Clínica

La ventana, lo extraño y la ciudad

Por Marcus André Vieira *

I. Realidad

El tema de la ventana tiene una larga historia en la enseñanza de Lacan. Un primer aspecto es una analogía, la de tomar la conciencia, la estructura del ego, como la de una ventana. No en el sentido de protección o barrera, sino de recorte. Asumimos que es necesario, para soportar el exceso de estímulos de lo real, para salir del “sin recursos” del niño freudiano, con anteojos. No para ver mejor, sino para ver menos. La cultura, o lo simbólico, como a veces decimos, es el encuadre que nos permite discernir cosas, poner algunas bajo nuestro foco mientras otras se pierden, fuera de escena. En este sentido, la ventana equivale a un par de anteojos[1]. Es todo un modo de estar en el mundo. ¿Sería él exclusividad de la represión, de la estructuración neurótica de la vida? A discutir. De todos modos, cuando la realidad psíquica y el fantasma, en el sentido que le da Lacan, están constituidos por este juego, el del par ventana-por fuera de la ventana, es casi imposible vivir la vida sin él. En este contexto, es una tentación pensar que un análisis se interesa por lo que no se ve desde la ventana de la conciencia, por lo que quedaría fuera. No es así. La célebre definición freudiana del inconsciente como Otra escena es releída por Lacan para mostrar que, como tantas otras, no es exactamente lo que parece ser. El peligro es entenderla solo como una escena oculta. El analista se vincula a algo que no se ve, no directamente accesible por el esfuerzo consciente, pero no lo imagina como una escena que, para ser vista, bastaría desplazar el ángulo de la cámara[2]. La Otra escena del inconsciente ni siquiera es cuando alguien nos abre sus armarios y vemos una escena secreta, hecha de objetos escondidos en los sótanos de la existencia. La clave no es tanto dónde están los objetos, es el régimen de desrealización que instaura un análisis y no la realidad alternativa que él desenterraría.

II. Extrañeza

Es el espacio de la extrañeza y sus objetos los que cuentan. Para eso, no basta con buscar el fuera de escena, sino la desrealización que nos interesa y que ocurre solo en situaciones especiales[3]. Lo más común ocurre cuando dos escenas, dos realidades se contraponen y se vuelve indecidible saber en qué escena estamos. En la indecisión entre el paisaje comúnmente representado y la que nuestros ojos presentan, surge la extrañeza. Esto es lo que muestra la célebre situación de Freud. En el tren, caminando por el pasillo buscando su cabina, ve llegar a un hombre antipático hasta que descubre que es él mismo reflejado en el vidrio. Se establece un espacio entre Freud y Freud, el de la extrañeza de Freud frente a su antipatía hacia sí mismo. Lo que importa, sin embargo, es que la desrealización llega a presentar, en este ejemplo, el malhumor de Freud y eso le trae un aspecto inesperado de sí mismo. De manera similar, la perturbación de la realidad sostenida por la presencia “entre-dos” del analista, este personaje tan íntimo y tan extraño, exige recuerdos, representaciones a la manera de la antipatía de Freud. También son cosas hechas de elementos híbridos, collages, fragmentos, todo lo que Lacan llamó resto, desechos que son descartados, pero que no pudimos tirar y que vivirán en el “entre-dos” de la represión. Por su poder desestabilizador de la realidad, estos elementos producen revoluciones, forzando a reconfiguraciones del ego. Como sabemos, Lacan reúne todas las características de este tipo de objeto en una sola letra denominándolo objeto a, extraño objeto del psicoanálisis[4].

III. On-line

Hasta ayer, la presencia del analista, casi siempre física, casi siempre indefinida, instauraba este espacio de extrañeza prácticamente por sí mismo[5]. ¿Qué sucede, sin embargo, cuando necesitamos prescindir del cuerpo en el ambiente virtual? Primero es necesario notar cuánto la situación especial y relativamente rara de Freud es nuestra vida diaria hoy. Vivimos en una pandemia, todo el tiempo entre la ventana de la casa y la de la computadora o del celular. Ya era nuestra vida desde antes, pero el aislamiento nos instaura radicalmente en este “entre”. No solo entre ventanas, más aún, entre antes y después de la epidemia. Ahora habitamos el espacio perturbado, que hasta entonces sólo encontrábamos raramente, ese espacio desrealizado se ha convertido en nuestras vidas. No es de extrañar que haya tanta extrañeza y angustia en esos tiempos. ¿Cómo, ya que la extrañeza no es más la operación del analista, está en todas partes, hacer valer su presencia? Me parece que la cuestión crucial del análisis en línea se concentra en este punto, mucho más que en la presencia o no del cuerpo. Incluso antes, no bastaba con estar físicamente presente para que lo extraño del cuerpo se presentara; sin embargo, la presencia del analista como algo indefinido, parece aún menos garantizada, lo que no significa que no pueda haber análisis on-line.

IV. Mirada y voz

Hay otro objeto a fundamental, no más en el campo visual, la voz. Mucho más difícil hablar de él, incluso asumiendo que él también se insinúa en el entre-dos de la extrañeza. Siguiendo el mismo raciocinio emprendido para el campo escópico, el de su estructuración en el modo escena por fuera de escena, tendemos a pensar que habría un juego entre lo que se escucha y lo que no se escucha, pero al que se podría acceder. Como si hubiera una escena musicalizada, por ejemplo, la melodía, y un fuera de escena, que se presentaría como ruido, o aún un detalle oculto de la entonación, prosodia, etc. La experiencia auditiva resiste a este modo de estructuración porque se establece no como una discontinuidad, como la mirada, sino en un régimen de continuidad. Siempre se escucha algo, los oídos no tienen párpados[6]. No es como en la visión en la que basta con cerrar los ojos para que la escena desaparezca. El paisaje sonoro no desaparece incluso si nos tapamos los oídos[7]. La presencia del Otro se objetiva como mirada y como voz, pero de diferentes formas. Para el objeto voz de Lacan, como presentación de la presencia del analista y de su poder de interpretación, será necesario pensar menos en términos de dentro y fuera, visibles e invisibles y más de ritmo y intensidad. Es por eso que se necesita mucho un trabajo, hasta cierto punto artificial, para establecer un fuera de la escena sonoro. Cuando duermo con el aire acondicionado encendido, por ejemplo, creo un “fuera” artificial, que no se hace entre el sonido y el silencio, sino entre sonidos aleatorios perturbadores y un sonido continuo pacificador. Ese run-run eléctrico viene a establecer un “adentro-afuera” que no existe por sí mismo. Entonces el objeto que nos interesa gana otro aspecto. Es mejor hablar, en lugar de objeto-mancha, de una presencia que no es exactamente escuchada, pero presentida. Algo que se insinúa, que es una presencia presentida. ¿Qué mejor ejemplo de esta presencia presentida que la del vecino que emite sonidos extraños a su lado? ¿O todavía en el cacerolazo?

V. Paranoia

Por eso la voz siempre es un poco extraña, con un alto poder desrealizador. Por esta continuidad precariamente moebiana entre dentro y fuera, cabe preguntarse si, al abordar el objeto voz, de la misma manera que abandonamos parcialmente la estructura “ventana-por fuera de la ventana”, del fantasma, no nos vemos llevados a abandonar el paradigma de la neurosis, teniendo la psicosis como referencia[8]. Al fin y al cabo, todo el trabajo del psicótico, al menos en su versión paranoica, es definir un dentro y fuera estables expulsando la presencia extraña del Otro, su goce, que lo aflige, delimitándolo como externa al modo de una voz que le insulta, todavía invasiva, pero ahora externa. El insulto y el odio paranoico pueden ser una clave de lectura para nuestro mundo (fin del mundo), que ya no tiene más dentro y fuera estable. Vivimos en una multiplicación infinita de ventanas que abrimos cada día en la pantalla. En este contexto, muchos siguen la macabra elección de definir un “nosotros” al modo de “nosotros contra ellos”. Las redes, con su binarismo de base, contribuyen a sostener el discurso paranoico en escala colectiva. Sin embargo, como la presencia que se quiere expulsar está siempre, igualmente adentro, será necesario todo el tiempo y por todos los medios ladrar buscando eliminarla.

VI. Otra extraña cosa

No veo sentido en retomar estos temas sin rompernos la cabeza también sobre cómo y desde qué lugar ellos pueden participar en una acción colectiva de cambio de la situación concreta del país. No porque estuviéramos seguros de una contribución válida, sino porque es una necesidad vital. Cuando todo lo que se resiste a ser definido a la manera de “al pan-pan, y al queso-queso” se convierte en enemigo a destruir o masa a eliminar, ¿cómo podemos seguir siendo irónicos difusores de extrañeza, recolectores de objetos extraños?[9] Casi en contrapunto a todo lo dicho hasta ahora, creo que necesitamos defender la realidad. Sabemos que ella es un sueño; nuestro trabajo habitual es desrealizarlo, pero hoy, delante de tanta fragmentación, quizás, tengamos que elegir al menos una y reafirmarla. ¿Cuál sería entonces una realidad, un común que nos sostiene? ¿Un nosotros que nos reúna? Entiendo lo del humano, tomado como lo que puede ser otra cosa de lo que es. ¿No sería esa la posibilidad de un lazo social cuya base fuera la extrañeza? ¿No sería la extrañeza mucho más viva y abierta que la paranoia ambiental? No se trata de buscar Otra escena como realidad alternativa, más o menos utópica, sino que la posibilidad de las cosas, en la distopía en la que vivimos, siempre pueda ser Otra cosa, al mismo tiempo en que se presenta como lo que es. En la lucha contra la necropolítica, así como contra parte del identitarismo al modo americano, es necesario sostener en todo momento, como en nuestra clínica, que un pobre puede ser otra cosa más que pobre, o un negro, o una mujer.

* Marcus André Vieira es psicoanalista y psiquiatra, reside en Río de Janeiro.
Es miembro AME de la Escuela Brasilera de Psicoanálisis, de la cual fue presidente y es miembro de la Asociación Mundial de Psicoanálisis, de la cual fue consejero; Es ex AE. Doctor de la Universidad París 8, Profesor del departamento de Psicología de la Pontifícia Universidade Católica de Rio de Janeiro (PUC-Rio); autor, entre otros del libro « La escritura del silencio » (Buenos Aires, Três Haches, 2018) y de numerosos artículos en revistas especializadas. Columnista del Blog da Subversos.

Traducción de: Ana Paula Britto
Revisado por el autor

* Este texto reúne lo esencial de mi presentación en la primera reunión virtual del Seminario Clínico de EBP-Rio, con algunos añadidos a la presentación del mismo tema en la actividad preparatoria del XXI Encuentro Brasileño de Campo Freudiano (disponible en https://www.youtube.com/watch?v=tmSzVsMGd2k&t=2196s). Lo que se leerá, se deriva directamente de las conversaciones con Romildo do Rêgo Barros en la preparación del seminario, así como con Nohemí Brown a quien agradezco.

NOTAS

  1. Un ejemplo excelente: Win Wenders en la película “Janelas da alma”, documentario de João Jardim: Recuerda cuando se ponía lentes de contacto y no soportaba el exceso de visión, tuvo que volver a enmarcar sus anteojos de miope.
  2. Este tipo de escena que promueve a tantas celebridades en sus lives en tiempos de cuarentena. Vemos el interior de la casa, todo alegre, limpio y lindo. Este tipo de escena complementaria y apaciguadora es «otra», pero no la que nos interesa.
  3. Un ejemplo: el efecto de la serie de cuadros de Magritte denominada “La condición humana” que produce esa imposibilidad de definir lo que es una paisaje y lo que es una representación de ella (como lo presentó Romildo en el seminario clínico de EBP-Rio).
  4. Para rendir homenaje al gran Aldir Blanc, quiero destacar uno de estos objetos en el bolero, Dos para allá, dos para aquí, inolvidable en la voz de Elis Regina. Un hombre saca a bailar a su diva. En el ambiente de realidad perturbada de la discoteca, “sintiendo frío en el alma”, con la cabeza “corriendo más que parejas”, la descripción de la musa, entre ideal y fútil, delimita precisamente este poder de extrañeza entre-dos, que recorre toda la canción y se concentra en el objeto que se introduce en el clímax de su descripción: su perfume gardenia, en el dedo un falso brillante, pendientes iguales al collar y la punta de una tortuosa curita en el talón. Como en un análisis, la extrañeza precipita un objeto singular, que toca como ningún otro al bailarín inseguro de la canción analizante como ningún otro y lo hace con que él nunca vuelva a ser el mismo después de este encuentro.
  5. El analista se insinúa como una presencia indecidible. Esto se puede hacer mediante el silencio. Un silencio que abre el espacio del extraño. Parece difícil, pero no lo es, basta con que el analista no crea al 100% que en la realidad vivida en la vida cotidiana es lo real que importa, ni que el material inconsciente es en sí mismo lo real. Más vale lo que aparece entre-dos.
  6. Quignard, P. Ódio à música, São Paulo: Rocco, 1999, p. 61.
  7. En mi libro La escritura del silencio (Buenos Aires: Três Haches, 2018), propuse esta diferencia en términos de objeto mirada/ ventana/ fantasma de un lado, y voz / sinthome / vecindad de otro.
  8. Cf. Miller, J. A. El Outro que no existe y sus comitês de ética. Buenos Aires: Paidós, 2005, p. 77.
  9. Lacan, en «Lituraterra», ya decía que el Occidente (hoy diríamos el mundo eurocéntrico) se basa en el asesinato. Se opuso a él, el Oriente, en el que un trazo no es tachadura, borrado, sino una marca de goce. Con A. Mbembe diríamos de otro modo: si la polis eurocéntrica se construye a partir de una Necropolítica, en Brasil, vemos cómo la necrópolis del capital, en su versión paranoica, puede ser suicida.

Artículo completo disponible en el Blog LA LIBERTAD DE LA PLUMA
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