Clínica

La transmisión del psicoanálisis, no sin la escuela

Por Antoni Vicens

La experiencia psicoanalítica comprende diversas acciones que se fundan en la existencia de un discurso, creado por Freud; esto es, por su deseo, del cual él mismo no lo supo todo.

Ese discurso fue causal en diversas formas de la civilización, que vinieron como efectos secundarios, sometidos a la confusión general de los discursos de masas: libertad sexual, liberación del campo de la locura, creación artística, formas variadas de terapia en el campo llamado “psi”.

Por su lado, el campo freudiano, fundado por Lacan, ha ido ampliando su campo de acción a diversas realidades clínicas, como el tratamiento de la psicosis o del autismo, y también renovando la clínica de la neurosis. En el caso de la histeria, llevándola hasta adquirir la dimensión de uno de los discursos que configuran la civilización.

De otro lado, Lacan define como labor de la Escuela el discernir la realidad del deseo del analista. Con ello, la Escuela aloja en su seno un agujero: el de la ignorancia productiva sobre aquello que fundamenta la formación del psicoanalista mismo. Hay que tener en cuenta que la Escuela no es un proceso de aprendizaje más o menos programable o regulable; la Escuela es el tiempo de comprender del discurso psicoanalítico en su relación con el horizonte de nuestra época. Si la Escuela aparece como el Otro del analista, lo hace en un primer momento, como lugar de inscripción; pero ello no es sin alojar la pregunta anterior a la inscripción: ¿de qué deseo se trata? Para responder a eso Lacan introdujo el pase.

El pase es un dispositivo destinado a interrogar el deseo del analista en el punto mismo donde se produce el paso del analizante al analista. Lacan lo propuso como un medio para responder a la pregunta de cómo se produce un analista; para saber las razones de aquel que pasa de analizante a analista. De un lado, hay un deseo que, como tal, podría ser objeto de una Ley, según la definición del deseo como deseo del Otro. Pero, a la vez, y si en el borde del analizante al analista el Otro deja de ser, la garantía no puede tomarse ni desde un ser o un tener, ni desde una nominación del deseo, sino entendiendo -como lo recordaba alguien en la última Noche del Directorio Ampliado- una nominación por un menos.

Este “menos” provoca el trabajo de la Escuela.

Para describir lo específico de este trabajo, podemos partir del principio del psicoanálisis: alguien que sufre se encuentra con un saber bajo transferencia, y desea proseguir. En un primer tiempo, la urgencia es encontrar una cura a ese sufrimiento. La vía para ello es la puesta en forma del síntoma, o la formulación del axioma de su síntoma bajo la forma de un fantasma, o la vacilación de sus identificaciones, o la caída de sus ideales, o la reescritura del trauma, etc. La respuesta a esa primera urgencia puede ser tomada como terapéutica.

Pero hay luego algo más, que es la lectura hasta el más no poder de los rastros que los encuentros del sujeto fueron dejando bajo la forma de un saber sobre el goce. Es un saber particular que se manifiesta como la conducta sostenida en los vínculos sociales, como un estilo de vida, como un destino, incluso como una misión. Y por poco que ese saber particular busque la manera de transmitirse a otros -a otros que compartirán el vacío que abre la noción de esa misma particularidad- entraremos en un trabajo de Escuela.

La dificultad es que el trabajo de la Escuela encuentra la misma resistencia que un trabajo analítico: el no querer saber del goce. Trabajar significa entonces aquí desplazar el litoral entre el no-querer-saber y la transmisión posible.

Podemos considerar las dificultades de ese trabajo según las tres dimensiones lacanianas.

En lo imaginario está el poder de la comunicación. El discurso del amo se prevale del no-querer-saber para hinchar la comunicación en los medios de masas a los fines de socavar la democracia, es decir la vía por la cual se admite que la soberanía individual podría sumar para erigir un discurso del amo legítimo.

En lo simbólico, hemos de corregir el ideal de logificación total del cientismo y contrastarlo con la construcción matemática del no-todo de la incompletud y de la inconsistencia. En su curso Un esfuerzo de poesía, Jacques-Alain Miller sugería la pareja que pueden formar la incompletud de la ciencia y la inconsistencia de la religión, en contra de los ideales de la ciencia universal y de la totalidad de la creencia. Fácilmente vemos cómo siguiendo estos ideales entramos en la época del delirio generalizado.

En lo real podemos situar los fenómenos sin ley de la transferencia, incluyendo claro está los que se producen fuera del tratamiento o los post-analíticos. Lacan sitúa en la Escuela lo imposible del grupo analítico.

En la clase del 10 de enero de 2001 de su curso El lugar y el lazo, Jacques-Alain Miller se ocupa de la distinción entre psicoanálisis puro y psicoanálisis aplicado a la terapéutica. A esta lección le sigue un debate sobre el tema, que de hecho aún continúa.

El momento era interesante: tras la fundación de la EOL, de la AMP y de la EBP en años anteriores, en 2000 Jacques-Alain Miller había fundado la ELP y la NEL, a las que pronto seguirían la SLP y la NLS.

Consecuencia de aquel debate fue la creación en 2003 del CPCT en París, al que siguieron otras experiencias, como la del CPCT en Barcelona y otros lugares de España.

Luego tuvo lugar la lucha contra el intento del Estado francés de regular las psicoterapias en 2003-2004 (fue la propuesta del diputado Accoyer).

Creo que el punto de capitón de este debate se encuentra en el Curso de Jacques-Alain Miller, de 2011, El Uno solo y en su enseñanza sobre lo herético.

El resultado de este trabajo y de esta lucha puede ser un afinamiento más certero de las tareas que competen a una Escuela de Psicoanálisis, aquellas que se basan en lo que Freud llamó lo interminable, que Lacan expresó como la necesidad de restaurar el filo cortante de la verdad de Freud. El filo, le soc, es el de un arado que prepara la siembra, y el resultado es el seminario, las enseñanzas.

Se trata, siguiendo el tema de la clase de Miller que he citado, de pasar del registro donde se inscribe la operatividad del psicoanálisis sobre el síntoma y la eficacia de la rectificación de las identificaciones -a la dimensión del deseo del analista y de todo aquello que aún no ha sido escrito sobre ella.

Para ello sólo se requiere un esfuerzo de poesía.