Actualidad

Sueños de desvalimiento *

Por Amelia Conde

Por Patricio Vargas

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¿De qué podemos hablar los psicoanalistas en una situación tan acuciante? Es innegable que los infectólogos, la medicina, la sociología, la estadística y las probabilidades, el análisis de datos, las políticas públicas y los poderes del Estado son los que tienen que tomar el centro de la escena para poder construir una respuesta adecuada y que todos, como ciudadanos, tenemos que asumir.

Pero ¿donde entramos nosotros? Por supuesto, hay un montón de colegas en la primera línea de la salud pública poniendo el cuerpo y su práctica en las instituciones, y otros experimentando con las plataformas virtuales para poder sostener los tratamientos en tiempos de cuarentena obligatoria.

Pero como teoría, a la convulsión de la coyuntura, ¿qué cosas podemos decir con el psicoanálisis? Hay algo que se recorta en todo esto y que creemos imprescindible señalar: el amplio espectro subjetivo discordante donde todo lo que se supone que hay que hacer para cuidarse rebota con posiciones refractarias, livianas, tontas, casi de desmentida frente a lo traumático.

Una colega nos cuenta sorprendida, en esas conversaciones para afrontar los ribetes inéditos que está tomando nuestra profesión al compás de los acontecimientos, parte de un sueño propio. El mismo tiene un punto de contacto con algo que escuchó en sueños de amigos y pacientes. El denominador común entre ellos, sin entrar en las singularidades, se podría definir como "sueños de desvalimiento".

Los restos diurnos de un vida cotidiana dada vuelta encuentran, en el escenario del inconsciente, una forma de darle texto a aquello que pulsa por salir. Pero nos interesan, hoy, esos restos diurnos que quedan de una realidad que acecha intramitable por momentos, que asusta con la certeza de que la única salida es poder obtener lo único invalorable en este mundo: tiempo.

Tiempo para que lo inevitable ocurra, tiempo para poder afrontar con dignidad y solidaridad lo que sabemos que va a ocurrir. Se impone esa realidad y las respuestas subjetivas oscilan, se desencajan, se dividen entre lo que se sabe que hay que hacer y las dificultades manifiestas de muchos para poder hacerlo.

Estas dificultades develan que no son las diferencias de clase o de instrucción las que determinan las negaciones a los cuidados comunes a todos. Las regresiones irrumpen como modo de respuestas frente al desvalimiento. Los intentos de subjetivar el entorno amenazante fallan. Las defensas primitivas hacen su trabajo y la agresividad -que puede tener muchas formas de manifestarse- no protegen, sino que nos exponen a todos.

 

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Uno de estos tantos sueños a los que hacemos referencia, quizás el más gráfico y por eso el disparador de todo este asunto, es el relatado por una mujer de mediana edad. Lo comenta al pasar, entre un tono de comedia y un tinte angustiante con el que condimenta el desconcierto y la falta de comprensión del armado de tal escena: "Resulta que me cortaban las piernas, así… de un día para el otro estaba amputada hasta las rodillas! Yo como si nada, aceptando esta realidad me pongo en campaña para conseguir las prótesis. Me traen unas que me quedan grandes y se las cambio a otra persona q estaba en igual situación que yo pero con prótesis chicas para su contextura. Hacemos una especie de "trueque de piernas", me calzo las prótesis cual par de zapatos hechos a mi medida y salgo por el mundo con actitud de "aquí no ha pasado nada!". Me voy a una reunión de ex compañeros de escuela, mil años que no veo… caigo en la escuela a la que fui toda mi infancia y adolescencia. Recorro con la mirada cada rincón, cada espacio, reconozco cada cuadro, cada imagen religiosa en su lugar y busco el baño, ese baño al que prefería ir en aquellas épocas. Entre todos los baños de la escuela, mi baño favorito. Camino acompañada de dos ex compañeras y me encuentro con que mi baño había sido reformado… si, lo habían reacomodado para discapacitados. Estaba hecho a la medida de mi necesidad actual. Hice lo que tenía que hacer, tranquila y conforme. Aliviada… y me desperté!"

Nosotros, los psicoanalistas no podemos más que deleitarnos frente a semejante formación del inconsciente y es ahí donde comenzamos a pensar cuánto, de todo esto nuevo vivenciado, influye en la vida anímica y confluye en la formación del sueño como forma de tramitar emociones desconocidas. El encierro deja de ser una elección de momento para pasar a ser una condición para la supervivencia. Claramente "nos cortaron las piernas a todos".

Un texto de Lacan que se encuentra en los ESCRITOS 1 y se titula "La Agresividad en psicoanálisis" nos ayuda a pensar el porqué… "La experiencia analítica nos permite experimentar la presión intencional. La leemos en el sentido simbólico de los síntomas en cuanto el sujeto se despoja de las defensas con las que los desconecta de sus relaciones con la vida cotidiana y con su historia - en la finalidad implícita de sus conductas y de sus rechazos - en la falta de su acción - en la confesión de sus fantasmas privilegiados - en los rébus de la vida onírica... hay una relación específica del hombre con su propio cuerpo que se manifiesta igualmente en la generalidad de una serie de prácticas sociales… no hay sino que escuchar la fabulación y los juegos de los niños, aislados o entre ellos, entre dos y cinco años para saber que arrancar la cabeza o abrir el vientre son temas espontáneos de su imaginación, que la experiencia de la muñeca despanzurrada no hace más que colmar… Volvemos a encontrar constantemente estas fantasmagorías en los sueños, particularmente en el momento en que el análisis parece venir a reflejarse sobre el fondo de las fijaciones más arcaicas (1)".

La actitud frente a esta realidad puede ser diferente de acuerdo a la constitución subjetiva de cada uno de los miembros que conforman la sociedad en su totalidad. Lo que sí nos arriesgamos a remarcar es un denominador común: el desvalimiento y, con él, la multiplicidad de síntomas de padecimiento conforme a la diversidad a la que hacemos mención.

 

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Ya nos advertía Freud en el "Malestar en la cultura" sobre las fuentes del padecimiento. En ellas encontramos el señalamiento particular de una que no debe pasar solapada. Dice: "Desde tres lados amenaza el sufrimiento: desde el cuerpo propio que, destinado a la ruina y a la disolución, no puede prescindir del dolor y la angustia como señales de alarma; desde el mundo exterior, que puede abatir sus furias sobre nosotros con fuerzas hiperpotentes, despiadadas, destructoras; por fin desde los vínculos con otros seres humanos. Al padecer que viene de esa fuente los sentimos como el más doloroso que a cualquier otro; nos inclinamos a verlo como un suplemento en cierto modo superfluo, aunque acaso no sea menos inevitable ni obra de un destino menos fatal que el padecer de otro origen"(2).

Las dos primeras fuentes de padecimiento, con esta "peste" virosica, están al orden del día: la ruina del cuerpo y con ella la posibilidad de perder la vida frente a la "naturaleza hiperpotente". Sin embargo la tercera, la de los vínculos amenazantes, que a veces parece superflua frente a los dos primeros, está aquí presente más que nunca haciendo todo más difícil.

Creemos que lo más complejo de esta coyuntura apremiante es que lo amenazante, lo más peligroso, es esa posición liviana, ingrávida, donde queda velado el empuje al riesgo. Lo "superfluo" de aquellos individuos que apelaron fatalmente a las libertades - invocando derechos individuales - en el contexto en el que lo comunitario requería otra cosa transformándose en el dispositivo común para dar una respuesta.

"Soltarse" en esa rebeldía que no cambia nada sino que desconoce al semejante, no acatando lo que la sociedad requiere para que cuidemos a los más expuestos a las consecuencias de la pandemia, es casi un rechazo a la pertenencia comunitaria y un atentado a la salud física y mental de la mayoría. La banalidad de creer que no pasa nada con seguir comportándonos dentro de la "avivada", los placeres individuales y los privilegios.

Necesitamos más de lo imaginario que ubica al otro como semejante, el que me puede salvar de la misma manera que yo lo puedo salvar a él, el que nos permite vernos formando parte mismo; y aquellos que no pueden cuidarse/cuidarnos, porque no hay muchas elecciones entre que tus hijos coman y contagiarse; que tienen que sufrir la cuarentena hacinados en viviendas precarias sin acceso a lo básico, y tienen que salir a rebuscarse el sustento igual, cuenten con nuestra comprensión y entendimiento, y no con nuestra hipócrita condena.

Necesitamos menos del retorno a lo especular paranoide que, con sus transitivismos de bajas pasiones, empieza a tratar todo con la agresividad de que no hay lugar para el otro, o el lugar del otro es el mío. Cayendo en esa pendiente nos arruinamos todos, incluso más rápido que con el virus. Una cosa es el "encierro solidario", otra es aislarse del otro como posible enemigo portador del virus y otra, igual de peligrosa, es andar por ahí desconociendo las consecuencias de los propios actos.

El desafío es cómo construir una formación de compromiso sin caer en la manía, en la depresión o en la banal desmentida del no pasa nada, pudiendo actuar con compromiso social entre todas y para todos, desde la cuarentena acompañada o en la soledad, con la falta de contacto público al que no estamos acostumbrados.

Las nuevas tecnologías recortan la brecha pero no logran alcanzar la satisfacción del codo a codo, del abrazo o la mirada. A veces aparece esa cosa metonímica del grupo en el entrar una y mil veces a ver qué dicen, buscando en facebook, Instagram, videollamada, Facetime y todas las plataformas el punto de capitone que enlace esta soledad compartida en el aislamiento obligatorio, para soportar el poder actuar entre todos sin hacer otra cosa que quedarnos adentro.

Sabemos que es esa la única manera de cuidarnos y cuidar al otro. Tal vez el encierro traiga reminiscencias de "la primer cuarentena", aquel primer adentro con la "función materna" en la que no se hace más lazo que con el bebé para cuidarlo, protegerlo y garantizar su supervivencia. El adentro asfixia psíquicamente pero, por el momento, volvamos ahí para cambiar desvalimiento por solidaridad… lo demás solo el tiempo lo sabrá.

* Los autores son integrantes del grupo de psicoanálisis "Permanece a la escucha".

NOTAS

  1. Lacan, J. (1948) "La agresividad en psicoanálisis" en Escritos 1, Buenos Aires, Ed. Siglo xxI, 2002. Pág. 96-97.
  2. Freud, S. (1930). "El malestar en la cultura". Volumen 21. Obras completas. Ed. Amorrortu