Clínica

Los enredos de lo terapéutico

Por Blanca Sánchez

En "Nuevos caminos de la terapia psicoanalítica", de 1919, Freud afirma: "Por cruel que suene, debemos ciudar que el padecer del enfermo no termine prematuramente en una medida decisiva. Si la descompensación y la desvalorización de los síntomas lo han mitigado, debemos erigirlo en alguna otra parte bajo la forma de una privación sensible: de lo contrario corremos el riesgo de no conseguir nunca otra cosa que mejorías modestas y no duraderas". Evidentemente Freud no se conformaba con los efectos terapéuticos de la cura.

Las mejorías a veces se asocian simplemente a la instalación de la transferencia, pero con lo que me he encontrado es que, en ciertos casos, una vez que las mejorías aparecen –que se puede pensar como cierto efecto terapéutico– las puertas para un psicoanálisis se cierran: el sujeto no siempre está dispuesto a dar un paso más allá, a interrogarse por su posición frente al deseo y por sus condiciones de goce. Prefiere conservar la idea del desarrollo histórico de un pasado que lo condena antes de abrir la posibilidad de que el psicoanálisis, en su moviemiento del devenir al pasado, pueda cambiar ese pasado con las consecuencias que derivarán en el presente. Si bien está siempre presente la apuesta a la entrada a un psicoanálisis, no siempre es posible.

Por otra parte, el Otro social, o incluso el Otro familiar, espera de ese psicoanálisis ciertos efectos. Por ejemplo, se observa en la dirección de la cura de adolescentes que los efectos analíticos no siempre derivan en los efectos terapéuticos esperados, sobre todo por los padres; muchas veces, incluso, van en la dirección contraria. También en la psicosis pues, tal como decía Freud, el delirio es un intento de curación y de restitución, y no entra precisamente en consonancia con lo que podría considerarse normal para el discurso social imperante. A veces, hay que conformarse simplemente con que el sujeto pueda circular por la vida sin el peso del goce morítifero que lo invade. Nada más, ni nada menos.

Algunas veces, el efecto terapéutico cierra las puertas al análisis; otras, los efectos analíticos no se condicen con los efectos terapéuticos esperados por el discurso común. En la mayoría de los casos, la cura viene por añadidura. Así, más allá de las expectativas que los analizantes pueden haber puesto en la Red Asisencial, está el enredo en el que un analista puede quedar atrapado al ceder frente a la demanda, o bien al olvidar la advertencia de Freud acerca del peligro de curarse.

Pensar acerca del efecto terapéutico y del efecto analítico, me condujo a plantearme

irremediablemente las complejas relaciones entre el deseo de curar y el deseo del analista, una inquietud que ha sido trabajada en el marco de un trabajo grupal para el Congreso de la AMP de Bruselas 2002 "El efecto-de-formación en el psicoanálisis: sus causas, sus lugares y sus paradojas", junto a Mónica Torres y Roberto Mazzuca. Interrogar si el deseo de curar hace obstáculo al deseo del analista, o bien si puede haber, y cuál sería, la relación entre el deseo del analista y el deseo de curar. Sabemos que el furor curandis –como lo denominaba Freud–, o bien el deseo de curar en el que a veces un analista puede enredarse, puede no ser demasiado conducente.

Más allá de la oferta del psicoanálisis –tal como lo ubica tan claramente Miller en su seminario "Pieces detachées"– de resolver el goce por la vía del sentido, e incluso más allá de la oferta asistencial de la Red, está la invitación de Lacan de inscribir un relieve, un resto en el que reside el valor la diferencia de cada uno, la "nobleza". Nuestra orientación será, por cierto, la de ubicar lo irreductible del síntoma; paradójicamente, los efectos terapéuticos resultarán de tener a lo incurable como eje de la experiencia.

Por ello, Miller nos recuerda que "no hay sujeto sin síntoma; no soñemos, no tengamos como ideal tan solo el de curar".

Fuente: RedAcción #6