Clínica

Los celos…. Entre la mujer y la madre

Por María Paula Giordanengo

Una analizante muy angustiada, a quien su marido le ha sido infiel, utiliza la siguiente expresión… “tampoco digo que sea un infiel serial”. La alusión a lo serial le produce cierta perplejida, y da paso a otras resonancias, entre ellas una serie entre su madre (quien siempre miró para otro lado), la amante de su padre y ella, quien de niña esperaba a su padre hasta altas horas de la noche – frente a la indiferencia materna - con la sospecha de que “existía” otra mujer. Dice que no vivía como una niña de su edad, siempre estaba en otra parte.

Los celos infantiles actuaban allí la serie indiferencia - sospecha. De un no importar nada (de la madre) a importarle todo, cualquier signo aseguraba la existencia de otra mujer, que claramente venía en el lugar de dividir a su madre.

Recordaba estar atenta al gesto de su padre al traspasar la puerta. La mirada fija, inquieta, se imponía al imperioso deseo de dormir.

Hacer de mujer celosa era la ficción que de niña inventaba para que lo femenino tome consistencia.

Única hija mujer de 5 hijos, a quien la madre presentaba como “la niña inesperada”. “Tengo 5 hijos, pero una es mujer”, recordó haber oído en alguna oportunidad.

Ser la única, o ciertas condiciones de esa “unicidad”, le producía sufrimiento. Cada intento de “ser” la confrontaba a una inermidad temprana, el desamparo que había sufrido junto a su madre, en su vida.

Lo inesperado de lo femenino se confrontaba con una espera agónica, una puerta que nunca se abría, una angustia que volvía ahora con más fuerza.

Cómo hacer de lo inesperado una falta en sí misma, abriendo paso a un deseo, como mujer, fue parte del recorrido de ese análisis.

En busca de certezas sobre “la mujer” no hay nada que pudiese resguardarla del padecimiento aplastante de un “no haber sido” ella, la esperada.

La demanda de amor y el ser reconocida como “la única” por un hombre son los emblemas que permiten a una mujer sostenerse en la duplicidad entre el goce femenino y el goce fálico.

En este punto los celos por otra mujer, “una que lo sea”, que exista - como excepción al todo fálico - posibilitan instalar un sesgo de alteridad que localice la angustia. Localizarla es ya un tratamiento, es un cernir algo de eso que excede frente a lo que no hay modos de decir, o éstos no alcanzan.

Desde Freud los celos son inherentes a la sexualidad femenina. Pasando por la proyección de la homosexualidad inconsciente, los celos también pueden ser una vía posible para la subjetivación del sexo.

Los celos parten de una “certeza”, no llegan a ella; de allí lo enloquecedor de rastrear signos que sólo confrontan con la propia falta. Su intensidad y su certeza apuntan a un aplastamiento del don de amor; hay un empuje por un “querer a un hombre todo para ella”, conectando allí con las figuras feroces del superyó femenino.

Apostar a una transmutación de los celos en otro encuentro, ya no con el otro sino con el propio deseo, es una apuesta posible en un análisis.

En este punt, el no-todo tendrá su incidencia en el encuentro entre los sexos.

Los celos instalan esa terceridad necesaria para construir una escena fundante de deseo. Instauran un desencuentro coyuntural para poder encontrar otra cosa, a partir de allí.

Frente al “engaño” que se le supone al otro, los celos constituyen esa pasión que no engaña como vía regia al deseo.

Lo tercero no es el otro que el celoso introduce en una relación dual, sino el deseo que lo concierne y desconoce.

Los celos son, entonces, esa encrucijada que se instala en el curso de un análisis, la antesala a partir de la cual se abren “puertas”, caminos posibles que serán transitados con el analista.

Los celos pueden ir de la angustia al síntoma, el acto o la sexuación.