Clínica

Complejo de Edipo y nombre del padre *

Por Silvia Tendlarz

El complejo de Edipo se sitúa en el corazón de la experiencia analítica, y junto a él, el lugar central que Freud le adjudica al padre. El recurso freudiano al mito griego de Edipo y su aplicación luego en el mito de la horda primitiva, da cuenta de la doble orientación en el psiquismo –goce de la madre y asesinato del padre– con los que se intenta novelar la pérdida de goce.

Durante el transcurso de su enseñanza Lacan examina diversamente la relación entre el Edipo y el Nombre del Padre. En un primer tiempo articula la castración con el Edipo y le otorga un lugar prevalente al significante del Nombre del Padre; en un segundo tiempo, en el "más allá del Edipo": se quiebra este enlace y se relativiza el Nombre del Padre.

1. En 1938 Lacan empieza por situar la acción de la imago paterna (mixto entre lo imaginario y lo simbólico) en el interior del complejo de Edipo. La imago del padre concentra la función de la represión con la de la sublimación en la medida en que determina el Ideal del yo, mientras que la castración se vuelve fantasmática (en relación al despedazamiento del cuerpo y al daño narcisista). Esta imago pierde de entrada el prestigio que Freud le otorga al padre edípico: el padre humillado –a la manera de Claudel– o ausente expresa la declinación de la imago paterna, con lo que se perfila el "pecado del padre".

2. Lacan introduce el término de "nombre del padre" con minúsculas, conservando así de alguna manera su connotación religiosa (1953). Lo presenta como el sostén de la función simbólica que articula la ley al deseo. La función paterna concentra en sí misma relaciones imaginarias y reales, siempre inadecuadas a la relación simbólica que la constituye.

El Edipo regula las alianzas de las estructuras elementales del parentesco y su valor de mito da forma discursiva a una relación intersubjetiva. No obstante, plantea que este esquema debe ser criticado. Existe siempre una discordancia entre lo percibido en lo real y su función simbólica que se demuestra, una vez más, en la figura del padre humillado (1956).

3. A continuación, postula la equivalencia entre el padre muerto y el simbólico. La primacía significante hace que la atribución de la paternidad se vuelva el efecto del significante del Nombre del Padre, esta vez escrito con mayúsculas. Esta afirmación tiene un doble matiz: por un lado, Lacan acentúa que el padre no es el genitor sino que es un significante, por lo que debe tenerse en cuenta la relación del padre con la ley y cómo encarna esa función; por otro lado, qué lugar otorga la madre a la palabra del padre, no a su persona, al Nombre del Padre, en la promoción de la ley.

Como consecuencia de esta nueva perspectiva el Edipo es formalizado a través de la metáfora paterna. En la "Cuestión preliminar…" Lacan la escribe de la siguiente manera:

Nombre-del Padre Deseo de la Madre = Nombre del Padre A
Deseo de la Madre Significado del sujeto     Falo

 

El deseo se sostiene por la acción del Nombre del Padre en la medida que introduce un límite entre la madre y el niño, acotando la acción fuera de ley del Deseo Materno. La escritura DM/x indica que no hay una relación directa entre el niño y el padre sino que está metaforizada por el DM que nombra un goce sin ley. El niño responde al enigma del significado del sujeto a través de la incidencia del padre. El Nombre del Padre inscribe en el Otro la significación fálica como resultado de esta metáfora. Del resto de esta operación emerge el enigma del deseo del Otro.

Simultáneamente, en "La significación del falo", Lacan establece la primacía del falo sin la referencia al Edipo. El falo y no ya el Nombre del Padre queda coordinado así al significante. De esta manera, en el corazón del padre-metáfora encontramos ya una anticipación de lo que se volverá el más allá del Edipo.

4. En el Seminario 5 Lacan construye la secuencia de los tres tiempos lógicos del Edipo. En el primer tiempo el niño se identifica especularmente con el falo imaginario, objeto de deseo materno. Al mismo tiempo, la madre se vuelve el objeto primordial, el das Ding, goce perdido por acción de lo simbólico. Pero la ley que transmite es incontrolada, omnipotente, responde a su propia voluntad. El ternario imaginario se establece entre la madre, el niño y el falo, pero el padre está presente en forma velada en el mundo simbólico.

En el segundo tiempo se inaugura la simbolización primordial que caracteriza al Fort-Da. Aquí se introduce un tercer elemento: interviene la ley del padre profiriendo la prohibición del incesto que funciona tanto para el niño como para su madre. El padre interviene imaginariamente para el niño privando a la madre de su objeto.

El tercer tiempo corresponde al declive del Edipo junto a la problemática del tener el falo. El padre real aparece como el soporte de las identificaciones del Ideal del yo que permiten la nominación del deseo. A diferencia del tiempo anterior, aquí el padre es el que da, el que tiene y hace prueba de su potencia. El segundo tiempo privativo permite pasar a este fecundo tercer tiempo en el que el padre se vuelve nuevamente real. Del lado masculino posibilita la identificación con el padre; del lado femenino, inscribe el lugar en donde la mujer sabe que puede ir a buscar el falo, salida femenina que se diferencia de la maternidad.

5. Lacan examina en el Seminario 6 el drama de Hamlet, en el que a diferencia de la tragedia de Edipo, el padre sí sabía, y por ende, también Hamlet: al revelarle la verdad de su muerte también le dice que murió en la flor de sus pecados. Se trata de la falta del padre y no ya del padre ideal. La "verdad sin esperanza" de Hamlet, la traición al amor, conduce a Lacan a la confrontación con la falta de un Otro del Otro y al enigma del propio deseo.

Si incorporar al padre conlleva volverse tan malo consigo mismo, añade en el Seminario 7, es porque se tiene muchos reproches para hacerle. De allí que el duelo del Edipo está en el origen del superyó. La muerte del padre no abre la vía al goce sino que refuerza su interdicción aumentando la severidad del superyó. Se perfila así la relación entre padre y goce.

La falta del padre cuestiona al padre ideal edípico, por lo que en el Seminario 11 Lacan utiliza el ejemplo del sueño del padre que vela a su hijo muerto para indicar que si bien el Nombre del Padre sostiene la estructura del deseo y de la ley, la herencia del padre es su pecado ("Padre, no ves…").

Paulatinamente, el padre muerto freudiano y el Nombre del Padre introducido por Lacan comienzan a ser distinguidos. El padre ideal, a quien el sujeto dirige su amor, es una fantasía del neurótico. En cambio, el Nombre del Padre sigue la vertiente de la ley y de la castración como regulación del deseo. El Edipo pierde así su "estrellato". La castración no es un mito ni un fantasma, sino que está articulada al goce.

6. En la única clase del Seminario de los Nombres del Padre Lacan pluraliza ese significante y plantea la necesidad de ir más lejos que Freud en su reflexión relativa al padre. Esta pluralización hace que se mezcle con otros significantes amos capaces de cumplir su función, puesto que el significante amo "induce y determina la castración". El Nombre del Padre se vuelve así un S1.

El mito de Edipo muestra que el asesinato del padre es condición del goce, indica en el Seminario 17. Se establece así una equivalencia entre el padre muerto y el goce. El padre se vuelve un operador estructural, agente de la castración. Pero la castración procede del lenguaje y no ya del padre, de modo tal que traduce la pérdida de goce que afecta al sujeto al introducirse en el lenguaje. De este modo, la castración se separa del Edipo: no proviene del padre sino del lenguaje.

Opone luego el mito de Edipo al de "Tótem y tabú". En Edipo primero está el asesinato del padre, con la prohibición y la ley que le anteceden, y luego goza de la madre. En cambio, en "Tótem y tabú" el goce está en el origen, de allí el enlace entre padre muerto y goce, y luego viene la ley: la prohibición no ya de la madre sino de todas las mujeres, planteo que introduce las fórmulas de la sexuación.

"El recorrido de Lacan más allá del Edipo es una destrucción sistemática del padre como ideal o como universal", dice Eric Laurent. No se trata ya de la madre prohibida, universal, sino que el padre se reconoce por poder afrontar el goce de una mujer, en singular, la que vuelve su causa.

El respeto y el amor hacia el padre invocado por Lacan, permite hacer uso del padre prescindiendo del ideal. Construcción de una versión del padre que mitiga la ferocidad del superyó y lo encamina hacia una decisión en torno al propio deseo.