Clínica

El piropo: poesía del parlêtre

Por Andrea Amendola

Del Piropo…

Del griego pyropus, que significa “rojo fuego”. Los romanos tomaron esta palabra de los griegos y la usaron para clasificar piedras finas, granates, de color rojo, rubí. El rubí simboliza al corazón, y era la piedra que los galanes regalaban a las cortejadas. Los que no tenían plata para los rubíes, regalaban palabras preciosas.

 

Cuando decir, no es hacer

“¿tenés hora? Así le digo a mi psicólogo en qué momento me volví loco”

Hablar del piropo es introducirnos en la dimensión creativa. La significación se edifica desde el mismo sinsentido. Para Jacques A. Miller, el piropo es una situación concreta y ejemplar para captar en vivo la función del lenguaje. Dice en “Seminarios en Cararas y Bogotá”: “el piropeador no aspira a retener a esa mujer, y si hay allí una connotación erótica, hay al mismo tiempo, un desinterés profundo, que hace del piropo, cuando alcanza su forma excelente, una actividad estética. En el fondo, el piropo nos marca el corte entre el decir y el hacer”[1].

Que un hombre, en su andar por la calle, se detenga para decirle a una mujer, por ejemplo: “te quiero más que a mi madre, y siento que estoy pecando, pues ella me dio la vida y tú me la estás quitando” o “vos con esas curvas y yo sin frenos”, son ejemplos que nos permiten pensar cómo el acento está puesto en el decir, no en el hacer. Se trata de un decir cual almácigo de agudezas, en donde la equivocidad de la lengua da lugar a la invención. Lejos queda el interés de pasar a la acción, a excepción de que, el hombre en cuestión, se valga del piropo como artilugio, en donde se sirva de la agudeza, en medio de la casualidad, para que el decir devenga en un hacer.

Y, en relación a ello, por qué no, como dice Ovidio en “El arte de amar”: “tened siempre dispuesto un anzuelo, y en el sitio que menos lo esperéis, encontraréis pesca”[2]. El piropo como anzuelo, es esencial para Ovidio, ya que para él el amante es considerado un soldado en guerra, el cual deberá estar preparado siempre para la conquista. Ovidio hace de la casualidad una parte del juego. Y el piropeador, se vale del azar para presumir con su arte.

 

La sanción del Otro sexo

“En qué estarían pensando los piratas, cuando abandonaron semejante tesoro”

El piropo, al igual que el chiste, es una agudeza. La misma requiere de una incongruencia entre el mensaje y el código. Pero además, para que sea efectiva la agudeza, se requiere que el otro a quien se dirige el piropo lo sancione. Con su sonrisa en el mejor de los casos, o con el fastidio, sanción al fin.

¿Quién encarna habitualmente al Otro sexo? Dice Miller: “si el piropo me parece una situación ejemplar, es porque aquí la función estructural del gran Otro es soportada por la mujer, que figura desde siempre al Otro sexo”[3].

Ahora bien, ¿Qué dice Freud de la agudeza? Freud nos dice: “La agudeza conlleva en el más alto grado el carácter de una “idea súbita” involuntaria. Uno ignora, un instante antes de la agudeza, que uno la disparará y que uno se limitará a revestir palabras. Más bien se experimenta algo indefinible, que se parecería a una ausencia, a un desfallecimiento súbito de la tensión intelectual, luego de golpe la agudeza surge, casi siempre adornada de palabras que la revisten”[4].

Este “revestir” palabras, este “adornar” de palabras que Freud refiere, nos permite pensar en el estilo oracular y el poder de evocación que tiene la palabra. Hay algo que adorna, que reviste, en la actividad creadora de la palabra, por donde lo alusivo está dirigido a lo que no se dice.

Y el piropeador, no renuncia a hacerse oír por el Otro encarnado en la mujer. Al igual que en el lapsus, el sujeto es rebasado por su creación, nos dice Miller. Del mismo modo que el resplandor de un relámpago, en un instante vacila el orden lingüístico, en donde el sinsentido sacude las significaciones más establecidas por las leyes del lenguaje.

De este modo, el piropo resulta ser una operación tal, que subvierte al Otro del lenguaje, creación que constituye una producción de saber que se sostiene en el decir y, por tal, hecha de sentido, taponando por medio de ficciones el agujero que inscribe en el cuerpo la ausencia de la relación sexual.

 

La poesía: del sin sentido a la significación

“si la belleza fuese segundos, tú serías 24 horas”

Sobre esta actividad humilde y cotidiana, Miller nos sugiere no retroceder y calificarla como poesía. El sinsentido crea significación, pues como en toda agudeza está por un lado lo establecido de las leyes del lenguaje, lo consensuado en lalengua, y lo que irrumpe pervirtiendo las reglas del Otro. ¿Por qué pervirtiendo? Porque rompe con el gran Otro de la decencia, la decencia que Miller sitúa como hecha de prohibiciones e inhibiciones.

Desde el psicoanálisis de orientación lacaniana, podemos pensar que, así como la agudeza del piropeador se abre paso por medio del sentido que juega, y consiente a que lalengua lo utilice a él, aunque no lo advierta, tenemos también, a estos poetas singulares y únicos, que son los analizantes. Ellos dan cuenta, de qué modo se valen de las invenciones significantes, esas que advienen desde lo que parlotea en el goce Uno por Uno.

El analista se dirige a hacer sonar algo distinto que el sentido. Dice Lacan en “L’insu que sait de l’une-bévue”[5]: "El sentido, es lo que resuena con ayuda del significante. Pero lo que resuena, no va lejos, es algo más bien blando. El sentido, eso tampona".

Para Lacan, la proeza del poeta es “hacer que un sentido esté ausente”, "reemplazándolo, este sentido ausente, por la significación. La significación no es lo que la gente cree. Es una palabra vacía”. Esta significación con la que el poeta dobla el sentido es equivalente al agujero, dice Jacques-Alain Miller. Es "el agujero en lo real que es la relación sexual".

Desde esta perspectiva, el piropo tiene todo su valor, de modo que, como dice Miller” lo que se llama transferencia en la experiencia analítica es una especie de piropo del analizante al analista”. Dice “un amor auténtico, que es muy importante quede suspendido”. Será así, que saldrá a la luz ese discurso de amor que cada sujeto le dirige al Otro desde que llega al mundo. Y será así, que desde el sinsentido, un parlêtre hará poesía con su propia letra.

Hacia allí se dirige el analista, él también arroja el anzuelo para que el analizante pesque otra cosa que el sentido. Su interpretación se dirige hacia lo que hay del Uno en el partlêtre, arrojando luz sobre su singular modo de goce. Podríamos pensar a la interpretación, en la medida en que alude, en cuanto hace resonar otra cosa que el sentido, como el piropo que juega y hace destellar lo que se goza en lalengua.

NOTAS

  1. Miller, J. A. Seminarios en Caracas y Bogotá, cap. 4, punto 2, Paidós, Bs. As., 2015, pág. 126
  2. Ovidio P., Nasón, “El arte de amar”, libro III, Planeta DeAgostini, Bs. As., 1995, pág. 108
  3. Miller, J. A. Ibíd., pág. 127
  4. Freud, S., Obras Completas, tomo VIII: “El chiste y su relación con lo inconsciente”, 1905, Bs. As., Amorrortu editores, pág. 160.
  5. Lacan, J. L’insu que sait de l’une-bévue, Seminario XXIV (1976-77), clase “Hacia un significante nuevo”, inédito.