cabo por un psicoanalista (en este caso por alguien formado en la IPA) no se ajustan sin embargo a los requisitos de la cura estándar.

Si se quiere encontrar una solución mejor que el nominalismo de la IPA, si se pretende demostrar -en primer lugar demostrarnos a nosotros mismos- que el psicoanálisis puede aplicarse en condiciones variadas: puede prescindir del estándar, espaciar la frecuencia de las sesiones si fuera necesario, pasar por alto el diván -y a veces debe hacerlo- y aun así no ser una psicoterapia, es necesario avanzar entonces sobre los principios que fundan el estilo de la práctica lacaniana, aquellos a los que no se podría renunciar sin degradarla, y sobre las reglas, que no son pocas, que enmarcan nuestra acción.

Como se puede apreciar, considerar los principios de la práctica lacaniana no es algo que nos distraiga del interés por el psicoanálisis aplicado, por el contrario, es el camino obligado que hay que recorrer si además de decirlo, pretendemos probar tanto como se pueda lo que separa nuestra práctica de cualquier psicoterapia.

 

Teoría y técnica

Lo que acabo de decir parece dar por adquirido algo que sin embargo no va de suyo, como es la suposición de que existe una relación de causalidad entre el estilo de una práctica y los principios que la fundan.

Esto no es evidente, por ejemplo, para los analistas de la IPA, a juzgar por el informe sobre el problema de la evaluación de los resultados del psicoanálisis, preparado por su comité de investigación, a pedido del ex presidente, y que tiene por título “Una revisión a puertas abiertas del estudio sobre los resultados en psicoanálisis” .

Uno de sus capítulos se refiere al estatuto lógico de la teoría en la práctica y argumenta, en los seis puntos que transcribo a continuación que la práctica analítica no es lógicamente deducible de la teoría psicoanalítica porque:

a) La técnica psicoanalítica ha surgido en gran parte a partir del ensayo y error, más que de las propuestas surgidas de la teoría. Freud aceptó esto de buena gana cuando escribió: “Las reglas técnicas que estoy proponiendo han sido recogidas de mi propia experiencia en el curso de muchos años, después de que muchos resultados desafortunados me llevaron a abandonar otros métodos”.

b) Es imposible lograr una correspondencia punto por punto entre la técnica terapéutica psicoanalítica y cualquier marco teórico mayor. Es tan fácil ilustrar cómo la misma teoría puede generar diferentes técnicas que mostrar cómo la misma técnica puede ser justificada desde diferentes teorías.

c) El hecho de que no estemos de acuerdo en relación a cómo trabaja el psicoanálisis también sugiere que la práctica no está enraizada en la teoría en forma lógica. La naturaleza de la acción terapéutica del psicoanálisis es un tema reiterado en los congresos psicoanalíticos -comenzando quizás con el congreso Marienband. Desde esa época, en intervalos de aproximadamente diez años, ha habido un congreso mayor dentro del psicoanálisis sobre este tema, ya sea a nivel de la asociación americana, o de la asociación internacional, y probablemente, en el medio otro de alguna de las organizaciones miembros más importantes. Si la práctica estuviera lógicamente engarzada en la teoría, indudablemente tendríamos una explicación teórica para la acción terapéutica.

d) La teoría y la práctica han estado progresando a pasos muy diferentes, con la práctica cambiando solamente en formas menores, en contraste con los grandes pasos que han dado las teorías. Una visión muy realista de esto se puede obtener observando el hecho de que en un solo volumen se puede registrar lo que podría englobar la mayor parte de los avances técnicos en la disciplina. Sin embargo, no podría pensarse que una sola persona pudiera elaborar un registro lo suficientemente integrado y profundo y que pudiera ser fiel a todos los enormes desarrollos teóricos que han tenido lugar en los últimos cien años. La discrepancia en las velocidades en que progresan la teoría y la práctica es preocupante y sería difícil de entender, si no fuera por la relativa independencia de estas dos actividades.

e) La teoría psicoanalítica en gran medida no está referida a la práctica clínica. Difícilmente uno podría encontrar un solo volumen del cuerpo completo de las obras de Freud, que engloba veintitrés volúmenes, que esté dedicado exclusivamente a trabajos sobre técnica. Entonces ¿de qué se trata la teoría psicoanalítica si no es sobre la práctica? Fue creada y permanece como una elaboración de un modelo psicológico y de la forma en que este modelo puede ser aplicado a la comprensión del trastorno mental y, en menor medida, a otros aspectos del comportamiento humano, como la literatura, el arte, la historia, etc.

f) El rol de la teoría en la práctica subraya la naturaleza inductiva de la investigación clínica. El valor de la teoría para el psicoanalista está en la posibilidad de poder procesar el sentido del comportamiento en términos de estados mentales. De esta forma, no puede haber dudas de que la teoría es valiosa -sin embargo, está intrínsecamente contaminada por la práctica. Es conducida por lo que -en los hechos- es de ayuda en la práctica clínica, más que en el sentido inverso, es decir, que la práctica esté guiada por lo que se considera cierto en relación a la mente. Así, los criterios mayores para evaluar la validez de los hallazgos de investigación clínica están contaminados por un conjunto de consideraciones que no están vinculadas con su exactitud. Ciertamente, en principio, una teoría puede ser valedera pero de poco valor práctico (por ejemplo, un teorema matemático) o poco fiel a la realidad, pero de gran relevancia práctica (por ejemplo, la religión, la política, etc.). El vínculo flojo que existe entre teoría y técnica es un peso significativo que lleva en sus hombros la investigación clínica. La teoría sirve para justificar la práctica, en gran parte a través de la analogía y la metáfora, y debemos en todo momento ser conscientes de que lo que estamos ejerciendo en la práctica está basado en una acumulación de experiencias clínicas, y que lo que estamos teorizando puede ser un agregado útil a la práctica clínica, pero no puede ser su justificación epistémica.

Como dije al comienzo, estamos en los prolegómenos de una investigación sobre los principios de la práctica lacaniana, pero si se hace, habrá que responder punto por punto a estos seis argumentos. Doy un ejemplo: nuestra apreciación de la disimetría entre teoría y práctica no nos llevaría nunca a decir que los cambios en la práctica son más lentos que en la teoría; solo el apego al estándar puede justificar una afirmación de esa naturaleza.

Por el contrario, permítanme citar a J.-A. Miller en su curso del 22 de mayo de 2002: “Teoría y práctica no son simétricas o paralelas en psicoanálisis, donde existe -es preciso constatarlo- un retardo de la teoría, que no es accidental, no es contingente, sino sin duda estructural, al menos en lo que respecta a la elaboración”.

 

Reglas y principios

Siguiendo con una indicación de Marco Focchi al Comité de Acción, un modo de considerar la diferencia entre el estándar de la ortodoxia psicoanalítica y el estilo de la práctica lacaniana, puede ser la distinción entre las reglas regulativas y las reglas constitutivas, distinción que debemos a John Searle

Las reglas regulativas disciplinan una actividad existente: por ejemplo, las reglas de tránsito, necesarias para que éste se desenvuelva ordenadamente. Las reglas constitutivas, en cambio crean la posibilidad misma de la actividad que regulan. Así, para tomar el ejemplo de Searle que comenta Marco, establecer que el caballo mueve dos casillas en una dirección y una perpendicular a ésta, o que el alfil se mueve en diagonal, no tiene la función de poner orden en el tablero sino que constituye el juego mismo del ajedrez.

En mi contribución al debate realizado en el Comité de Acción, me apoyé en esta distinción para pensar tres modalidades de la relación entre los principios y las reglas, tomando a título de ilustración la regla fundamental.

En el primer caso, las reglas (constitutivas) y los principios son equivalentes.

Es el sentido que le doy a la afirmación de Lacan en Variantes de la cura tipo: “Éste es el fundamento mismo del principio que indica que todo analista debe haber sido psicoanalizado, principio tan asegurado que se lo puede considerar, con Ferenczi, la segunda regla fundamental del análisis”

En el segundo caso, la regla permite que el principio se cumpla. Es lo que demuestra Jesus Santiago en sus dos primeros textos enviados al Comité de Acción: la imposibilidad de fijar un tiempo cronológico a la sesión es para nosotros una regla que responde al principio temporal del inconsciente y a la propia transferencia como inmixión del tiempo en el saber. Como ejemplo de esta segunda variante, tomo el conocido párrafo de Lacan en La dirección de la cura… :

“Esas directivas [la regla fundamental] son planteadas bajo la forma de consignas en una comunicación inicial que hasta en la inflexión de su enunciado, transmiten la doctrina del analista en el punto en que se encuentra para él”.

En el tercer caso, en cambio, la regla contradice el principio. Tiene, rápidamente, dos ejemplificaciones. La primera es el estándar, donde los cincuenta minutos reglamentarios contradicen el principio temporal del Inconsciente. La segunda es la que encuentra cuando Lacan dice “la regla fundamental se opone al principio del placer en tanto pide al que nos solicita ayuda que haga al menos un esfuerzo”. (Lettres de la Ecole Freudienne n° 24).

Como se ve, el primer ejemplo es completamente distinto para la elucidación de nuestros principios que el segundo, y es en esta última dirección que me propongo avanzar hoy a propósito de la regla fundamental

 

El asociacionismo de Freud

Volvamos ahora a la pregunta: ¿Qué hace que una práctica sea lacaniana?

En su momento, Lacan se hizo la pregunta respecto de la práctica de Freud, a la que consideraba relativa a un procedimiento que conocemos con el nombre de asociación libre, cuyo cumplimiento constituye la regla fundamental del psicoanálisis.

No hay para Freud muchas reglas fundamentales, pueden enumerarse tres o cuatro: la asociación libre, la neutralidad (que quiere decir no interesarse más en unas cosas que en otras del discurseo del paciente y que es solidaria de la atención flotante que se exige del analista como contrapartida de la asociación libre), la abstinencia, el análisis del analista -que como regla debemos a Ferenczi. Por fuera de estas prescripciones, Freud consideraba -para escándalo de los autores del informe que resumí- que su modo de practicar el psicoanálisis era el que le venía bien a él, y que otros podrían hacerlo de otro modo.

A decir verdad, no estoy tan segura de que sea así en todos los casos. Por ejemplo, creo que hay una relación estrecha que me propongo desarrollar, entre la regla fundamental de la asociación libre y la duración de la sesión. Tomaré entonces (ya lo hice en otra ocasión) el análisis del primer sueño de Dora.

No voy a detenerme especialmente en el sentido que Freud le da al sueño.

Me interesa más detenerme en el método que usa para su interpretación. Volvamos el primer sueño tal como Dora lo relata: “En una casa hay un incendio (en la traducción de López Ballesteros dice “hay fuego”) mi padre está frente a mí cama y me despierta. Me visto con rapidez. Mamá pretende todavía salvar su alhajero, pero papá dice: ‘no quiero que yo y mis dos hijos nos quememos a causa de tu alhajero’. Descendemos de prisa por las escaleras, y una vez abajo me despierto”.

Freud pide asociaciones. ¿Por qué? Recordemos entonces que su doctrina del sueño -y de las formaciones del inconsciente en general- no es ajena a las preocupaciones del asociacionismo por demostrar que hay un principio de conexión entre los diferentes pensamientos o ideas, de modo tal que cuando se presentan, unas se suceden a otras con cierto método y regularidad sin intervención de la voluntad, siendo los principios de conexión más aceptados: la semejanza, la contigüidad y el contraste.

Para Freud, también se trata de buscar qué principio de conexión hay en la secuencia caprichosa y sin sentido que entrega el contenido manifiesto del sueño o la asociación libre, pero para él, la asociación tal como la entienden los asociacionistas es “superficial”. Gracias a ella las representaciones emergen unidas por lazos tales como la consonancia o la ambigüedad de las palabras o por la coincidencia temporal. Sin embargo, su hipótesis fuerte es que cada vez que un elemento psíquico se enlaza con otro por una asociación superficial, existe también entre ambas un enlace correcto, más profundo, pero sometido a la censura. Si Freud entonces pide asociaciones, es para encontrar tras las asociaciones superficiales el enlace correcto. Debemos retener este punto.

La primera asociación de Dora parte de “fuego” “(…) por la noche podía pasar algo que lo obligase a uno a salir (…)” por ejemplo un incendio. Freud le pide que recuerde lo que acaba de decir, y nos da sus razones: “Destaco estas palabras porque me resultan extrañas. Me suenan ambiguas.” (En López Ballesteros: “Me parece constituir un equívoco.”). “¿No se alude con estas mismas palabras a ciertas necesidades corporales? Ahora bien, las palabras ambiguas son como ‘cambios de vía para el circuito de la asociación. Si la aguja se pone en otra posición que la que aparece en el sueño, se llega a los rieles por los cuales se mueven los pensamientos buscados, todavía ocultos tras el sueño.”

La aguja es esa parte móvil de las vías de ferrocarril que permite cambiar la dirección de los rieles. La idea de Freud es que las palabras ambiguas o equívocas cumplen esta función de cambiar el rumbo de las asociaciones. Las llama también palabras-puente, en tanto permiten pasar de un circuito de representaciones a otro.

Freud busca en el texto manifiesto del sueño estas palabras-puente. “¿Qué hay sobre el alhajero?”, interroga. Alhajero en alemán es una palabra compuesta: Schmuckkastchen, que condensa Schmuck (alhaja) y kastschen (caja). Las asociaciones de Dora toman por el camino de la alhaja y la conducen a unos pendientes de los llamados “gotas” que su madre deseaba y que el padre no le dio. “Alhajero”, en tanto palabra puente, abre una primera cadena que parte de alhaja y llega a gotas. “Gotas” es una nueva palabra puente que permite un cambio de vía que conduce a la “mojadura” que produce la excitación sexual, pero también a la que es consecuencia del catarro vaginal. De este último se pasa a la tos y a la afonía por el cambio de vía que permite “catarro”. Por otro lado, “gotas” lleva a mojarse en la cama, uniéndose aquí con una cadena asociativa que partió de otro elemento del sueño: el “fuego”, con el que Dora asoció que “por la noche podía pasar algo que lo obligase a uno a salir”, y que Freud interpreta en el sentido de la enuresis. Podríamos tomar otras cadenas, porque fuego también se asocia con “humo”, humo con el beso dado por un “fumador” y así llegamos al mismo Freud; y está también la cadena que hace Freud entre “caja” y “genital femenino”, pero detengámonos aquí.

Dora cuenta su sueño. Freud pide asociaciones e interroga especialmente sobre las palabras equívocas, en este caso “fuego”, “alhajero” y sobre la asociación de Dora “por la noche puede pasar algo que lo obligue a uno a salir”. Si Freud les pide a sus pacientes que asocien es porque para él la palabra, por estar predestinada a la equivocidad, es un nudo de significaciones que tanto la neurosis como el sueño aprovechan para la desfiguración y el disfraz de los pensamientos reprimidos. Tenemos aquí una doctrina freudiana de la palabra que está en el origen de la famosa “vuelta a Freud” que Lacan propició en los años ‘50.

El principio que guía su método es que el trabajo del inconsciente se sirve de dicha equivocidad para burlar la censura al mismo tiempo que se mantiene la represión. Las palabras equívocas permiten una falsa conexión, el falso enlace que facilita la sustitución de una representación insoportable por otra anodina, (en lo que recuerda a la metáfora) con la consecuencia de que el afecto asociado a la representación original se desplaza a la sustituta (cumpliendo así un efecto metonímico).

El equívoco es, para Freud, la cicatriz que deja en el discurso manifiesto el trabajo del inconsciente. Si a partir de estas palabras se asocia libremente, a lo que invita la regla fundamental, se recorrerá el camino inverso a dicho trabajo hasta restablecer el enlace correcto.

Escribámoslo con la cadena mínima

S1--- S2.

Su aspecto caprichoso es la consecuencia de que un S2 sustituto ha tomado el lugar de otro censurado. El efecto es un opacamiento del sentido de ese S1 que ahora es enigmático. El método de Freud -nos hemos limitado al primer sueño de Dora, pero es el mismo con el “Hombre de las ratas” a partir del Spielratten, con la “Joven homosexual” a partir del niederkommen, etc.- se basa en restituir a la cadena el S2 apropiado, en permitir la conexión del S1 con el S2 que le corresponde. El edificio de la interpretación freudiana no podría sostenerse si se elimina la idea de un enlace correcto, pero inconsciente, que se descubre por medio de los cambios de vía que permiten las palabras equívocas.

 

El enlace imposible

Ahora bien, si seguimos a Lacan quizás tengamos que invertir nuestra perspectiva, y poner en duda la existencia de un enlace correcto. Quizás al enlace falso tengamos que oponerle no uno verdadero sino un enlace real, o sea imposible. No es casual que cuando Lacan se ocupa del equívoco homofónico, el ejemplo que toma es justamente el que en francés se produce entre deux y d’ eux (“dos” y “de ellos”) para demostrar así que el equívoco revela lo que no cesa de no escribirse: que “ellos” están condenados a ser cada uno un Uno que no se suma al Otro. Léase: no hay enlace correcto o lo que es lo mismo, no hay relación sexual. En este sentido, el equívoco lacaniano es irreductible.

Para Freud, el equívoco es la marca del falso enlace que disimula el sentido sexual. Para Lacan es el sedimento en el lenguaje de lo real de que no hay relación sexual. Uno supone el enlace correcto; el otro, el enlace imposible. Uno corrige el sentido; el otro lo impide.

Al primero, lo escribimos en la retroacción de la cadena, en el piso superior del discurso del amo, que es el del inconsciente:

S1-<--- S2

Al segundo, en el piso inferior del discurso analítico, o sea como una objeción a la cadena significante, que es también una traba a la asociación libre:

S2 / / S1

Esto plantea la cuestión de las relaciones entre la asociación libre y la interpretación por un lado y entre la asociación libre y el tiempo por el otro

O bien la interpretación permite que la asociación libre prosiga en otra dirección que la intencionalidad del discurso, o bien la interpretación va contra la asociación y el goce que de ella se obtiene.

En el primer caso, la duración de la sesión tiene que prolongarse lo suficiente para que el discurso prosiga en un sentido y en otro. ¡Atención! No se trata de sesiones de cincuenta minutos o de treinta y cinco, no es una cuestión de estándares sino de sesiones prolongadas debido a las exigencias mismas de la asociación libre.

Si en cambio, como lo propuso Jacques-Alain Miller cuando se preparaban Los poderes de la palabra, la interpretación va contra el inconsciente, las sesiones serán cortas, no de tiempo variable, serán lo suficientemente cortas para impedir que la cadena significante vuelva a girar una vez más en torno de lo mismo, o, para decirlo como Lacan en su momento, para contrariar el principio del placer.

He llegado hasta aquí, dando una vuelta quizás un poco extensa, para indicar que uno de los principios que guían nuestra práctica indica que no existe ninguna solidaridad entre la regla fundamental y la asociación libre y que, si se enuncia la primera (y habría que ver si se lo sigue haciendo, y cómo), no es para provocar la segunda sino para oponer a la asociación libre la imposibilidad de decirlo todo.

NOTAS

  1. Conferencia dada en la sede de la ELP de la Comunidad de Catalunya, el 31 de enero de 2003, y que forma parte de las coordenadas de la investigación que ocupará a las Escuelas hasta agosto de 2004, fecha del IV Congreso de la AMP.