Clínica

Política de la lengua, ética del goce

Por Neus Carbonell *

“Lalengua sirve para otras cosas muy diferentes de la comunicación. Nos lo ha mostrado la experiencia del inconsciente, en cuanto está hecho de lalengua, esta lalengua que escribo en una sola palabra, como saben, para designar lo que es el asunto de cada quien, lalengua llamada, y no en balde, materna.” Jacques Lacan, Aún

No es posible entender la noción de inconsciente, tal y como Jacques Lacan la manejó, sin tomar en cuenta la compleja relación entre lengua y goce. Lacan realizó una distinción fundamental para su argumento que designó con dos palabras diferentes: el lenguaje y lalangue. Con el primero se refirió al lenguaje como estructura y como lugar del Otro—y aunque sea redundante no quisiera dejar de hacer notar que esta no es una noción del campo de la lingüística.

La formulación más clara y temprana de esta idea la encontramos en el conocido aforismo: “el inconsciente está estructurado como un lenguaje”. En la primera parte de su enseñanza la noción de sujeto es subsidiaria de esta idea de lenguaje. De este modo, el sujeto es efecto de una alienación primordial e inaugural al lenguaje.

Por otra parte, el neologismo lalengua, que encontramos más tardíamente en Lacan y que corre a la par del desarrollo del concepto de goce, se funda en el corte entre significante y significado para designar los efectos del significante sobre el cuerpo del ser hablante. Ya no se trata, pues, del lenguaje que divide el sujeto y lo separa del objeto de la satisfacción, perdido y sólo recuperado bajo la forma de una sustitución inadecuada.

Lalengua apunta a la materialidad (moterialité dirá Lacan) del significante que percute en el cuerpo insertando en él un goce que nada tiene que ver con el cuerpo como organismo, un goce suplementario lo llamará también.

Lalengua señala que el lenguaje mismo introduce el goce en el cuerpo: he aquí lo que el inconsciente deviene en la última enseñanza de Lacan. De hecho, basta con haber observado la respuesta de un bebé de pocos meses a los juegos y los mimos de la madre—o de quien sea que encarne esta función—a menudo acompañados de palabras que valen por lo que transmiten más que por su sentido. El goce se escucha en los sonidos y las risas con que los bebés responden.

Entonces, de manera muy precoz la lalengua introduce el goce en el ser hablante. Y así no es por nada que la primera lengua de un sujeto recibe el nombre de lengua materna, como leemos en la cita que introduce este texto. Por esto mismo, “lalengua sirve para muchas más cosas que para la comunicación”. En efecto, conviene detenerse en este punto. A partir de los años sesenta cuando Lacan abandona la noción de intersubjetividad que él mismo había vinculado a la transferencia, el malentendido y el equívoco se convierten en el efecto del lenguaje y en la sustancia del inconsciente.

Si abordamos el problema desde otro ángulo, podemos preguntarnos: ¿de qué goce es sierva la afirmación de que la finalidad más importante de una lengua consiste en la comunicación entre los seres hablantes. ¿Qué se esconde detrás de la bandera de un entendimiento universal y fraternal? De hecho, las políticas lingüísticas expansivas de los estados han tendido a segregar a otras lenguas en nombre de la fraternidad, la religión, el poder, el saber.
Viene a cuento recordar la famosa frase de la dedicatoria que escribe Antonio de Nebrija para la Reina Isabel en su Gramática castellana en 1492: “siempre la lengua fue compañera del imperio”. En ese momento Nebrija se esforzaba por defender su obra en un momento de expansión colonial de la Corona de Castilla donde las prioridades eran más militares que culturales. Por eso recuerda cómo los imperios han servido a la expansión de las lenguas, señalando de paso la íntima relación entre lengua y poder. En efecto, la historia de las lenguas, sus triunfos y sus derrotas, son inseparables del destino político y militar de sus hablantes.
Entonces, está lalengua del inconsciente y está la lengua como significante amo. Esta última atormenta a la lingüística en tanto disciplina. Los análisis de la relación entre lengua y civilización acaban en el callejón sin salida del significante amo. Aunque parezca que se parte de posiciones opuestas se termina tropezando con la misma piedra.

Se puede ver así en el conocido debate entre los llamados relativistas y los deterministas. Los relativistas, que siguen el espíritu de Benjamin Worf, defienden que las lenguas simplemente ponen el nombre a una realidad que las preexiste. De modo que las lenguas únicamente se adaptan a las formas de vida de la civilización que las habla.

En cambio, los deterministas, seguidores de la hipótesis de Edward Sapir, sostienen que cada lengua determina una cultura. En este caso, la desaparición de una lengua supone la destrucción de las formas de vida que hacía existir. Si la civilización precede a la lengua, la diversidad cultural no está ligada a la diversidad lingüística. En cambio, para los deterministas sí.

Los defensores de la diversidad lingüística y los, así llamados, grupos de estudio de las lenguas amenazadas tienden a partir de esta hipótesis que no está tan lejos del pensamiento romántico que veía en la lengua el espíritu de un pueblo. Parafraseando la crítica de Lacan a Heidegger, he aquí la metafísica que viene a tapar el agujero de la política. En este caso, el agujero que cada lengua abre por el mero hecho que introduce el equívoco y el malentendido.

No hay, entonces, política de las lenguas que no sea sierva de los significantes amo. Haría falta que existiera un metalenguaje para que pudiera ser de otro modo. Sí hay, sin embargo, una ética. Cada lengua hace suponer una forma de gozar y, por tanto, puede generar respuestas de amor, de odio o de indiferencia.

El rechazo a la lengua de los otros es uno de los rostros antiguos de la segregación, aunque la segregación primordial sea siempre el rechazo a la lengua del Otro, a la lengua incomprensible del inconsciente que habla en cada uno. Un psicoanálisis hace posible llegar a descifrar esa lengua tan extranjera y tan íntima que habita en cada parlêtre, que habla en él. Cada lengua vale tan solo por el goce que hace resonar. Responder a esto es una cuestión de ética, ya no solo de política.

* Psicoanalista. Miembro de la AMP (ELP)
Artículo completo disponible en https://zadigespana.com/2020/12/15/politica-de-la-lengua-etica-del-goce/