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Allí donde gozo, soy libre. El triunfo de la Libertad

Por José R. Ubieto

Fotografía seleccionada por el editor del blog.

Bauman nos enseñó, en los inicios del siglo XXI, que la solidez de los grandes relatos del siglo XX iba virando a un estado líquido. Esas referencias, con sus líderes hechos a imagen y semejanza del padre, iban desmoronándose más aún de lo que ya lo estaban y el patriarcado empezaba a aparecer como un régimen caduco, si bien no desaparecido. La realidad digital, entonces pujante y globalizada, ayudaba a ese derribo. Algunas caídas (muro Berlín, Torres Gemelas) funcionaban también como metáfora de ese eclipse.

Lacan, a finales de los 70 había anticipado ese escenario con su idea de un Otro más roto que líquido, un interlocutor caracterizado por un vínculo fragmentado, discontinuo, con amarres frágiles y desenganches frecuentes. Su exigencia de polivalencia, flexibilidad y deslocalización producía en cada sujeto narraciones fragmentadas sobre su vida y su identidad le aparecía a menudo como contradictoria o confusa. Los avatares digitales, emergentes en esta nueva era, no cesan de generar identificaciones dispares, variables y efímeras, alojadas en la nube.

Como solución a este roto, y a la falta de sentido que implica, la tecnociencia piensa por nosotros y diseña una vida algorítmica donde todo parece estar programado y Alexa y sus clones calculan desde los pasos que damos hasta la ruta que nos conviene. A pesar de ello, es un hecho que ese saber y esa monitorización no cura el desamparo del ser hablante. Nadie discute las mejoras que lo digital ha introducido, y más en la pandemia, pero es innegable que cada día más produce desengaños y sentimientos negativos, que fácilmente tienden a la rabia con sus tribus de haters y trolls.

Caído el velo de la idealización acrítica, y a pesar de las ilusiones que nos genera ese mercado global donde siempre hay una píldora para la felicidad, seguimos sin la garantía de un manual de uso para vivir. Y, lo peor, con un aumento significativo de las desigualdades y de la polarización política y social. Conocíamos la brecha de género, que sigue abierta; la digital que no se ha cerrado por la efervescencia de lo virtual (la ha visibilizado más) y ahora también la novedad que la pandemia nos ha traído: la brecha corporal. La que se abre entre los que no les queda otra para subsistir que poner el cuerpo para trabajar, los llamados esenciales, y los privilegiados que pueden preservarlo y trabajar virtualmente.

El Otro roto produce huérfanos de sentido, sin una verdad en la que confiar, ni un nosotros asegurado al que identificarse. Quedan entonces entregados a la única certeza de la búsqueda de la satisfacción, aunque sea en modo low cost. Para curarse de ese virus del desamparo surgen nuevas vacunas. Las de aquellos que inventan una nueva cosmovisión, un relato delirante pero sencillo donde los papeles están claros: hay los buenos, lugar donde uno puede inscribirse para volver a ser alguien y grande, y están los que conspiran, sin pudor ni límite, para destruir la vida y el mundo. Esta idea funciona para muchos porque aporta un sentido y una certeza inequívoca.

Luego está la otra vacuna, ahora más en auge que nunca, la que deja de lado las grandes verdades y se conforma con un solo significante, escrito en mayúsculas y repetido hasta la saciedad: LIBERTAD. Un significante prêt-à-porter que enmascara una salida cínica a la crisis, donde lo que prima es la defensa de los privilegios. Sus razones son breves y directas al corazón: “Porque yo lo valgo” o “porque me da la gana”. Inapelables por su emocionalidad, cada uno decide el alcance de esa soberana decisión.

Las dos fórmulas se basan en el hecho indudable de que el negacionismo es muy primario en el ser humano. Los niños aprenden antes el NO que el SI porque lanzan al exterior aquello de ellos mismos que no les gusta, imputado entonces al otro y situado en nuestro exterior. Es lo éxtimo, intimidad no reconocida. Mientras que unos no quieren saber de la fragilidad humana (niegan los efectos del virus), otros rechazan el pasado y su memoria, desde los ex que se fueron hasta los huecos en la historia más reciente.

Sería un error menospreciar esas fórmulas, calificándolas de inconsistencia mental o etiquetándolas de fascistas. De ese error vienen estos votos. Hay que leerlas como lo que son: síntomas contemporáneos de este mundo pos-Covid en el que entramos. Se sostienen en esa orfandad y en la necesidad de suplir el vacío con creencias y con satisfacciones, mejor inmediatas, que atemperen la inquietud de los cuerpos. Nadie queda al margen de la fatiga pandémica y de sus restricciones. Algunas han sabido leer el fenómeno y prometer lo imposible.