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Finales

Por Gustavo Dessal

A la luz del psicoanálisis, el estructuralismo y su lectura crítica de Nietzsche, Foucault consideró que el “hombre” como tal es un concepto histórico y no un axioma o una verdad fuera del tiempo. Así como Nietzsche anunció -erróneamente- la muerte de Dios, Foucault aventuró la muerte del hombre como un acontecimiento que expresaba la finitud en el plano de la historicidad.

La frase final de su obra “Las palabras y las cosas” (1966) es sin duda inquietante: “Algún día el hombre será borrado, como un rostro dibujado en la arena al borde del mar”. Para Foucault esto implicaba el alivio de admitir que tanto las ideas humanas como las instituciones no eran conceptos fijos, sino que podían ser constantemente modificadas. La pos-modernidad que este grandioso intelectual anticipó fue concebida por él como la posibilidad de que alguien siempre vendría a dibujar un nuevo rostro y diseñar un estilo diferente.

En la actualidad, muchos pensadores, filósofos y académicos de distintas procedencias y no necesariamente coincidentes en su ideología, celebran la inminente extinción de los seres humanos como un suceso inevitable que forma parte de la caducidad a la que todas las especies están condenadas. Entre las diversas posiciones que coinciden en responsabilizar a los seres humanos de la catástrofe planetaria y con ella la desaparición del Homo Sapiens, hay dos que merecen destacarse: el antihumanismo y el post-humanismo.

El antihumanismo antropocénico sostiene que la especie humana es antinatural por definición. Debemos admitir que, formulado de este modo, no faltan argumentos. El psicoanálisis mismo, al considerar al ser hablante como exiliado de toda raíz natural, nos atribuye el papel de encarnar el poder destructor de las palabras. Cierto es que el concepto de naturaleza constituye en sí mismo una ficción discursiva, pero no obstante la agonía de la Tierra es un real que solo puede negarse en un ejercicio de cinismo descarado. A la vista está que los cataclismos se han multiplicado en el último medio siglo, y que los objetivos de limitar el calentamiento global son absolutamente falsos, dado que matemáticamente son insostenibles. Ante la brutal evidencia de que el capitalismo ha evolucionado hasta un límite que conduce a una destrucción sin alternativas, para obtener una reducción de los daños se debería implementar un decrecimiento económico que supondría la condena de miles de millones de personas. Por el contrario, no llevarlo a cabo generaría el mismo resultado.

Bajo esta misma premisa de Escila y Caribdis, los post-humanistas han cifrado todas las expectativas en la desaparición tecnológicamente organizada de la raza humana y su progresivo reemplazo por organismos genética y mecánicamente transformados por ultra ingeniería. La nanotecnología, la Inteligencia Artificial que habrá de evolucionar hacia un poder de la razón altamente superior al humano, son el credo que los post-humanistas propagan, convencidos de que abandonando nuestra condición humana escaparemos de las limitaciones biológicas que nos mantienen cautivos en la fragilidad de nuestros cuerpos. Ese desamparo ya solo será un rasgo de la vida animal.

Los antihumanistas, en cambio, son proclives a poner todos los medios posibles para demorar la extinción de nuestra especie, pero desde la perspectiva de una asunción filosófica que carece de todo dramatismo, y que asume nuestra caducidad como un hecho que forma parte del ciclo natural del mundo físico, al igual que la extinción de una estrella. En al fondo, la postura antihumanista supone la destitución del ser humano como entidad suprema del reino viviente.

La glorificación de la especie humana va perdiendo fuerza y su descrédito se extiende cada vez más. Es posible que antihumanismo y post-humanismo puedan ser consideradas como expresiones neo-milenaristas de un mundo convulsionado por el sentimiento de la finitud, y la imposibilidad de detener la crisis ecológica, la pendiente suicida del capitalismo que se ha lanzado hacia la etapa de su autorrealización definitiva, la que coincidirá con la desaparición del planeta. Pero no debemos olvidar que el capitalismo no es un discurso que ha bajado del cielo y ha propagado su Evangelio desde siglos en sus diferentes versiones. Ha sido el producto de una invención humana, sostenido por la acción humana, y defendido, cuestionado, atacado, reconstruido, transformado, multiplicado por la acción humana.

Antihumanistas y post-humanistas son modalidades que divergen y convergen en recordarnos que nos somos marionetas de un azar que un buen día nos tomó por asalto.

En una conferencia dictada el 12 de mayo de 1972 en Milán, Jacques Lacan señaló que el capitalismo era el “discurso más astuto” que existió jamás, pero que eso mismo sería su perdición, puesto que estaba destinado a “reventar” por dirigirse a su consumación. No es sencillo interpretar esta frase, ni lo que Lacan pretendía transmitir, dado que en ningún momento se pronunció por lo que devendría el mundo si aquello llegaba a suceder. ¿Qué papel le cabe al psicoanálisis en este debate? El psicoanálisis es una praxis que está del lado de la vida, aunque la renuncia al “furor curandis” del que Freud nos advirtió rebaja toda omnipotencia y permite comprender que no podemos arrogarnos la función de ser el Otro del Otro, ni decir la Verdad sobre la verdad.

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