Clínica

Pulsiones e impulsiones en épocas de encierro

Por Ana Preiti

Por María Paula Giordanengo

El ser humano debe aportar el Un-cuerpo en análisis. Si solo estuviera en juego la palabra no se entendería porque el teléfono o internet no podrían ser medios adecuados de comunicación. La experiencia analítica obliga a dar al cuerpo una función más sobresaliente que la que le asignaba el psicoanálisis pensado solo a partir de lo simbólico.
Freudiana 52. "El envés de Lacan" - J.-A. Miller.

Desde hace semanas el tiempo parece haberse detenido completamente. Una intimidad que puja por salir echa mano a redes y dispositivos tecnológicos que permitan un recubrimiento de un interior abrumador.

Estar obligatoriamente confinados nos presenta una nueva lógica de cuerpos y de goces que irrumpen para ser, nuevamente, adoctrinados.

Si algo abunda en las imágenes de las redes son deliciosos manjares, recetas de cocina. Otros deciden adentrarse en rutinas de ejercicios. Ni una cosa ni la otra dejan de tener incidencias en el cuerpo, como sede pulsional.

Todo adoctrinamiento tiene su contracara de desborde y malestar en la cultura.

Es que el desvalimiento psíquico y el terror a la muerte, el encuentro con lo siniestro, conminan al humano a una respuesta forzada.

Adicción a las pantallas, irrupciones pasionales, dolor psíquico, necesidad de ser vistos todo el tiempo como quien abre una ventana a su universo interior, hiperconexión y exigencias desmedidas serán algunas de las respuestas que escuchamos los analistas como nuevas manifestaciones sintomáticas.

El llamado "ataque de pánico" marca en principio una alteridad. Si desdoblamos dicha expresión, vemos allí que "ataque" connota algo que se presenta como "exterior" al sujeto, frente a lo que éste responde con un miedo extremo. Miedo que se hace exterior como modo de tratar ese goce encapsulado donde la angustia que encierra y paraliza parece ser, a su vez, la única vía de escape.

En este tiempo escuchamos sujetos tomados por una angustia Real; aquella donde no hay falta, que no hace lazo, que se cierra sobre sí misma, invadiendo todos los intersticios del cuerpo.

El analista convocado a través de la demanda operará allí a veces sólo con su presencia, aunque ésta se encuentre trastocada, soslayada, por la separación de los cuerpos.

Una breve viñeta clínica permitirá abrir nuevos interrogantes acerca de ello.

F. llama al analista por videollamada en un horario no pautado para su sesión virtual. El analista recibe el llamado. La cámara muestra fijamente sus piernas paralizadas, mientras el analista recibe una voz lejana, entrecortada. Es conminado a "ver". El cuerpo ofrecido allí a ser visto y la voz, alojada.

F. sabe que por fin el analista puede ver "aquello que le pasa a cualquier hora" y que nunca había ocurrido en una sesión, como una suerte de mostración allí de un increencia. Es decir, no es que el analista no "crea" sino que el sujeto ubica en el Otro una posición de abandono, de no registro y hasta de cierta indiferencia.

La captura de esa mirada, coagulada por el sujeto que "se hace ver", fue trocada allí por una intervención en acto. El analista, apelando a un problema técnico, le dice que la imagen interrumpe la comunicación, que vuelva a establecer la llamada para poder escucharla en su malestar.

Cae allí la potencia de una mirada que paraliza. El analista se muestra impotente para escuchar donde es forzado a ver.

Las asociaciones proponen allí una nueva deriva hacia la indiferencia materna y surge un recuerdo donde el "ser vista" la paralizaba.

Las sesiones virtuales proponen nuevas lógicas donde el analista deberá inventar modalidades posibles de intervención.

 

¿En qué posición nos ubicamos como analistas en esta época?

Nos ubicamos en interpretar lo que la civilización nos presenta como síntomas actuales, aunque allí actuales no remita a lo nuevo sino a la actualización de formas de la angustia como irrupción de goce.

El concepto de síntoma, tal como lo enuncia Miller en el curso "El Otro que no existe y sus comités de ética", se construye en su doble relación con la pulsión y el Otro. En este sentido se supone que el sujeto del significante está presente ya que de lo contrario estaríamos en la dimensión autista del síntoma.

Como paradigmas del goce tomaremos las toxicomanías, la depresión y las anorexias y bulimias.

Las toxicomanías constituyen el emblema del autismo contemporáneo del goce, como un empuje que va más allá del amor a la vida.

Otro síntoma actual frente al que nos encontramos los analistas es la depresión. Éste síntoma está en la vertiente de la separación; es una caída, es una identificación con el objeto a como desecho, como resto.

En el caso de la anorexia y la bulimia podemos indicar que en aquella está en primer plano el rechazo al otro y, en particular, a la madre que la alimenta. No es así en la bulimia que pone en primer plano la función del objeto. De hecho, está del lado de la separación, Apollinaire subraya "Quien come no está solo" y tampoco éste síntoma aleja al sujeto de las relaciones sociales como si lo hace la anorexia cuando la misma es llevada al extremo. En ambos casos no estamos ante síntomas determinados y tampoco en estructuras definidas, sino ante un uso del término síntoma extendido y diversificado.

Vemos en estos nuevos síntomas a nuevos fantasmas, pero no con nueva pulsión. Entonces, lo que se renueva es el envoltorio formal del núcleo de goce.

En el síntoma hay una parte constante que es su lazo pulsional y otra que es variable y que es su inscripción en el campo del Otro. Entonces hay una disyunción entre la pulsión y el Otro. Esta disyunción pone en evidencia el estatuto autoerótico de la pulsión. La satisfacción de la pulsión es la satisfacción del cuerpo propio. Ése es el materialismo y el lugar de este goce; es el cuerpo del uno.

Entonces las Pulsiones están del lado del Uno y, por otra parte, está el lado del otro.

Así es como se muestra que hay "El cada uno para sí" pulsional donde no hay lugar para el "todos", quedando en evidencia de esta manera la horrible soledad del goce que se pone aún más en evidencia en la dimensión autística del síntoma, por lo que el planteo es que hay algo de goce que separa del campo del otro.

Desde nuestra perspectiva detrás de los síntomas se encuentra la angustia que implica la presencia y el retorno, en el campo del sujeto, de aquello que de lo Real no puede simbolizarse o imaginarizarse.

Así es que entendemos al deseo del analista en su función de corte. Ésta función supone la posición del analista que considera a la angustia como una clave del sujeto, que implica la presencia del objeto de la pulsión que no se trata de domesticar ni anular.

El Psicoanálisis no fomenta ni se autoriza en ninguna norma. Es a partir del registro del síntoma que nos orientamos los analistas, ya sea tanto para la dirección de la cura como para interpretar los fenómenos de la civilización a los que los analistas estamos confrontados en este tiempo, tiempo de encierro forzado.