Clínica

De los síntomas al sinthome *

Por Mónica Torres

Enlaces On Line N°21 – Septiembre 2015.

En el seminario de este año[1] estamos haciendo un recorrido que comenzó con el primer Lacan, es decir con los conceptos de la primera época de su enseñanza, y estamos arribando a lo que podríamos denominar el ultimísimo Lacan, de acuerdo a la traducción del título del Curso de Jacques-Alain Miller, “Le tout derniere Lacan, que dictó simultáneamente al seminario que yo estaba dando ese año con el título “Fracaso del inconsciente, amor al síntoma".[2] En lo personal, prefiero decir “el último, último Lacan” pues la expresión “ultimísimo” no deja de ser un neologismo, aunque podría utilizarse también. Encontrarán que en el libro sobre mi seminario afirmo que “Muchas de las ideas que encontrarán desarrolladas en estas clases se inspiran en el énfasis que Miller usó en su curso de 2006/2007 Le tout dernier Lacan, en la expresión inconsciente real a la que Lacan alude una sola vez”.[3]

Retomaremos ahora el título del seminario 24, que aún no ha sido publicado, "L' insu que sait de l'une-bévue s'aile á mourre". Podríamos dividir este título en dos partes; la primera

L’ insu que sait de l’une-bévue”, podría ser traducida de varias maneras: “El tropiezo de lo no sabido que sabe de la una-equivocación”, o bien “La torpeza que sabe de la una-equivocación”.

Según Miller no se puede decir que se trate de una traducción, porque en realidad es el pasaje de una lengua a otra por el sonido. Lo que hace aquí Lacan es algo más joyciano, si consideramos además que el seminario anterior a éste fue el de El sinthome, un seminario en que trabaja a Joyce, el sínthoma. En cierto modo, podemos decir que a partir de ahí Lacan es verdaderamente joyciano cuando escribe y cuando dicta sus seminarios.

Lacan realiza una traslación entre la expresión equivocación, une-bévue, y Unbewusste, que quiere decir inconsciente en alemán. Es decir que Unbewusste, inconsciente, equivoca, o es equivalente con une-bévue, una-equivocación, cuyas pronunciaciones, tanto la del término en alemán y como la del término en francés, son casi iguales. De allí que podamos concluir que la una- equivocación pueda considerarse como el inconsciente.

¿Cómo traduciríamos l’insu que sait? Se puede optar por una traducción entre varias, por ejemplo, traducirlo por l’insuccès, el fracaso. Yo elijo traducir l’insu que sait como el fracaso, ya que en su pronunciación en francés suenan igual, l’insu que sait y l’insuccès, lo que nos permite decir que se trata del fracaso del inconsciente.

En esto coincido con Miller para quien también se trata del fracaso del inconsciente, pero se refiere al fracaso del inconsciente transferencial. Hay que decir que en este seminario 24 Lacan no hace ninguna diferencia entre el inconsciente real y el inconsciente transferencial, simplemente afirma que lo que fracasa es el inconsciente. Es Miller quien hace esta distinción entre inconsciente real e inconsciente transferencial a partir de una frase que encuentra en otro texto de Lacan.

Entonces en El ultimísimo Lacan Miller dice que en realidad no podemos hablar de traducciones sino de juego de palabras entre inconsciente en alemán y una-equivocación en francés, porque se trata del pasaje de una lengua a otra. En eso, como dije anteriormente, Lacan es joyciano, por eso ya no podemos decir como al comienzo de su enseñanza que se trata de Lacan con Freud, sino que estamos frente a Lacan con Joyce, del mismo modo que decimos Kant con Sade.

Este término, l’une-bévue, la una-equivocación, se sitúa en una dimensión anterior a la del inconsciente, a la del inconsciente transferencial, a esa dimensión del inconsciente que va a de S1 a S2. Lo que Miller lee en esa l'une-bévue, en esa una-equivocación, es que está situada al comienzo como marca del parlêtre, porque ya no podemos hablar de sujeto. La noción de sujeto vale para el sujeto sujetado al discurso del Otro; a esta altura de su enseñanza Lacan habla de parlêtre, es decir, del ser hablante, del ser viviente que habla. Va a plantear que para ese parlêtre hay una marca de goce primera, y a esa marca la va a denominar l'une-bevue, la una-equivocación. Esa primera marca de goce tendrá que ser distinta del inconsciente como lo entendimos hasta ahora, no puede ser equivalente de la serie S1, S2, S3... de la cadena en la que se puede seguir asociando eternamente como pueden hacerlo tanto la histérica como el obsesivo, la histérica por amor y el obsesivo para demostrar que algo puede ser eterno, o para postergar el tiempo de concluir.

Respecto al término fracaso, es un término que Lacan ya había utilizado usando no la palabra francesa insuccès sino méprise, en su texto "La méprise du sujet supossé savoir", “La equivocación del sujeto supuesto saber”. Sabemos que, en cierto modo, el sujeto supuesto saber fue un error porque es un concepto completamente ligado al significante. A pesar de ser sujeto supuesto al saber, de todas maneras con esta noción el analista quedó demasiado pegado al saber. Si bien es un saber supuesto, Lacan se ocupó de aclarar que el analista no lo detenta, pero dicha aclaración no llegó demasiado lejos, por eso tuvo que abandonar ese término a esta altura de su enseñanza. En su recorrido, Lacan ya no se encuentra en ese punto en el que consideraba que era necesario para establecer que en el comienzo de un análisis se le suponga un cierto saber al analista; digamos que si bien es verdad que eso es necesario, se trata de algo un poco más complejo que instalar solamente el saber, es decir que quizás se trata de algo que tiene que ver con cierto rasgo de goce, en la medida en que, de alguna manera, el parlêtre, aun sin darse cuenta, tiene la impresión de que comparte algo con el analista. En ese sentido, soy partidaria de lo que se podrían denominar las elecciones transferenciales, es decir, la elección del analista que se produce a partir de escuchar hablar a alguien, o porque se lo leyó, más que de las simples derivaciones, sobre todo en aquellos que estudiaron psicología o se forman en psicoanálisis. Por supuesto, no se trata de la identificación al analista. ¿Cómo es posible que alguien que va a ser analista, en todos los años de formación, no haya generado ninguna transferencia con ningún analista? Si bien es cierto que hay quienes han conformado lazos transferenciales exitosos cuando consultaron a la Red Asistencial, por ejemplo, la Red no deja de ser una red, un poco anónima, lo que es diferente a elegir a un analista por un rasgo que no está solamente referido al saber, al menos para el último Lacan.

Volviendo entonces al título del seminario 24, ubicamos que la primera parte podría traducirse como “el fracaso del inconsciente”. La segunda parte del título es aun más compleja porque Lacan usa una expresión difícil de entender: “s’ aile á mourre”. Es otra de las expresiones que inventa Lacan, porque si bien se refiere al juego de las morras, al agregarle “s’ aile” podría traducirse como “adquiere alas para las morras”. Pero en realidad s’ aile es un neologismo que podría querer decir “alarse”, “tomar alas”, “se ala”, pues el sustantivo “alas” se convierte en un verbo. Es por ello que se lo ha traducido como “toma alas para las morras”, que no es exactamente preciso, está conjugado de una manera rara.

En realidad, con s'aile á mourre, se puede hacer un juego de palabras homofónico con “c'est l’ amour”, que es una expresión que encontramos en todas las postales de amor.

Digamos que se trata de una frase que se ha hecho famosa en el mundo entero, casi como una propaganda de París: “París c´est l’ amour”. Pero, en este caso, ¿por qué hace equivaler el amor con el juego de las morras? Si utiliza el neologismo s’ aile es que al pronunciarlo quede igual a “c´est l´” de c'est l'amour, Lacan le agrega el “adquiere alas para”, que es un invento, otro neologismo de estilo joyciano.

Para aclarar el tema del juego de las morras, en la revista Enlaces 10 hay un artículo de Marco Focchi, un psicoanalista italiano, que se titula “Neutralidad y elección”[4] y que se basa en seminario “Problemas Cruciales del Psicoanálisis” donde Lacan toma el juego “Piedra, papel o tijera”, que podríamos hacer equivaler a otros tres términos que serían sexo, saber y sujeto, equivalencia que no nos serviría del todo, ya que mientras que en el juego de “Piedra, papel o tijera” los tres se enlazan en un movimiento circular, los términos circulan entre sí, el trío de sujeto, saber y sexo no pueden girar y enlazarse de la misma manera porque uno de los términos no es equivalente a los demás, y ese es el sexo. Si sexo no es equivalente a los demás, es porque no se puede saber sobre el sexo, lo que más adelante en la enseñanza de Lacan se va a nombrar como “no hay relación sexual”. Lacan había intentado decirlo con otros juegos, como por ejemplo con el de par e impar que se encuentra en su seminario sobre “La carta robada”.[5] A Lacan le gustaban estos juegos, el de “Piedra, papel o tijera”, o el juego de las morras, que es un juego de salón un poco más divertido. Sobre esto hay un artículo que publicó Pablo Russo en la revista Lacaniana,[6] en el que justamente compara piedra, papel o tijera con sexo, saber y sujeto. Como hemos señalado antes, saber y sujeto podrían ser equivalentes, pero sexo nunca lo sería. Podemos ver cómo a partir de un juego, Lacan trata de explicar algo de la relación del sujeto con el sexo y con el saber.

Así como siguiendo a Miller podríamos decir que entre las palabras del título del seminario no se trata de traducción sino de canje, se canjea l’insu que sait por insuccés, es decir, por el fracaso, y l’ une-bévue por Unbewusste, una-equivocación por inconsciente, en este caso entrecruza los juegos de estos dos seminarios. Tal como venimos señalando, uno de los seminarios donde aparece el juego de “Piedra, papel o tijera” se llama “Problemas cruciales del psicoanálisis”, y en este caso considero que uno de los problemas cruciales del psicoanálisis es situado por Lacan en el seminario “L’insu…” –en el que se refiere al otro juego, al juego de las morras– en la clase del 13 de marzo de 1977 que lleva por título “La estafa psicoanalítica”, en donde Lacan se pregunta cómo es posible incidir sobre lo real a partir de lo simbólico. Es decir que si lo simbólico no puede incidir en lo real, entonces el psicoanálisis es una estafa. Y a mi gusto, ese es el problema crucial del psicoanálisis. Supe por referencias posteriores, que ese 13 de marzo de 1977 fue la primera vez que asistí a una clase de Lacan. En aquél momento no me di cuenta ni siquiera de en qué seminario, ni en qué clase estaba; supe después por la fecha que había asistido justamente a esa clase que para mí quedó para siempre como inolvidable, no tanto por lo que escuché, sino porque me encontré muchos años después trabajando una y otra vez sobre esta clase, sin saber –porque era ese saber no sabido– de la marca de goce que dejó, que no fue de saber porque debo confesar que no entendí nada. Era una época en la que Lacan farfullaba con los nudos, hablaba bajito, y yo salí de esa clase diciendo, con esa certeza de la juventud, “Este hombre no es Lacan”, porque para mí Lacan era el personaje de las fotos que estaba en los escritos, un hombre muy buen mozo y joven. En esa oportunidad, entonces, Lacan estaba hablando de la estafa psicoanalítica, cosa que supe aprés coup, cuestión que a mi entender es el problema crucial del psicoanálisis, es decir, la cuestión de si lo simbólico puede o no incidir en lo real. Por supuesto, Lacan le encuentra una vuelta.

Si hablamos de lo real en lo simbólico, estamos hablando de la angustia; cuando algo de lo real entra en lo simbólico, eso se llama angustia, tal como podemos verificarlo en lo que Freud ubicó como lo siniestro, que también provoca angustia. Podemos tomar, por ejemplo, “El hombre de la arena”, el cuento de Hoffmann, en donde el hecho de que lo inanimado se torne animado es algo siniestro que provoca angustia. Lo siniestro freudiano es que lo extraño se vuelva familiar, o que lo familiar se vuelva extraño; se trata del famoso unheimlich, del que incluso se pueden reconocer marcas en el cuerpo porque la angustia se siente en el cuerpo. Es por ello que, según Lacan, es el único afecto que no engaña; Lacan considera que todos los demás sentimientos mienten, menos ese, que no engaña porque se lo siente en el cuerpo, y es el que mejor conocemos, es el fenómeno que se produce cuando algo de lo real toca lo simbólico. Podemos verlo también en lo que ocurre en la alucinación para el psicótico, o en el déja-vu para el neurótico, esa sensación un poco angustiosa que se tiene cuando se produce la situación de haber visto, o de haber pasado ya por determinada situación. Hay otras cuestiones que provocan angustia; podríamos tomar las películas de terror, las más antiguas que provocaban esa angustia porque quizás las de ahora son cada vez más ingenuas, pero tratan de buscar ese efecto, por ejemplo, con los muertos vivos. Ocurre que hoy día se ha vuelto un tema ya tan retomado por diversos films que no le provoca angustia a nadie, pero seguramente cuando Edgar Allan Poe escribió sobre esto fue todo un impacto el imaginar que regresaran los muertos. Otro ejemplo podría ser el de la película El Resplandor, dirigida por Stanley Kubrick y protagonizada por Jack Nicholson, sobre una novela de Stephen King. Observen qué combinación tenemos aquí: es Stephen King, más Stanley Kubrick, más Jack Nicholson. Se trata de una película de los años 70, en la que hay una familia que va a un hotel deshabitado, pues el padre, Jack Nicholson, consigue un trabajo como cuidador de un hotel durante el invierno, en una época en la que nadie podía llegar hasta allí, al que se presenta con su mujer y sus hijos. En el hotel empiezan a pasar diversas cosas, y los muertos que habitaban allí se apoderan del padre que se transforma en un ser monstruoso, y la madre y los hijos tenían que huir de ese lugar.

Es en la clase “La estafa psicoanalítica” en donde Lacan modifica la expresión de “yo no busco, encuentro”. Dice: “Hace mucho me sucedió decir, a imitación de un célebre pintor – se refiere a Picasso– ‘yo no busco, encuentro’. En el punto en que estoy, no encuentro tanto como busco”. Uno podría decir que la enseñanza de Lacan, incluso que un psicoanálisis entero, pasa por allí, ya que primero uno no busca, encuentra, es el momento divertido del inconsciente, es el momento del descubrimiento. Pero después viene la meseta, una época en la que uno busca sin encontrar tan fácilmente. Ocurrió en la enseñanza de Lacan; ocurrió en la obra de Freud, y ocurre en un análisis. En ese sentido este seminario es importante porque tiene que ver con lo que es el final de un análisis. Y es verdad que aquello tan bonito de “yo no busco, encuentro” sigue teniendo un punto de verdad porque no vamos a negar la contingencia, aunque con la contingencia del encuentro solamente no alcanza.

La otra clase de Lacan a la que tuve oportunidad de asistir es la que lleva por título “La varidad del síntoma”, que también es un neologismo, porque la palabra que aparece es “varité” que condensa verité, verdad, y varieté, variedad. Podríamos decir que en ella se trata de “la varidad del síntoma” o “la varidad de la verdad”.

Volviendo al tema del inconsciente real, en el “Coloquio Seminario sobre el Seminario 23 de J. Lacan”, que se llevó a cabo el 29 de marzo de 2007,[7] le pregunté a Eric Laurent acerca de por qué Miller, que había establecido el capítulo 9 de ese seminario con el título “Del inconsciente al síntoma”, se refería a él como “del inconsciente real al inconsciente transferencial”. Laurent respondió que ese es todo un tema porque en realidad es una especie de oxímoron decir inconsciente real, ya que el inconsciente pertenece a lo simbólico, estamos acostumbrados a pensarlo en lo simbólico y no en lo real. Un oxímoron es una contradicción en sí misma. Intentemos aclarar entonces qué quiere decir eso.

Miller llamó al inconsciente transferencial para diferenciarlo de uno que sería real; y si hay inconsciente real, entonces no habría estafa psicoanalítica. Y así como la presencia de lo real en lo simbólico es la angustia, la presencia de lo simbólico en lo real, dice Lacan, es la mentira. Al decir que la presencia de lo simbólico en lo real es mentira, está diciendo que hay una estafa, pues que no haya ninguna presencia de lo simbólico en lo real quiere decir que tenemos que acceder a lo real de otra manera que no sea por lo simbólico. Pero, ¿cómo podemos acceder de otra manera que no sea lo simbólico? En ese sentido habría entonces dos inconscientes según el ultimísimo Miller, que lee al ultimísimo Lacan con su propia lectura, por supuesto y hace un aporte importante.

Nosotros partimos desde lo que es nuestra novela familiar, de los asuntos de familia, o como el título de un artículo de Miller, desde las “Cosas del familia en el inconsciente”. ¿Qué quiere decir esto? Que en realidad uno tiene que conocer la novela familiar, que el analizante va a dar muchas vueltas alrededor de esta novela familiar, porque la novela familiar no solamente tiene que ver con el significante, también son marcas de goce que quedaron, cosa que el analizante no sabe. Entonces, cuenta historias, como que fue victimizado de algún modo por sus padres, sin reconocer la marca de goce que hay allí cuando se ve como víctima de su familia. Si bien todo eso es cierto, es la dimensión del inconsciente como el discurso del Otro, o bien que el destino son los padres, que es lo que sostenía Freud. Pero ocurre que encontramos la llamada compulsión a repetición, que un sujeto repite y repite lo que más odia de uno de sus padres o de ambos… y no sabe por qué diablos lo hace. Eso es algo que le interesó mucho a Freud, tanto que inventó el psicoanálisis por eso, entre otras cosas. ¿Cómo puede ser que las personas repitan lo que más odian de algunos miembros de su familia? Porque es una identificación, el sujeto puede hablar de ella, puede reconocerla pero no puede evitar repetirla. Esa repetición está vinculada al fantasma, no es del orden el síntoma.

En ese sentido, podemos decir que si dejamos al analizante sólo hablar, como hacía Freud, que diga todo lo que se le ocurra, el analizante hablará su familia, de la actual, de la de origen. En “Cosas de familia en el inconciente”, Miller plantea que en realidad en la familia no se tata del padre, la madre y el niño, sino que se trata del Deseo de la madre, del Nombre del Padre y de los objetos a que son los niños. Decir el Nombre del Padre en vez de padre; decir Deseo de la madre, en vez de madre, y más aun, decir objeto a en vez de niño, es bastante revolucionario en una época en la que se ha puesto tan de moda la teoría del apego de la madre con el niño.

Volviendo al tema del inconsciente real y el inconsciente transferencial, podríamos armar un cuadro de doble entrada. El inconsciente real, que es esta marca de l’ une-bévue, estaría del lado del goce del Uno, que no es el goce del Otro y tampoco es el deseo del Otro. Hasta ahora veníamos hablando del deseo del Otro, cuando el sujeto es hablado por el Otro, como por ejemplo en el Grafo del deseo, en donde podríamos decir que el sujeto habla en nombre del deseo del Otro, lo cual es muy común tanto en la histeria como en la obsesión. Entonces, una cosa es el deseo del Otro y otra, el goce del Uno. ¿Por qué el goce es del Uno? Porque es el único que puede haber. La idea de que el goce es compartido es una idea romántica, en realidad cada uno está solo con su goce. Aun si está con el otro, siempre se está solo con su goce, porque las marcas de goce que constituyeron su fantasma y que darán origen a su síntoma son del Uno, son absolutamente singulares, no son para nada del Otro, y a ese nivel ya no se trata de que somos hablados por el Otro, esto es sin palabras, es la marca de goce que todavía no hace palabra. Así, podríamos incluir en el cuadro de doble entrada, goce del Uno, l’ une-bévue y el azar. Es decir que esos términos van todos juntos: el goce del Uno, la una-equivocación, una y singular de cada uno, y el azar. Del otro lado ubicamos el deseo del Otro, el inconsciente y, según el ultimísimo Miller, tendría que agregar el inconsciente transferencial.

¿Qué ubicamos como lo contrario al azar? El destino, porque nadie cree que el destino es azaroso. Todas las personas dicen: “siempre me pasa a mí”, “la verdad es que tengo la vida muy difícil”, “yo no sé por qué a mí en la vida me tocó todo tan difícil”, “yo creo que hay gente que le es tan fácil la vida, y uno verdaderamente, cómo la sufre”, “¿por qué a mí?”, “¿por qué me pasan todas a mí?”. El otro, a quien la vida siempre le es más fácil, puede ser el marido, el padre, quien sea; ese otro es una coartada formidable, y solo pueden dejar de creer en el otro en un análisis, si el analista les impide la coartada y si están dispuestos dejar de tener esa coartada.

Si el inconsciente real es el goce del Uno y es azaroso, es porque no está marcado como destino. No se trata de lo que haya hecho o no el padre, de lo que pasó entre los padres, o entre los hermanos, o de pensar que solamente podría ocurrirle al sujeto determinada cuestión en la vida. Eso es un destino, en el que uno siempre será el héroe de su propia novela, y el héroe, ya desde los griegos, es aquel que va a ser traicionado. Entonces si uno es el héroe de su propia novela y el héroe es aquel que va a ser traicionado, uno siempre se siente traicionado. Este no es el goce del Uno, éste es el yo que afirma “a mí me pasa siempre lo mismo, ¡que se le va a hacer!”

INCONSCIENTE REAL
la una-equivocación (l'une-bévue)
goce del Uno
azar
INCONSCIENTE TRANSFERENCIAL
inconsciente S1-S2
deseo del Otro
destino

Por otra parte, ese goce del Uno es lo que vamos a llamar sínthoma singular, en el sentido de sinthome, mientras que del lado del inconsciente transferencial están los síntomas en plural, las formaciones del inconsciente, el deseo del Otro, el destino. Es lo que podemos encontrar delimitado en El seminario 6, El deseo y su interpretación, en donde encontramos el grafo del deseo que es un grafo sobre el sujeto y el Otro, de la relación del sujeto al Otro. Por eso es el grafo del deseo y no es el grafo del goce. Mientras que del otro lado tenemos el goce del Uno, el inconsciente real o la una- equivocación, el azar y el sinthome. Por eso es que Lacan usó otra ortografía para escribir síntoma, y por eso nosotros también le ponemos la h intermedia y lo escribimos sínthoma. De ahí que podemos sostener que el sinthome está del lado del goce del Uno. ¿Qué quiere decir? Que el sinthome es del Uno, y el inconsciente transferencial es del Otro.

INCONSCIENTE REAL
la una-equivocación (l'une-bévue)
goce del Uno
azar de los gruesos errores
sinthoma (sinthome)
INCONSCIENTE TRANSFERENCIAL
inconsciente S1-S2
deseo del Otro
destino
síntomas

El fracaso del inconsciente –ahora tendría que agregar transferencial–, el fracaso del inconsciente transferencial es el amor al sinthome, porque llega un momento en el que uno tiene que amar su síntoma. Es más, lograr una identidad sintomal, una identidad porque no es una identificación. Las identificaciones no son del orden del Uno, son con el Otro.

Si hay algún concepto de identidad en psicoanálisis no es la de la ley de identidad de género, porque en eso estamos en desacuerdo con la teoría del género porque no somos nominalistas. Frente a alguien que dice “soy mujer”, y con que lo diga ya esté escrito ahí y por ello pueda pasar a lo real de la operación, no podemos estar de acuerdo, un analista tiene que comprometerse con lo que es suceso de su tiempo, en este caso, la ley de identidad género y la ley del matrimonio igualitario. Esas dos leyes salieron en estos tiempos actuales. En Francia, Miller se hizo invitar en diversos espacios para hablar a favor del matrimonio homosexual; tenemos que reconocer que aquí nosotros no nos hacemos invitar, y en ese sentido habría que hacer el intento, porque de lo contrario nos quejamos de que los psicoanalistas no somos escuchados, pero al mismo tiempo no lo intentamos. Él se hizo escuchar, y en eso no estaban de acuerdo todos los lacanianos. Los lacanianos referidos al primer Lacan, sostenidos en la noción del Nombre del Padre, afirmaban justamente que las uniones del mismo sexo iban en contra del Nombre del Padre, sobre todo si tenían hijos. Pero los lacanianos que pensamos al padre desde el ultimísimo Lacan, tenemos que estar de acuerdo con el matrimonio homosexual. Pero a nivel de ley de identidad de género la cuestión es otra cosa, porque esa ley se sostiene desde una postura nominalista, por eso se llama identidad de género. No estamos de acuerdo con esa identidad que sería la identidad nominalista, o performativa, en la que alguien se declara mujer o se declara hombre, y entonces es mujer o es hombre. En eso, se trataría de lo simbólico decidiendo lo real de la operación.

Cuando hablamos de la identidad con el propio síntoma hablamos de otra cosa. En ese caso, uno termina por ser su síntoma, es una especie de invención, pero que no es una invención ex nihilo, no es una invención de la nada. Es una invención que parte de esa primera marca de goce que es del orden del goce del Uno, incluso podríamos decir del inconsciente real, de la una-equivocación. Miller la llama el azar de los gruesos errores. ¿Errores de quién?, de nadie, errores de cómo quedó la marca de goce para ese parlêtre. Los errores, entonces, en el sentido de la una-equivocación, una porque es única y singular para cada uno.

Completaríamos así el cuadro:

INCONSCIENTE REAL
la una-equivocación (l'une-bévue)
goce del Uno
azar de los gruesos errores
sinthoma (sinthome)
identidad sinthomal
invención
INCONSCIENTE TRANSFERENCIAL
inconsciente S1-S2
deseo del Otro
destino
síntomas
identificación
repetición

Voy a servirme de un ejemplo, que es un caso clínico que presentó Pablo Russo en ocasión del Coloquio Seminario sobre el Seminario 23 que mencioné anteriormente. El caso sirvió para ejemplificar la famosa frase de Lacan de ese seminario, en la que sostiene que se puede ir más allá del padre a condición de haberse servido de él.[8]

Se trata de un joven de 26 años que lo consulta afirmando que no podía continuar viviendo en el modo en que lo hacía, su modo de vivir le era insoportable. Siendo adolescente, luego de un fracaso sexual con una prostituta, se había literalmente encerrado en su casa y en su habitación por un año. Abandonó todas sus actividades y cortó todos sus lazos, dedicándose a una compulsiva mortificación centrada en sus pensamientos, fantasías y pesadillas, pero también dirigida hacia su propio cuerpo. Es decir que no se trataba solamente pensamientos sino que consistía en acciones de mortificación sobre el cuerpo. Según lo refiere Pablo Russo, es hijo de un prestigioso intelectual perverso y de una madre sufrida y sumisa, ha ido construyendo un fantasma de violación, bastante común en la obsesión. Es un fantasma que estaba presente en el Hombre de las ratas a través del tormento del Hombre de las ratas, que sería una fantasía de violación por el ano. También está presente en el Hombre de los lobos, un caso más grave que el anterior, en el que el fantasma de violación bascula entre dos escenas: en una él es violado por su padre, y en la otra él viola a una mujer, ocupando el lugar del padre. El síntoma del Hombre de los lobos estaba articulado a este fantasma, aunque es evidente que no se trata de un síntoma sino de una fantasía. La palabra fantasma es el pasaje al francés de la palabra fantasía en Freud, palabra que resulta preferible porque tiene que ver con algo más profundo. Un ejemplo interesante del fantasma es el que comenta Miller en su seminario dictado en Buenos Aires en el año 1981 titulado "Síntoma y fantasma”. Les recomiendo su lectura, porque es una herramienta muy útil para separar claramente el síntoma del fantasma. El fantasma que Miller refiere allí es el fantasma de una mujer relacionado con El Jorobado de Notre Dame, la novela de Victor Hugo. La mujer en cuestión tenía una fantasía ligada a esa novela, como ocurre en muchas mujeres que suelen tener fantasmas ligados a telenovelas, a novelas, a películas, según su grado de cultura. En el caso que menciona Miller, el fantasma consistía en que ella era una lavandera, como lo era Esmeralda, la protagonista de El Jorobado de Notre Dame. En dicho fantasma se trataba entonces de ser una lavandera, de amar a un sacerdote –también con cierta semejanza con la novela en la que hay un sacerdote– y arder quemada como una bruja, cuestión esta que aleja al fantasma de la trama de la novela. Es importante aclarar que arder puede referirse tanto a los ardores amorosos, como a ser verdaderamente castigada, incluso puede referirse al fuego del infierno. Ese arder de la frase fantasmática es bastante ambiguo. También puede referirse al sueño que analiza Freud, el de “¿Padre, no ves que ardo?”. La frase entonces es “ser una lavandera, amar a un sacerdote, arder quemada como una bruja”. En verdad, el carácter impersonal de la frase nos remite al fantasma de “Pegan a un niño”: “Ser violado, violar, hacerse violar” también, pues son las conjugaciones que hace Freud de la pulsión y que encontramos ubicadas en el fantasma.

Volviendo al caso que presentó Pablo Russo, lo que este joven hacía siempre era huir hacia el aislamiento para tratar de huir de sus fantasías, que es semejante al gato que se quema la cola, sale corriendo y no va a detenerse aunque le siga ardiendo la cola, ya que las fantasías no de detienen con esa huida pero aún así se encierra. Pretendía huir de eso y, como por supuesto sus fantasías estaban en su cabeza, no había demasiada posibilidad de huida. En muchas oportunidades la gente dice “me voy al diablo”, pero realmente no hay adonde ir, porque eso que atormenta va con ellos a todos lados. Ese es todo el problema, el sujeto se encuentra encerrado en su cuarto, solo y aislado de todo el mundo, pero aún así seguía teniendo la misma fantasía, lo cual se fue volviendo insoportable porque ya no podía culpabilizar a ningún otro. No atendía el teléfono, no hablaba con los amigos.

En las entrevistas comenzó contando la tortura familiar, por supuesto, como empieza todo el mundo. Además el analista tiene que hacerlo hablar de eso, de la tortura familiar, para favorecer la entrada en análisis. Entonces en la consulta con el analista comienza a desplegar a borbotones todo lo que había guardado y encerrado, y podríamos decir que a fin de cuentas fue a verlo para eso. Comienza a relatar todo con mucha angustia y a borbotones, en un despliegue difícil de escandir, bajo la forma de un relato desaforado de sus vivencias infantiles de temor y terror a partir de los ataques insensatos del padre hacia él, hacia su hermana y hacia su madre. Retoma vivencias situadas alrededor de los 9 años, que es cuando se separan los padres, vivencias que “solucionaba”, así entre comillas, huyendo hacia el encierro en su cuarto y con la práctica gozosa de fantasías y actos autoflagelantes. Por supuesto que cualquier evitación o defensa frente a esa fantasía, como ocurre con todo obsesivo, se le teñía de la misma sensualidad que trataba de evitar. Freud ya lo decía, que la represión misma podía contagiarse de lo mismo de lo que el sujeto trataba de defenderse, razón por la cual la represión misma terminaba por ser erotizada, tal como se evidencia en la definición del superyó. El superyó freudiano, que se supone que va contra los impulsos sexuales, finalmente se tiñe de goce. De ahí la genial frase de Freud en la que plantea que “cuanto más virtuosos, más culpables”, porque la satisfacción pulsional reprimida se desplaza a la represión de dicha satisfacción de la pulsión. Podríamos decir que es Freud leyendo el imperativo categórico kantiano, ya que Kant fue también una referencia de Freud, no sólo de Lacan. Es importante aclarar que el superyó de nuestros tiempos es aún peor que la versión freudiana, porque en vez de ordenar que hay que gozar menos, nos dice hay que gozar más, nos hace sentir culpables de que gozamos poco, por lo tanto uno tiene que insistir, por ejemplo, en consumir cada vez más objetos, comprarse más cosas, tomar más sustancias. Consumir, en todos los sentidos que ustedes quieran darle a la palabra, cada vez más cosas. Todos adictos, porque el superyó ordena gozar, pero cada uno en su adicción. No pide que reprimamos el goce, sino que pide: “¡Gocen más!” Entre los adolescentes es observable cómo, cuando van a “la previa” con los amigos, se sienten juzgados de mala manera si no toman alcohol. Entonces tienen que tomar porque el impulso es: “gozá más, probá esto, probá lo otro”, porque de lo contrario son considerados tontos por sus amigos. Así es que prueban, ¿por qué no van a hacerlo? Conozco toda clase de reacciones por parte de los padres sobre esto: los que lo prohíben, que es algo que no sirve para nada. Conozco también algunos que dijeron: “Hagan la previa en casa que les vamos a comprar buenas bebidas alcohólicas, de marca, para que, por lo menos, si quieren emborrachase, tengamos un cierto control”. Ilusiones, porque los chicos no quieren eso, quieren las que no son de marca, pero sobre como es una ilusión creer que se puede controlar eso.

Volviendo al caso que comentábamos, el sujeto era un obsesivo clásico a pesar de ser de nuestro tiempo, porque la misma autoflagelación que era para castigarse por sus malos pensamientos gozosos, se le contagiaba de goce. Este es el ABC de la clínica de la obsesión, en donde es posible notar que la misma defensa frente aquello de lo que se quiere defender, es decir el goce, se contagia inmediatamente de goce. El sujeto se flagelaba por pensar esas cosas, y luego se sentía culpable de haberse flagelado, así de simple. Por ello el obsesivo vive en un verdadero tormento.

Por otra parte, todas estas cuestiones aparecían ante cualquier manifestación del deseo, ya sea el deseo por una mujer, ya sea el deseo por estudiar algo que realmente le gustaba. Había elegido una carrera que era cercana a la profesión del padre, lo cual resultaba bastante complicado.

En el primer movimiento del análisis, entonces, el analista le dice: “Su padre es un torturador”. Del mismo modo que procede Freud con Dora cuando de alguna manera le dice “su padre es un mentiroso”. En realidad, no importa mucho si el padre era un torturador, aunque en realidad se trataba de un padre perverso que, en efecto, era un torturador. Pero más allá de eso, la maniobra que hace el analista es para alojarlo. Cuando Eric Laurent comentó este caso afirmó que fue muy jugado por parte del analista haberle dicho esto, pero que estuvo muy bien en haberlo hecho.

El paciente, poco tiempo antes había comenzado una relación amorosa con una chica, con la que tenían en común que los dos habían tenido una familia horrorosa. De ese modo, se juntaban para contarse sus cuestiones familiares y verificar qué familia era la más horrorosa. Por supuesto que después de contarse todo eso tenían dificultades para tener relaciones sexuales, porque eran neuróticos. Si hubieran sido perversos, quizás se hubieran entusiasmado contándose esas cosas, pero no era el caso.

Entonces, en una segunda intervención el analista le dice: “Todas sus defensas contra este padre torturador le han servido para vivir, y no sólo para vivir, sino para sobrevivir”. Otra intervención fuerte, ¿no es verdad? Entre la primera intervención y la segunda, el analista va a un control y se da cuenta que estaba bien haberle dicho que su padre era un torturador, pero que también tenía que ver con el propio fantasma del analista acerca de cómo salvarlo. Con cierto horror, el analista descubre cuál era el punto fantasmático que se estaba jugando en él. De ahí la importancia del control, para verificar el punto fantasmático del analista porque si un analista analiza con el fantasma, el análisis va a ir muy mal. .

La segunda intervención, entonces, está marcada por ese control y, al modo de las inversiones dialécticas del texto de Lacan “Intervención sobre la transferencia”9 sobre el caso Dora, esta segunda intervención es casi lo contrario de la anterior, le dice. “No todo lo que a usted le pasa en su vida tiene como causa a sus padres”. Primero afirma: “Su padre es un torturador”. Segundo momento, lo quiero salvar, entonces: “No todo lo que a usted le pasa en su vida tiene como causa a sus padres”, o sea intenta responsabilizarlo. ¿Cómo era en el caso Dora de Freud? Primer paso: “Su padre es un mentiroso”. Segundo paso: “¿Cuál es su complicidad en todo aquello lo de lo cual usted se queja?” Estos pasos, que son siempre un observable en la histeria, es posible verlos también en la obsesión. El analista le dice al principio “su padre es un torturador”, pero no es sin pasar por el control que le puede decir luego, en un segundo momento, “pero no todo lo que a usted le pasa en su vida tiene como causa a sus padres”. Si no llegamos a ese punto, nos quedamos del lado del deseo del Otro, del inconsciente transferencial, del destino. ¿Qué diablos va hacer uno con su destino si los padres son así? Si el padre fue un torturador, ¿qué puede hacer este muchacho si no le decimos que no todo lo que le pasa en su vida tiene como causa a los padres, que tiene su responsabilidad de goce? Este es su goce y su responsabilidad por ese goce. En ese nivel podemos situar el goce del Uno, porque coincide con una marca inicial que tuvo algo que ver con su historia, pero es una manera singular que se constituyó así para él, no para su hermana o para su otro hermano. Así, a la vez tiene algo que ver, pero a la vez no tiene nada que ver, porque la marca de goce es del Uno y es sinthomática, es el azar de los gruesos errores; está l’ une-bevue, la una-equivocación, que no es el acto fallido como formación del inconsciente, esa una equivocación muy anterior a las equivocaciones de los lapsus, y es muy diferente de los lapsus como formaciones del inconsciente.

A partir de esta segunda intervención ocurre un viraje en el análisis, por supuesto que esto ha tomado si tiempo, habían pasado cuatro años más o menos. Cuando el analista le dice que su padre es un torturador, el sujeto no se sorprende de nada, pero se alivia. O sea, hay que dejarlo que se alivie un poco para alojarlo, pero no tanto porque de lo contrario va a quedar todo en términos de que fue culpa del destino y entonces al sujeto no le queda otro destino que el de torturarse siempre. El obsesivo cree firmemente que sólo le quedará en la vida torturarse, así como la histérica cree que todo lo que le pasa tiene que ver con el otro. El movimiento que comienza a producirse para este paciente es que cambia de carrera, y mientras que la carrera anterior estaba ligada a las letras, pasó a dedicarse a la música. Empezó a salir de ese lugar en el que estaba emplazado, comenzó a poder tener relaciones sexuales, cosa que le era imposible porque se le interceptaban estos pensamientos, de ser violado, o de estar violando a la mujer, lo cual abre el espacio para una nueva cuestión más vinculada al deseo, a su propio deseo. El sujeto todavía no está en un fin de análisis, como se puede percibir. En realidad, un Analista de la Escuela, un AE, es quien puede contar un fin de análisis, los analistas no pueden contar el fin de analistas de sus pacientes, salvo que no sean analistas, y no es tan fácil que alguien que no es analista arribe a un fin de análisis. Puede pasar, pero en general abandonan antes, mientras que el que es analista no, porque el analista quiere ir hasta el final, porque sabe que va a tener que acompañar a otro hasta el final. Muchos que no son analistas dicen: “bueno, estoy bastante bien, las cosas más o menos se arreglaron en mi vida, estoy mejor”, y uno también tiene que aprender a aceptar que se llegó hasta allí. En un control con Miller me ocurrió que me dijo: “Mónica, no todos tienen tu deseo”. No dijo nada más que eso en todo el control. Parece una tontería, pero no lo fue, porque en los análisis que conducía yo quería que todos tuvieran mi deseo. Tuvo esa intervención porque yo estaba queriendo llevar al analizante a un punto que iba más allá de su deseo, por eso lo fui a controlar, porque era mi deseo llevarlo más allá de su deseo, él no quería ir tan lejos, por así decirlo. Los controles son maravillosos, a veces con una sola frase.

En el momento en que Pablo Russo transmite este caso, el sujeto estaba todavía en análisis; los sufrimientos se habían amortiguado, pero por supuesto no habían desaparecido, cambió de carrera, en fin, se produjo mucho de los que se llamaría vulgarmente resultados terapéuticos. No es del todo correcto porque se trata de más que eso, ya que se lo está responsabilizando de su goce. No se trata de que simplemente que esté mejor y le demos una palmadita en el hombro, sino que se trata de que sea responsable de su goce, que es del Uno, es el suyo solo, los demás miembros de su familia no tienen su modo goce aunque hayan sufrido por tener el mismo padre torturador. En realidad no era el mismo padre, así como tampoco era el mismo parlêtre, ni era mismo goce, porque el goce es del Uno, no es del Otro. No es el goce del padre, es el goce de él. Cuando el analista le dice “no todo lo que a usted le pasa en la vida tiene que ver con sus padres”, le está diciendo “responsabilícese de su goce”, y esta es una maniobra que hay que hacer incluso en los análisis de niños.

Para Eric Laurent estuvo bien que el analista le haya dicho que su padre es un torturador, porque a veces hay que aliviar un poco al sujeto, porque este muchacho no podía más con su alma, tampoco hay que creer que el analista lacaniano sería un malvado, porque de ese modo pasaría a ser el torturador. Sí hay que señalarle de algún modo, sin explicárselo, que al inflingirse las autoflagelaciones, los autocastigos, ya sean del pensamiento o en acto, estaba identificado con el padre torturador, por eso tenía la fantasía o de ser violado por el padre, o de violar a una mujer, como él suponía que el padre hacía con la madre, no sólo a nivel sexual, sino también porque le pegaba, etc. Cuando tenemos casos de traumas muy fuertes, hay que tomar esos traumas, pero también hay que relativizarlos.

El segundo movimiento es frente a la intervención “no todo lo que a usted le pasa en la vida tiene como causa al otro”, hay un goce del Uno, ese goce del Uno es anterior al deseo del Otro, anterior en la constitución subjetiva del parlêtre. Eso es lo que Miller decidió llamar inconsciente real. ¿Por qué inconsciente? Porque tiene el l’une-bevue, pero esa l’une-bévue que es el fracaso del inconsciente transferencial, habla de un inconsciente real. En fin, hay allí en juego toda una cuestión que conversé públicamente con Eric Laurent en el Coloquio-Seminario que les mencioné porque me preguntaba por qué hay que seguir llamándolo inconsciente. Y es así porque Lacan mismo dice en “L’insu…” que “el inconsciente no tiene nada que ver con la consciencia, ¿por qué, en consecuencia, no traducirlo muy tranquilamente por l’une-bévue?”[10] Es decir que a Lacan no le gustaba la idea de inconsciente, porque la idea de inconsciente todavía está referida a la conciencia. Entonces remite cierta intencionalidad, y hay que olvidarse de toda intencionalidad. Es en ese sentido que llamarlo inconsciente a la altura del seminario "L’ insu...”molesta a Lacan porque le da al inconsciente una intencionalidad, puesto que podría entenderse simplemente como lo que no es consciente. Laurent lo explica del siguiente modo: “Es verdad que Lacan al año siguiente [es decir al año siguiente del seminario 23] trata de no llamarlo más inconsciente, es decir, nada que tenga que ver con cualquier procedimiento de la conciencia o de supuesta consciencia o de lo que pasa a nivel de la consciencia”.[11] Hay una larga tradición en la filosofía sobre la conciencia, y aún el término freudiano de inconsciente, de alguna manera, se apoya en esa larga historia de la filosofía aunque sea para negarla.

En definitiva, lo que el analista le dijo a ese analizante es que no todo es cosa de familia en el inconsciente, nada más ni nada menos que eso.

Pero, ¿con decir una palabra incidió sobre lo real? Entonces ¿lo simbólico incide sobre lo real? No es sólo eso, porque el paciente empezó a faltar, empezó a llegar tarde y entonces Laurent afirma sobre esto que el analista empezó a dejar que él hiciera un poco de amo y a hacer semblante del torturado, hacer semblante de que se dejaba torturar un poquito por él. Eso es en acto, no está la palabra. En efecto, como empezó a sentirse más fuerte, comenzó a hacer en acto lo que venía diciendo que hacía, y se transformó en el amo. Laurent pensaba que había que dejarlo hacerse un poquito el amo. Por ejemplo, tengo un paciente que por años, como 10 años, venía una sesión sí y la otra no, y la pagaba por no estar. Si iba a faltar a la tercera, me llamaba, pero si faltaba a la que le tocaba faltar, no me llamaba. Ya era un chiste entre nosotros, y los dos ya nos reíamos porque había que dejarlo alojar su fobia, tenía que poder sentir que podía faltar. Pero en realidad, como era un hombre bastante obsesivo, sus faltas, eran sistemáticas, un martes sí, al otro martes no, y así sucesivamente. Si sería el tercer martes que iba a faltar me llamaba, si era feriado también, porque se rompía el acuerdo, hasta que un día dejó de ocurrir. Era un sujeto muy inteligente, y yo sabía que no había manera de que ese análisis funcionara si yo no admitía esto, entonces decidí admitirlo. Estas son intervenciones en acto, donde también, como en el caso de Pablo Russo, dejé que él fuera el amo sobre mí, un poco, nada más. Por supuesto que esa era su manera de goce que tenía con el Otro que se ponía en juego en el tratamiento. Siempre llegaba tarde, sus amigos nunca sabían si iba ir a sus fiestas o no hasta último momento, su mujer tampoco. Alguna ocasional amante tampoco lo sabía. Era su regla en la relación con todo otro, pero había que hacerla pasar por el análisis, no bastaba con decírselo, había que “dejarse torturar” un poquito. Por supuesto que yo le mostraba que no era demasiada tortura, porque cuando se iba, cuando llegaba, me reía y él también se reía, ya era una complicidad que teníamos. Nadie se enojaba y no mediaba ni una palabra. Por eso digo que no se puede incidir tampoco tan fácilmente, que a veces es necesario, sobre todo en la obsesión, que no se preste tanto a la palabra: en la obsesión a veces hay que hacer. Y no es casual que los casos que les estoy contando sean de obsesivos, el caso de Pablo Russo y el mío también. Uno de los casos es el de un obsesivo con ciertos rasgos fóbicos, o sea, que se trataba de que no se sintiera nunca atrapado por el Otro, hasta que quedó claro que ese era su goce del Uno, su goce de la una-equivocación, y lo empezó a decir él, lo empezó a ver por sí mismo ya que se trataba de algo que siempre le hacía al otro, sistemáticamente. Por supuesto, al principio lo contaba de costado, porque tampoco iba de frente, no fuera que se develara nuestro pacto silencioso, pero en una oportunidad comentó que era lo que a él le hacía hacer sufrir el padre cuando era chico. Después empezó a decir que en realidad eso era lo que él, el paciente, le hacía a la madre. Luego, ya empezó a decir que era lo que él hacía en general, es decir que era la única manera que tenía de relacionarse con el otro y que de otro modo no se sentía cubierto, se sentía muy vulnerable frente al Otro. Porque en el fondo era muy vulnerable frente al Otro para tener semejante defensa. Algunos, siguiendo a Miller, hablan de perturbar la defensa, y efectivamente todo el tiempo hay que perturbar la defensa, pero eso es relativo porque si uno está frente a una histérica enloquecida, como por ejemplo la muchacha de la última historia de la película Relatos Salvajes, uno no va a perturbar la defensa, porque ya la tiene bastante perturbada. Entonces hay que ser cuidadosos con esa regla general, con aplicarla a todos los casos. En el caso de este obsesivo, la manera de perturbar la defensa fue sutil, no fue decirle “usted tiene que venir todos los martes, y a la tercera vez que falta no venga más”, porque si se le dice eso la defensa se hace más fuerte. Si, en cambio, le sonrío, hago un chiste, el paciente solo va ir entrando, porque perturbar la defensa a veces quiere decir eso simplemente, encontrar una forma hábil de hacerlo. En la obsesión, en general, hay que perturbar la defensa, lo que no siempre significa que haya que decir algo fuerte directamente, como el caso en el que Lacan le dijo a su analizante “Deme todo lo que tiene en el bolsillo”. Claro que era Lacan... Eso depende de cada caso.

Podemos ver, entonces, que el inconsciente transferenciales el discurso del Otro, el inconsciente definido como discurso del Otro. Miller dice en su seminario El ultimísimo Lacan que Joyce despertó a Lacan y lo sacó de su sueño freudiano, el de creer que el inconsciente era el discurso del Otro; ese era el sueño freudiano de Lacan, que lo llevó a formalizar el pensamiento freudiano y afirmar que el inconsciente es el discurso del Otro. Joyce arranca a Lacan de ese sueño, pues cuando llega a Joyce, Lacan ya no cree que el inconsciente sea el discurso del Otro, considera que el inconsciente es el azar de los gruesos errores, es decir, es el modo único singular y azaroso en que se grabó la marca de goce para cada parlêtre en singular, para lo cual cada parlêtre en singular tendría que encontrar su solución. Es de esperar que al final de un análisis cada uno encuentre su solución sinthomática única y singular, hay que hacer lo posible para que esto ocurra. Por eso es que ya no consideramos al síntoma como una formación del inconsciente, es decir, se trata de poder pasar de los síntomas al síntoma. Es lo que ubicaba cuando al comienzo de la clase les hablé de la identidad sintomal, expresión que prefiero a la de identificación al síntoma.

Si volvemos al caso del muchacho que presentó Pablo Russo, análisis mediante se dedicó a la música, algo que va más allá del padre, pero a condición de haberse servido de él. No se iba a dedicar a las matemáticas teniendo un padre famoso en las letras, podría haberlo hecho pero no lo hizo. Tomó un rasgo del padre y fue más allá de él, hizo otra cosa diferente que la que hacían los síntomas en los que se flagelaba, por ejemplo, desgarrándose la piel cortándose las uñas hasta hacerse sangrar. Esos eran los síntomas en plural, esos síntomas no se aman, es al síntoma en singular al que se llega amar, algo difícil de transmitir. Para hacerlo podríamos tomar los testimonios de los AE, porque no hay otra manera. Por ejemplo, el caso de un AE en el que el rasgo por el que podía elegir a una mujer era que tenía que tener cierto rasgo cadavérico, como la película de Tim Burton El cadáver de la novia, o La novia cadáver, como se llama en realidad la película en inglés. En el caso de este AE, las mujeres tenían que ser un poco cadavéricas, flacas, lánguidas, ojerosas… incluso un poquito anoréxicas. ¿Por qué? Porque la madre era muy vital, muy deseante, entonces cualquier mujer que tuviera esas características se le tornada incestuosa. La época lo ayudó de alguna manera, porque se estila que las mujeres sean flacas, contrariamente a la época de Freud y del carnicero, el marido de la paciente de Freud conocida como la Bella Carnicera, a quien le gustaban gorditas. Se trata entonces de cómo elegir una mujer que no vaya a ser como la madre, pero tampoco tendrá que ser tan cadavérica, porque si estaban muy cadavéricas acababan internadas, y de ese modo terminaban por cadaverizarlo a él, que es lo que muestra la película de Tim Burton, con la genialidad que tienen los artistas para transmitir algunas cosas. La novia cadáver lo tironea de la pierna desde la tumba cuando él está por casarse con la otra. Este AE tuvo que hacer todo un trabajo con su condición erótica porque mientras no se vuelva sintomal, la condición erótica es fantasmática. Entonces siempre tenían que ser lo contrario de la madre, tan al contrario que ya estaban en el borde de la muerte, entonces hubo que poder hacer algo diferente con eso.

Siempre está presente esta cuestión con la madre, tanto en hombres como mujeres. En un testimonio de Patrick Moribot, un AE francés, encontramos que desde chiquito hacía una equivocación entre dos palabras parecidas del francés; le decía a la madre: “Soy tu moreaux” que es una condensación entre “enamorado” (amoreaux) y “moribundo” (mourant). Es una mezcla en la que para hacer del enamorado, estaba un poco muerto. Ese rasgo relacionado con la muerte podemos encontrarlo también en el testimonio de Mauricio Tarrab, a quien de chico le decían “Moris”, que por supuesto en la pronunciación del francés equivoca con “morís”. Si bien era un apelativo cariñoso, le decían “morís”. Pero todo esto quedaba finalmente más del lado del fantasma.

Sin embargo, con eso algo se puede inventar. Por ejemplo, el último capítulo del libro Fracaso del inconsciente, amor al síntoma, anuncia lo que va a ser el curso siguiente que también salió publicado, que es que Cada uno encuentra su solución: amor, deseo y goce.[12] Entre las muchas cuestiones que abordo allí, tomo el tema de las dos Marguerite de las que habla Lacan en el “Homenaje a Marguerite Duras, del Rapto de Lol V. Stein”, es decir, Marquerite Duras y Marguerite de Navarra. ¿Quién supo hacer con su síntoma? Marguerite Duras, pues tenía un síntoma con el ser de a tres. Le pasaba en su historia, en su novela familiar; el padre los abandonó cuando eran chicos, ella se llamaba Marguerite Donnadieu y se cambió el apellido para escribir su primera novela, que se llama La impudicia y habla de la familia. Se puso el nombre de la tierra, de la comarca donde estaba enterrado el padre: Duras, que era el que la había abandonado, el que nunca estuvo. Ella vivió en Vietnam cuando era una colonia francesa, con la madre y dos hermanos, uno que era el favorito de la madre, por lo que ella siempre quedaba excluida, y otro al que ella misma protegía. Toda su vida escribió sobre estos tres, y así fueron también sus amores. La dedicatoria de ese libro, La impudicia, dice: “A Dionys, porque me enseñó a odiar este libro”. Dionys Mascolo es su segundo marido., que era el mejor amigo del primer marido, Robert Antelme. Robert Antelme es muy famoso porque fue un escritor que estuvo en los campos de concentración durante la época de la ocupación nazi en Francia. Ella y François Mitterrand, el que después iba a ser el presidente de Francia, lo sacaron literalmente de una pila de cadáveres y lo llevaron a su casa. Ella y Dionys Mascolo lo fueron reviviendo porque estaba semimuerto, hasta le daban de comer en la boca. Finalmente, ella se quedó con Dionys, como lo prueba la dedicatoria, y después tuvo un montón de parejas más. Con ese tuvo un hijo, el único que tuvo, lo cual ya es bastante decir. El ser de a tres es algo que se repitió en sus novelas y en su vida erótica, quiere decir que supo hacer con eso.

Otro caso podría ser el de Dalí, tal como lo trabajé en un artículo que está publicado en la revista Enlaces 2 y en las Lecturas On-line de la Enlaces 21[13] con el título “Dalí haciendo Gala de su síntoma”. Se trata de un juego de palabras, pues Gala se llamaba la mujer de Dalí, y Dalí a la vez era un exhibicionista, por lo tanto Dalí haciendo Gala de su sinthome es la vez ser exhibicionista, que ya era del orden de sus síntomas, y hacer de Gala su sinthome. He leído muchos libros sobre Dalí para escribir ese trabajo, algunas autobiografías apócrifas donde dice cosas muy variadas, como por ejemplo que tenía un hermano llamado Galo, y un abuelo llamado Galo, y diferentes versiones que son todas delirantes. ¿Por qué no enloqueció? Porque logró quedarse con Gala, que a su vez era la mujer de Paul Eluard, a quien se la sacó, e hizo de esa mujer su síntoma. Pero, como pueden notar, esa mujer no se llamaba de cualquier manera, se llamaba Gala, con lo cual tenía que ver con su primera inscripción de goce, con el goce del Uno. Por eso se volvió loco por conquistar a esta mujer, y firmaba a veces Dalí-Gala, a veces Gala-Dalí, a veces sólo Gala. La próxima vez retomaremos este tema con más ejemplos.

A los que no vuelva a ver, entonces, les deseo que continúen haciendo una buena cursada el año que viene. A los que siguen, los que terminan… que quieran ser psicoanalistas.

Desgrabación: María Victoria Sánchez
Establecimiento del texto: Blanca Sánchez
Versión no revisada por la autora

NOTAS

  1. Curso Avanzado del Instituto Clinico de Buenos Aires del año 2014 titulado “De los síntomas al sinthome”.
  2. Se refiere al Curso avanzado del Instituto Clínico de Buenos Aires que Mónica Torres dictó en el año 2007, publicado como Fracaso del inconsciente, amor al síntoma, Grama, Buenos Aires, 2008; y al Curso de la Orientación Lacaniana que Jacques-Alain Miller dictó en París en 2006-2007, publicado como El ultimísimo Lacan, Paidós, Buenos Aires, 2013. (N. de la R.)
  3. Torres, M., “Agradecimientos”, Fracaso del inconsciente, amor al síntoma, op. cit., p. 9
  4. Focchi, M., “Neutralidad y elección”, Enlaces 10, Grama, Buenos Aires, 2009.
  5. Lacan, J., “El seminario sobre ‘La carta robada’”, Escritos 1, Siglo Veintiuno, Buenos Aires, 1988.
  6. Russo, P., “Piedra, papel y tijera. Apuntes sobre el ‘ser de a tres’, Lacaniana 7, Grama, Buenos Aires, 2008, p. 175.
  7. Laurent, E., y otros, Coloquio Seminario sobre El Seminario 23 El sinthome, EOL-Grama, Buenos, Aires, 2007
  8. “Suponer el Nombre del Padre, ciertamente, es Dios. Por esi si el psicoanálisis prospera, prueba además que se puede prescindir del NOmbre del Pdre. Se puede prescindir de él con la condición de utilizarlo”, Lacan, J., El seminario, libro 23, El sinthoma, Paidós, Buenos Aires, 2006, p.133
  9. Lacan, J., “Intervención sobre la transferencia”; Escritos 1, Siglo Veintiuno, Buenos Aires, 1988.
  10. Lacab, J., Seminario 24 “L’insu que sait de l’une-bévue s’aile á mourre”, clase del 16/11/1976, inédito.
  11. Laurent, E., y otros, Coloquio Seminario sobre El seminario23El Sinthoma, op. cit. , p. 155.
  12. Torres, M., Amor, deseo y goce. Cada uno encuentra su solución, Grama, Buenos Aires, 2012.
  13. www.revistaenlces.com.ar