Clínica

La temporalidad del acto analítico

Por María Paula Giordanengo

Por Jorge Luis Rivadeneira

Sin lugar a dudas, la relación del tiempo con el espacio es uno de los mayores misterios que la ciencia ha logrado conquistar. Y es por eso tal vez, que la temporalidad de un análisis ha sido un tema permanente de los debates, principalmente respecto del fin de análisis. Pero si reflexionamos brevemente sobre la estructura de la sesión analítica, no podemos dejar de representarla en un espacio y en un tiempo, un lugar donde se lleva a cabo y en una determinada temporalidad.

Escribir es inscribir una temporalidad.

Stephen Hawking, en su ya clásico “Historia del tiempo. Del Big Bang a los Agujeros Negros”, es sumamente claro: “El descubrimiento de que el universo se está expandiendo ha sido una de las grandes revoluciones intelectuales del siglo XX. Visto a posteriori, es natural asombrarse de que a nadie se le hubiera ocurrido antes”. Rápidamente, esta cita recuerda las innumerables ocasiones en las que Lacan se asombraba de que nadie se hubiese percatado antes de Freud de la existencia del Inconsciente. Sin embargo, son descubrimientos radicales íntimamente ligados. Hawking plantea incluso la relación de la creación que, aunque fuese Divina, no podría no tener un origen, un principio. Y ese principio lleva el nombre de Big Bang. A partir de allí, el universo se halla en expansión. Para el psicoanálisis, también ha sido un tema fundamental la cuestión del origen, y por eso mismo su desarrollo tuvo como centro la sexualidad infantil con Freud, y el lenguaje con Lacan.

Pasando a otro campo del saber, el filósofo Surcoreano Byung-Chul Han, en el “Aroma del tiempo”, nos conduce a ubicar el tiempo en un espacio preciso, el de la narración: “El tiempo comienza a tener aroma cuando adquiere una duración, cuando cobra tensión narrativa o una tensión profunda, cuando gana en profundidad y amplitud, en espacio”.De ello dió cuenta Freud cuando narró sus grandes historiales clínicos, cuando puso las narraciones en un campo inagotable, el campo del Inconsciente. Marcó un espacio y con ello una temporalidad que nos sigue convocando a repensar el “por qué” y el “para qué” del Psicoanálisis.

No es otra cosa lo que Jacques-Alain Miller nos induce a vislumbrar en “La erótica del tiempo” cuando nos propone: “Lo que llamamos sesión analítica es un lapso de tiempo en el que se trata de establecer una relación con la dimensión fuera del tiempo del Inconsciente. Esa dimensión en la cual el pasado no existe, según la descripción de Freud, y en la que no encontramos ninguno de los tres modos del tiempo, pasado, presente, futuro”. Sin embargo, aclara Miller, esto no determina que el inconsciente es un “ser” eterno, sino que tiene un límite. En su paradójica inalteridad, un corte pone freno, en su fugacidad de goce.

Principio y final; pasado, presente y futuro; rapidez y lentitud; distancia y profundidad, significantes por donde circula lo indecible y moviliza (otro significante del tiempo/espacio) una demanda que precisa de un lugar para ser escuchada. ¿Qué lugar? Un extraño lugar, porque se trata de un lugar sin morada, un hogar llamado acto analítico.

Lacan nos habla de tres momentos que se van suscitando en un análisis, el instante de ver, el tiempo de comprender, y el momento de concluir. Esta especie de secuencia lógica no es pensada solo para el curso de un análisis, sino que opera en cada sesión, donde un aserto de certidumbre anticipada precipitará el acto por el cual el sujeto se distancia del objeto que causa su decir, se separa y esa separación será el acto necesario por el cual advendrá un corte sobre la significación.

El corte que separa al sujeto de esa coagulación del sentido, de lo cristalizado de su efecto de goce, será la dignidad que el analista oferta en ese encuentro.

Constituye una resistencia a lo efímero, a lo fugáz, a la inconsistencia. De ese tiempo, un instante se detuvo. Esa palabra o ese silencio señalado traerá otros ecos y retornos.

El análisis, con su propia marca sobre el discurso del sujeto, instaurará un tiempo diferente, el tiempo de las escansiones de lo inconsciente, con su lógica de apertura y cierre, con el sello del traumatismo de lalengua.

Ahora bien, vivimos en la era de la instantaneidad, donde espacio y tiempo se repliegan, aplanando la pieza de anclaje donde la corporalidad se instituye.

En “El reverso de la biopolítica”, Eric Laurent nos dice: “…la diversificación de los medios de producción de la imagen ha refinado el efecto de instantaneidad y ha reforzado la exigencia de transformación de inmediato de toda situación en imagen. Cuando la imagen del cuerpo no está presente, hay que añadirla: la exigencia del selfie demuestra de nuevo el campo que se abre para satisfacer la pasión por inscribir el reflejo”.

La instantaneidad alcanza la dimensión de los cuerpos, al parecer sólo capturados en imágenes, allí donde “verse - ser-visto” permite localizar cierta satisfacción en un circuito pulsional.

La sucesión intrusiva de imágenes cotidianas en múltiples pantallas, parece morigerar el impacto que supone el paso del tiempo, como si en ese continuo alocado y sin marcas, nos viéramos lanzados a la inmortalidad. Hay una imperceptibilidad del paso del tiempo, la época empuja a prendarse en una lógica imaginaria, en una cierta continuidad o devenir sin esperas, sin marcas. Las selfies constituirían esos arrebatos del Yo por sujetarse en la montaña rusa en que lo sumerge el tiempo.

La postmodernidad y sus discursos amos, ha instituido otros tiempos, donde nos vemos compelidos a correr, a esperar lo menos posible, a arrebatar las decisiones, postergando los actos. Así, nos encontramos con sujetos en fuga, que están siempre en otro lugar en donde se los espera, que están siempre a destiempo, como si hacer esperar al otro fuese un modo de resistirse a la opacidad de lo inexorable, en tanto, si hay algo verdaderamente real, es el tiempo.

¿Pero qué ocurre con el tiempo propio del análisis? Allí se instalarán otras coordenadas donde no hay parámetros del orden de una cronología, o una duración determinada. No hay un tiempo reglado de sesión, en tanto el Psicoanálisis no se rige por estándares sino por principios.

Antes bien, tiene por principio, la dimensión subjetiva.

Habrá entonces un tiempo para ese sujeto, que no será el mismo que para otro. El tiempo lógico es consustancial al discurso, y en tanto tal es singular a las coordenadas de ese decir, sujeto a las escansiones de lo inconsciente.

Lo particular de un análisis es que el tiempo se instituye en el discurso, cuando éste deviene experiencia.

REFERENCIAS

  • Hawking, Stephen, HISTORIA DEL TIEMPO: del Big Bang a los agujeros negros. Editorial Alianza, Madrid (2018).
  • Han, Byung-Chul, EL AROMA DEL TIEMPO. Editorial Herder, Barcelona (2015).
  • Lacan, J., FUNCIÓN Y CAMPO DE LA PALABRA Y DEL LENGUAJE EN PSICOANÁLISIS, Escritos I, Siglo Veintiuno editores, Buenos Aires, 1988
  • Lacan, J. Seminario sobre “la carta robada”. Lacan, J. El tiempo lógico y el aserto de certidumbre anticipada. Un nuevo sofisma.
  • Laurent, Eric, EL REVERSO DE LA BIOPOLITICA. Grama ediciones, Bs. As. (2016).
  • Miller, Jacques-Alain, LA ERÓTICA DEL TIEMPO y otros textos, Editorial Tres Haches, Buenos Aires (2003).