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Yo nena, yo princesa (o la niña con pene) (*)

Por Néstor Yelatti

"Yo nena, yo princesa" es el título de un libro. Tiene como significativo subtitulo "Luana, la niña que eligió su propio nombre" lo que indica ya un rasgo de excepcionalidad. Fue escrito por su madre, Gabriela Mansilla. Se trata del relato de una epopeya: la de un hijo y su lucha por que se acepte su "verdadera" identidad sexual y la de una madre dispuesta a todo para que la sociedad y las instituciones reconozcan la posición del niño y se cumpla la ley otorgándole un nuevo documento de identidad.

Es el caso conocido públicamente en sus inicios como "Lulú".

Presentado por la Comunicad Homosexual Argentina, prologado por su terapeuta, epilogado por el director del Centro que se hizo cargo de tratamiento de madre e hija, es el relato del amor incondicional de una madre y de cómo se vio llevada a hacer de la supuesta posición sexuada de su hijo el ejercicio de un derecho.

Es un libro donde una mujer cuenta sus recuerdos, se podría decir sus asociaciones, en un orden no siempre cronológico, decidida a decir todo sin reticencias, o sea que más allá de que esté dirigido a cualquier lector interesa al psicoanalista.

Que los dichos de un niño se conozcan a través de un progenitor es algo conocido desde los inicios del psicoanálisis (caso Juanito), la inevitable subjetividad materna, en este caso, no impide el desarrollo de la verdad. Se trata de saber leerla. Lo que sigue es una posible lectura.

Es así como leemos que en Julio de 2007 Gabriela tuvo mellizos, pero que a uno de ellos, Manuel, "algo no lo dejaba en paz", demandaba más atención que el hermano, su mirada era distinta, "sorprendían tus ojitos profundamente tristes". El primer capítulo se llama por lo tanto "La tristeza de Manuel".

Que los dos hermanitos eran muy distintos se advierte cuando a los dos años ven por primera vez una película de Disney: "La Bella y la Bestia". Manuel, deslumbrado, baila como la Bella, busca ropas de su mamá y las viste, llora pidiendo películas de princesas: él es la Bella y el hermano, la Bestia.

Pero nos enteramos que a partir de ese momento Manuel no solo se trasviste todo lo que puede sino que también tiene síntomas: insomnio y una llamativa alopecia temprana. Aparecerán otros y es del mayor interés advertir los momentos de agravamiento sintomático.

La frase enigmática

Gabriela retrocede un poco en el tiempo y ubica el momento clave, el que revelaría la verdad del niño, a los 20 meses, cuando dice: "Yo nena, yo princesa". A partir de ese momento comienza el calvario: angustia, gritos, insomnio, la exigencia de Manuel en que se acepte su "Yo nena", la calma que solo sobrevenía al travestirse.

Se produce una escalada sintomática. A los tres años se mordía, tiraba del pelo, y golpeaba la cabeza contra la pared. Se imponía entonces la consulta psicológica y el azar lleva al niño y su madre al consultorio conductista. Luego de 6 meses de intento de adecuar al niño a su sexo biológico, de impedir toda conducta travestista, de imponerle juegos varoniles, se produjo un agravamiento de sus síntomas, llantos interminables, autoagresiones y un aferrarse a todo lo que fuera rosa. Manuel pinta con una fibra rosa todo lo que esté a su alcance, inclusive la cara del hermano.

El momento de la revelación

Hasta aquí todo era confusión en la vida de la madre de Manuel. Su hijo decía ser una niña, la intervención terapéutica solo había logrado incrementar los síntomas, el padre aparecía en un lugar muy secundario en la historia. Es cuando interviene la tía de Manuel, hermana mayor de la madre, y núcleo principal de la comunidad de mujeres que aceptan y reconocen de lo que se trata. En la TV dan un documental que la tía pide que vean, donde una nena de E.E.U.U. aparece en escena diciendo:" Me llamo Josie, soy una niña y tengo pene".

Se revela entonces que Manuel es una niña transgénero y que deberá aceptar al menos temporalmente ser una niña con pene.

Una vez que el significante "transgénero" hasta ese momento desconocido permite dar un sentido, introducir cierto orden en la confusión, a Manuel se le compran vestidos de nena, pelucas de cotillón que usa durante todo el día. El niño "transgénero" se rodea permanentemente de nenas, dibuja nenas, quiere tortas con princesas y sólo usa el color rosa.

De tal manera que Manuel más una niña parece el estereotipo de una niña.

Según el relato materno conoce a la perfección cuales son los semblantes que identifican a una niña y de manera extraordinariamente rígida no puede dejar de valerse de ellos en ningún momento. Pero algo falla en ese saber que supone que una niña nunca patea una pelota, que no puede usar cualquier color, que jamás intenta treparse a un árbol.

¿Posición subjetiva del niño o fantasma materno?

La autonominación

El 3[1] de Julio de 2011 fue una fecha clave. Manuel cambia de nombre, elige llamarse como una compañera de colegio, Luana. No sólo eso, le dice a la madre: "si no me llamas Luana no te hago caso".

Se puede advertir que Manuel no elige llamarse Manuela lo que implicaría cambiar de género pero aceptar el nombre asignado. Aceptar o rechazar el nombre puede tener consecuencias si consideramos la relación de este con la trasmisión de "una constitución subjetiva, que implica la relación con un deseo que no sea anónimo" [1]

Manuel se autonomina a partir de una identificación imaginaria.

Acto que hace inexistir al Otro lo que parece ser aceptado rápidamente por los padres. La madre puede, orgullosa, decirle, "tu valor fue admirable" por como "enfrentaste a papá". En efecto, el padre, bastante atónito en un principio se resiste pero finalmente acepta que "encima el nombre que eligió es lindo".

¿Cabe preguntarse si esta autonominación mas allá de la particularidad de un caso implica la caída del Padre del Nombre y prefigura una época en que los niños tendrán nombres transitorios hasta que puedan decidir cuál eligen?

Cuestión de género

Pero dado que más allá de la autonominación y del orgullo materno los síntomas persistían y la situación seguía inmanejable se imponía otra consulta. Esta vez no fue el azar, sino la información que brinda la tía la que dirige a padres y niño hacia un servicio que responde demandas de reasignación genital. La terapeuta que los atiende debió responder a la pregunta angustiosa: ¿porque uno de sus hijos varones dice ser una niña, se resiste a ir al colegio vestido de varón, impone su nuevo nombre a riesgo de no hacer caso, de autoagredirse? ¿Cómo comportarse con él?

Momento decisivo. Sin grandes vacilaciones la terapeuta dice "se trata de una nena trans". Sorpresa ante el nuevo nombre: ¿será lo mismo trans que transgénero.? Pero al mismo tiempo alivio: ya sabemos que es.

Comenzará entonces un largo recorrido que aún no termina. Gabriela, su hijo y su hasta entonces marido serán acompañados, comprendidos, guiados por quienes saben de lo que se trata: una cuestión de identidad de género.

Lo que nunca se advertirá es que ese nombre común tiene los mismos efectos que cualquier denostado diagnostico DSM y sus efectos de "patologización": el niño será aquello que lo que lo nomina dice que es. Y una vez que se instala la certeza sobre la sexualidad no queda lugar para las preguntas. Pero como se verá estas aparecen en la intimidad del dialogo madre-hijo.

El momento forclusivo

Manuel, que dice llamarse Luana, tiene una respuesta a su ser una niña con pene, pero forclusiva. A los 4 años, durante el baño, dice: "yo no tengo penecito". El niño no sólo no se lavaba el pene porque no lo tenía, tampoco quería hacer pis, por lo que se orinaba cuando no podía contenerlo Y se hacía caca porque ir al baño lo obligaba a ver su cuerpo desnudo.

El niño alucina negativamente, no ve lo que los demás ven. Pero al rechazar una parte de su cuerpo también rechaza el significante "niña con pene". El siguiente diálogo lo confirma

Niño: ¿Vos tenés penecito mamá?

Madre: No.

N: ¿Qué tenés? 

M: Vagina. 

N ¿Valentina tiene penecito?

M: No, tu prima Valentina no tiene penecito.

N: No es una nena diferente.

M: No, vos sos una nena diferente y está bien, a mí me encantaría ser una nena diferente. N: A mí me gustaría ser una nena común.

El niño puede, al mismo tiempo que rechaza su cuerpo, mantener un dialogo acerca de la diferencia sexual digno de un Juanito. Pero el azar, el destino, o mejor la prevalencia del discurso de género en nuestra sociedad hizo que nadie escuchara sus preguntas, sus vacilaciones. Como si el niño solo enunciara con sus palabras la certeza de su ser sexuado (desde sus dos años!!)

Los síntomas se agravan

Mientras que en la escuela ya no dicen "las niñas a lavarse las manos" para no poner en un brete al niño, la terapeuta pregunta a la madre si se anima a llevarla vestida de nena por la calle. Al poco tiempo el padre estalla, agrede a la madre lanzándole almohadones, y se va de la casa para no volver. Para la madre se trata de "un machista, que no quiere aceptar lo evidente."

Pero para sorpresa de todos, , porque todo parece ser conducido por los carriles de adecuación del mundo al niño, éste está cada vez más agresivo, rompe juguetes, viste repetidamente a su hermano de princesa, le pinta los juguetes de rosa, se lastima la cara, se tira del cabello delante de todos: ahora quiere ser una sirena.

Luego de 6 meses de tratamiento psicológico y agravamiento sintomático, la terapeuta decide que es hora de una derivación a una psicóloga especialista en niños.

¿Pero a quien se estuvo tratando entonces sino a un niño? ¿O a una niña? Pero Manuel- Luana no era una niña, por supuesto, olvidamos que se trata de una niña trans. Que no es lo mismo. (La segregación que se quiere sacar por la puerta retorna por la ventana.)

Algunos diálogos

Al niño se le supone un saber sobre si fundado en la "autopercepción" de su identidad sexual, que lo convierte en Otro tanto para su madre como para sí mismo. De allí que sus preguntas resulten particularmente problemáticas. A lo largo de todo el libro se advierte que cada vez que surge el sujeto en su vacilación, es el Otro de la teoría de género el que responde, por boca de la madre.

Niño: no quiero ir más a ese jardín, mama´.

Madre: ¿Por qué? ¿Qué pasó?

N: nada, córtame el pelo y decime Manuel.

M: Está bien, como vos quieras, mamá te ama igual y está bien lo que vos decidas.

Al rato la madre llama al hijo por su nombre

M: Manuel…………..

N: soy Luana ¿Por qué me decís así?

M: ¿no me dijiste que te llamara Manuel?

N: No, ya se me pasó.

M: Bueno cualquier cosa me avisas.

Por la noche

M: ¿Qué pasó que me pediste que te corte el pelo? N: Es que yo tengo que ser un nene M: ¿Por qué tenés que serlo?

N: Porque tengo pene.

M: Pero vos sos una nena diferente.

N: Los nenes tienen pene, entonces tengo que ser un nene.

M: Vos tenés que ser lo que tengas ganas de ser ¿Qué querés ser? N: Una nena

M: ¿entonces?

N: Las nenas tienen vagina y yo no.

M: Vos sos una nena, no importa si tenés o no pene.

El siguiente diálogo es cuando hay agravamiento de autoagresiones en el jardín, a sus cinco años, luego de un año de vivir como nena y de no cortarle el pelo Luego de preguntar si ya tenía DNI dice:

N: ¿que son estas cosas que tengo acá?  M: Testículos

N: ¿para qué sirven?

(¿Como decirle que ahí se forman espermatozoides para tener hijos con una chica? piensa angustiada la madre y responde:)

M: sirven para que el día de mañana te construyan una vagina si vos querés.

Algunas conclusiones

Por alguna razón la autora del libro y su hijo nunca tomaron contacto con un analista. Esto es independiente de como puedan autodenominarse quienes hayan intervenido en el caso. No se trata de tendencias ni escuelas, quienes creen en el inconsciente no pueden dar lugar a ninguna "autopercepción" cuando de sexualidad humana se trata. Lo contrario sería suponer que cada ser parlante es lo que dice ser cuando su decir queda reducido a sus enunciados. Pero la convicción yoica: "soy lo que digo ser", engañosa, no tarda en caer. El pequeño Manuel lo demuestra cuando con sus preguntas, sus vacilaciones, sus giros, pone patas para arriba su "yo nena, yo princesa". Pero el enigma de la sexualidad, la complejidad de la asunción de una posición sexuada no parece propia de esta época y nadie parece advertirlo.

Una perspectiva posible, desde el psicoanálisis procuraría ubicar la posición del niño como sintomática y de establecer su relación con lo sintomático de la estructura familiar o lo que pueda representar de la verdad de la pareja parental.

También en qué medida un niño realiza el objeto a del fantasma materno. Me guío aquí nuevamente por "Dos notas sobre el niño" sin agotar las posibilidades que ofrece. [2]

Otro camino posible es ubicar las estructuras clínicas de los personajes de la historia: la psicosis materna y/o la del hijo. ¿Y el padre? Si no ocupó mucho lugar en este breve escrito es porque tampoco estuvo muy presente en el relato materno. Salvo para indicar la poca altura de los acontecimientos a la que estuvo, sus angustiadas vacilaciones a la hora de comprarle juguetes de niña a su hijo, lo insoportable de verlo travestido al ir a la escuela, el padre sale de la escena tempranamente. La madre hace hincapié en su proclividad a dichas salidas, lo que, es necesario decirlo, suena convincente.

Pero volviendo al tema de la estructura clínica de madre e hijo, creo firmemente que no es una vía fructífera. Aunque la psicosis de la madre fuera evidente, lo que no es claro de ningún modo, no sería válido establecer una relación de causalidad con la posición del niño. En cuanto al niño, sus preguntas,¿en que se diferencian de las de un Juanito? Por supuesto, no podrían superponerse plenamente, pero la época y sus novedades no ha podido dejar atrás el enigma esencial: ¿en qué consiste la diferencia entre los sexos?

Entiendo, aunque a esta altura ya sea cosa un tanto remanida, que lo que podemos llamar discurso transexual, de aparición relativamente reciente, debiera permitir un campo de investigación.

Esto implica soportar, luego del instante de ver, un tiempo de comprender de duración suficientemente extenso que postergue el momento de concluir, lo que sea necesario.

La vía diagnóstica hace de brújula frecuentemente, se sabe que esa es su función. Pero también puede ser obstáculo en la medida que remite a lo ya conocido. Y si el psicoanalista se diferencia de quien no lo es, es porque puede poner su no-saber en juego con cada nuevo paciente. Interesante hubiera sido que el pequeño Manuel-Luana hubiera tenido la oportunidad de una escucha.

* Artículo completo disponible en REVISTA VIRTUALIA N° 30 (Junio 2015)

NOTAS

  1. Lacan, J. "Dos notas sobre el niño". Intervenciones y Textos. Manantial. 1988. pp 55 - 56
  2. Ibídem