Literatura

Mis días entre discos, libros y cigarrillos
El sonido Bohemio de la Libertad

Por Franco Miranda

"Si no te sale ardiendo de dentro,
a pesar de todo,
no lo hagas".
Charles Bukowski

"La cura"

Siempre volaste más allá.

¿Será el único lugar a donde tienes que ir?

¿Serás feliz allí?

Imaginarte con ella.

Poder abrazarla.

Quizá tocarla suavemente con la punta de los dedos es un réquiem para tus encuentros y sientes que pierdes el suelo.

Podrás llamarla libertad o como quieras materializarla.

Se despertó atónito en una habitación donde se respiraba sudor y humedad. Un cuarto espeso de ira, y calor, un ambiente encerrado entre paredes oscuras. En su cuerpo sentía espasmos constantes sin poder movilizarse y su mente intentaba recordar.  No sabía como había llegado a esas cuatro paredes, en la cual se podía respirar por una ventana rectangular pequeña cerca del piso. Sin embargo, tenía algunos destellos de recuerdos que duraban segundos, imágenes manchadas por una estela gris giraban en su cabeza.

En la habitación sobre una pared colgaba un espejo roto de forma uniforme. Parte de los cristales se encontraban en el suelo de madera vieja, desgastada, sin barnizar. En una esquina de está, posaba una bolsa de dormir, y un colchón casi sin espumas, teñido con aureolas amarillas en sus sabanas.

A pesar de ello, intentaba y seguía intentando recordar, hasta que dio con pedazos de imágenes. Una mujer con la piel muy blanca y su cabello negro, lacio, le tapaba la cara por el viento que sefundía con ella. Y había más, recordaba su vestido rojo de seda que se ajustaba a su cuerpo-A lo mejor fue solo un sueño- pensaba, pero no, tenía una sensación vehemente de haberlo vivido.

Se levantó con una sensación rara, como si algo hubiese penetrado en él, tenía un sentimiento vacío dentro de él, como si le hubieran arrebatado el alma. Miró a sus costados, solo había una mesa ratona de cristal con restos de cenizas, un vaso, un frasco amarillo sin etiqueta y una aguja. El circulo donde estaba apoyado, lo cubría una alfombra marrón y sobre ella estaban sus zapatos desparramados, estaba descalzo y sin remera.

Quiso recordar algo más, pero era en vano, se ató a mirar la mesa ratona, pero nada. Las texturas de las paredes le hacían doler la cabeza como si fuese a recordar, pero solo tenía imágenes de la mujer que no lograba reconocer y sabía que allí estaba la clave, la llave de sus recuerdos.

Por instinto abrió la puerta de madera, se dio cuenta al instante que estaba solo, y se escucharon silbidos de pájaros entonces miró por la ventana. Se encontraba en el campo. Un campo verde con muchos árboles a su alrededor, podía oler las hierbas húmedas desde allí. Sintió como cuando era niño cuando su abuelo lo llevaba en brazos por las cosechas de café. Una bella época donde la imaginación era infinita y el cariño también. Sonrió durante segundos.

Luego empezó a observar y a buscar algún indicio de porqué se encontraba allí. Era como si le hubiesen borrado la memoria.

Imágenes estrelladas reventaban en su ventana y pensó en el último domingo que estuvo en su departamento, en el medio de la ciudad tomando un café, mirando por el gran ventanal que daba a la avenida principal, como caía la lluvia y mientas escuchaba el disco "Theidiot" de Iggy Pop. Pensó, pensó y volvió a pensar. Ese día estuvo algo raro. Y un flash cruzo por su cabeza. Esa misma mañana recibió una carta, una especie de telegrama, anónimo, que relataba: "Bienvenido a la semana del olvido y placer sin retorno, al final seremos todos libres, gracias por ser parte".

- ¿Olvido y placer? ¿Sin retorno? - Que significaba eso.

Su latido se aceleró, empezó a transpirar, era como si necesitara un estímulo, una droga, no podía contenerse, se quedaba sin aire.

- ¡¿Dónde estoy? ¿Qué paso? ¿Qué hice?! – gritó feroz.

Miro sus brazos y tenía marcas en la piel. Empezó a dar vuelta toda la casa. Sobre el suelo se encontraban fotos cortadas. Y sin darse cuenta, tiro un cuadro y en la pared estaba escrito- "El Elixir de la vida no existe, solo el dolor nos desgarrara"-. Impactado. Volvió a acelerarse y transpiraba, necesitaba algo que lo tranquilizara era como si una abstinencia constantemente pulsara sus venas sin poder controlarlo. Un zumbido en su cabeza, el esfuerzo de recordar, no, no podía con todo, necesitaba correr, salir, descargar.

Entonces salió. Corrió, corrió, corrió, sintió el césped, su olor, el sol iluminaba el camino a través de los árboles, sintió, pudo sentir como cuando era niño, cuando tenía esa infinita imaginación y energía, se sintió realmente libre, si eso quera ser, libre de verdad y no estar atado a nada. De repente la recordó, sí, recordó a la mujer diciéndole "El Elixir de la vida no existe, pero la verdadera libertad sí". Fue entonces cuando sintió la bala atravesar su cuerpo.

 

"La idea"

La idea te desploma, con sólo invocarla te desintegra.

La idea te da de comer, y la ansiedad la manifiesta.

La idea de volver al punto que hizo estallar la tormenta, te atormenta.

La idea la quieres abrazar, aspirar, tragar, partir y escupirla, para que se haga realidad.

La idea te vuelve loco, atosigando los lados más oscuros y luminosos de tu cuerpo.

La idea te desvela, no te deja dormir y te levantas con la resaca que se ha posado en ella.

La idea te juega a favor o en contra…la idea es lo que vos quieras que sea.

¿Y si te equivocas?

Vuelve a comenzar...

Él quedo estupefacto con la idea de volver. Algo no le cerraba. Se quedó horas mirando el espejo. Se veía el costado derecho y luego el izquierdo. Se mojó la cara dos veces seguidas. Se olio las axilas, y se afeito la barbilla. Se miró, se fue al cuarto y se acostó. Miró el techo sin pintar y volvió al espejo, donde en un extremo se podía ver un retrete, gris, sucio. Se notaba desde lejos el color opaco sin limpiar.

Se enjuago la boca otra vez. Y se fijaba en el brillo de sus dientes. La tenia perfectos. Ninguna corona le molestaba, ni tenían cavidades. Se volvió a oler las axilas, y se echó un poco más de perfume. Luego apago la luz, y entro al cuarto. Fue al equipo de música, busco algún disco que pudiera acabar con él, y le dio volumen. Las primeras notas eran suaves, y los colores en el aire dibujaban guitarras que se sentían en el pecho.

Se desvistió por completo, cubrió su cuerpo con unas sábanas impecables, cruzo los brazos en forma de V y se quedó mirando el techo, hasta que cerró los ojos. Mas seguía enroscado en la idea, esa idea que lo arrugaba como papel viejo, que no le dejaba dormir, que le producía ojeras, y dolor en el estómago, era como si pulsaran constantemente, y el tiempo pasaba, pero la idea estaba ahí, intacta como el primer día que vino a él sin que la llamaran. Y la revolcó, y la quiso descrucificar, pero seguía allí muy dentro de él, dentro de su conciencia, en su memoria. Lo llevaba a júpiter, y lo dejaba en la tierra, desecho, enfermo, sin ganas de nada. Podía sentir el olor de la idea, podía sentir como sus uñas la rascaban, como las paredes la repetían una y otra vez.

Brinco de la cama, miro el teléfono rojo a su izquierda, sin usar, con polvo en la superficie, y marcó. -CLACK CLACK-.

En cuestión de cómo cae un rayo a la tierra, sonó el timbre. Y allí estaba su idea, inmaculada, esperando por él. Materializada y asfixiada.

 

"La daga de Chopin"

Le transpiraban las manos, había estado bebiendo y tenía que subir a tocar. Nunca se ponía nervioso pero esta vez fue distinto. Chopin sonaba en su cabeza, y esa triste melodía carcomía sus esbeltas manos, finas como el cristal, pero sólidas como las montañas, capaces de mostrar el camino entre tanta niebla.

Marcelo pianista innato de los tres años. Tocó en el colon, en Europa, se codeó con los más grandes y floto en la atmósfera musical toda su vida. A pesar de ello, estaba insatisfecho y su organismo lo demostraba, su cuerpo siempre estaba pidiendo más pero no tenía veinte años.  Un tipo maduro con la vida recorrida, mas sus vicios duros estaban ahí, eran su sombra agitada.

El auditorio estaba lleno y la gente murmuraba su espera. Todos parecían salidos de la misma fábrica. Las mujeres con sus pieles blancas y sus labios pintados, y su brillo de joyas. Siempre con lo mejor que habían comprado. Ellos todos trajeados. Algunos con moños, otros con corbata. Parecían todos acartonados. A Marcelo no le importaba, de lecho humilde nunca le dio importancia, es más él se alimentaba a base de esa gente, él succionaba sus sueños y los materializaba en música. Los podía hacer imaginar estar en otro lugar, hacer sentir bien o mal, olvidarse de dónde venían. El canal de su música los transformaba en lo que ellos quisieran ser, sin trajes ni joyas, ser ellos mismos.

El telón se abrió y la gente comenzó a aplaudir. Marcelo se acercó al piano, saludo y se sentó en la butaca negra. Respiro y presionó con sus dedos las primeras notas. Era Chopin en Do menor, una pieza que cuando recorre la piel la eriza.

Respiraba y exhalaba, movía sus manos hacia la derecha, hacia la izquierda por las notas negras, blancas. Movía su torso al compás de la música, esa música que lo hacía sentir único en su imaginación, lo trasladaba a su pasado, a su futuro, a su presente. Y la gente con las pupilas bien abierta observaban sus manos, eran como dos ciervos corriendo en la naturaleza. Algunos se emocionaban, otros tosían por lo bajo...hasta que su pie izquierdo comenzó a temblar y su cuerpo también paraluego caer sobre el suelo. La gente sorprendida gritando, impactados, pero todos sentados, inclusive algunos filmando.

Chopin se detuvo en su cabeza y su cuerpo se detuvo. El tiempo se detuvo y su dolor se detuvo. Marcelo era una nota entre muchas, eterna.