Clínica

Los sonidos del silencio *
Acerca del objeto voz

Por Alejandra Loray

LA voz”, “una voz en el teléfono”, “una voz que grita en el desierto”, “la voz de los que no tienen voz”, son todas voces que pueden identificarse. Incluso, aparentemente, hasta la voz de Dios según promete un artículo que puede encontrarse en Google: “Cómo reconocer la voz de Dios”.

Ninguna de estas es la voz a la que nos referiremos, pues intentaremos abordar la voz como objeto de la pulsión, lo más propio del sujeto, a tal punto que Lacan dice “[…] que hay algo en la voz que está más precisado topológicamente, porque en ningún otro lugar el sujeto está más interesado en el Otro que por este objeto a”, [1] siendo a la vez podríamos decir, el más difícil de aprehender.

El punto de vista estructural y la lógica le permiten a Lacan agregar la voz y la mirada a la lista de los objetos freudianos (el oral y el anal), más fáciles de pensar imaginariamente, aunque no siempre sea del todo exacta la idea que nos hacemos. Los objetos freudianos están de modo más evidente ligados a la demanda y por tanto son también más fáciles de vincular a los estadios del desarrollo madurativo y/o libidinal que culminaría en una supuesta convergencia en el objeto genital. Los objetos que Lacan aísla en la clínica evidencian de modo claro algunas características del objeto aplicables a sus diferentes formas: es inasible en el espejo y no puede inscribirse siguiendo un criterio evolutivo.

Por la vía del estructuralismo que parte de la lingüística saussuriana, Lacan da su estatuto al sujeto, al inconsciente y también al objeto, en relación a la estructura del lenguaje ($ del significante, el inconsciente estructurado como un lenguaje, el objeto entre $ y A). La causación del sujeto y su relación con el objeto pueden formularse en términos de estructura y no de temporalidad, orígenes, desarrollo y evolución.

Esta conceptualización del sujeto, del inconsciente y del objeto abren algunas preguntas que implican, ni más ni menos que la posibilidad del psicoanálisis, no solo como teoría, sino de cada análisis que un sujeto decide emprender:

- ¿Cómo relacionar el objeto con la estructura lingüística, si el objeto no es un significante?

- ¿Cómo se relaciona este objeto, que no es significante, con el sujeto del significante?

Lo que implica decir, ni más ni menos, que ¿cómo es posible en un análisis, una experiencia de palabra, tocar lo real del goce? ¿Cómo tocar con la palabra la experiencia de una satisfacción que es sentida en el cuerpo?

Lacan introduce la voz y la mirada como objetos, o formas del objeto en relación al goce. La mirada es trabajada en el Seminario 11, donde separa el ojo y la mirada, es decir: la función del órgano y el objeto donde se inscribe el deseo y el goce. A partir de este modelo Jacques-Alain Miller propone trabajar la antinomia entre el oído y la voz, sobre lo cual pueden hacerse algunas puntuaciones: la voz no pertenece al registro sonoro, es posible diferenciar sonido y sentido e incluir en el análisis modalidades de entonación y hasta hacer una lingüística de la entonación, como se ha hecho. De nada de esto se trata el objeto voz.

“Los objetos llamados a, sólo concuerdan con el sujeto del significante perdiendo toda sustancialidad, a condición de estar centrados por un vacío: el de la castración. […] los objetos rodean un vacío y es por ello que lo encarnan de diversas formas […] es fundamental un criterio para asignar esta letra a a los objetos. Este criterio –podemos decirlo en los términos del hombre de los lobos– trata de una cosita separable del cuerpo”.[2]

En relación a los estilos de vivir la pulsión en la época trabajamos las formas del objeto e intentaremos bordear de qué se trata la voz, aproximándonos desde algunas de sus manifestaciones en las distintas estructuras.

La experiencia de las psicosis, donde curiosamente nos parece fácil entender qué es la voz, lleva a Lacan a ampliar la lista de los objetos, producto del cruce de su experiencia psiquiátrica, la teoría de los estadíos de Freud y la lingüística estructural de Saussure. Del delirio de vigilancia –que manifiesta la presencia separada y en el exterior de una mirada bajo la que el sujeto cae– extrae objeto escópico y del automatismo mental, el objeto vocal, voces reales para el sujeto aunque sean inmateriales, no importa su materialidad sonora. Aunque no puedan grabarse, el sujeto no duda de su existencia.

La voz se inscribe como tercera entre la función de la palabra y el campo del lenguaje. El anudamiento entre el significante y lo que es a significar implica la voz. Podemos aproximarnos a “ […] definir al voz como todo aquello que siendo del significante no participa del efecto de significación”[3], un resto entre la intención de significación y el significante.

La voz no es la palabra, tampoco algo del hablar, es una función de la cadena significante, hablada, escrita, escuchada o leída. No está ligada a un órgano sensorial, implica el efecto de sugestión del significante sobre el sujeto. El sujeto está constituido por la cadena significante y la voz es una dimensión de la cadena significante que asigna un lugar no unívoco al sujeto.[4] Una cadena significante asigna varios lugares subjetivos, tiene varias voces, lo que hace equivalente la voz y la enunciación.

El ejemplo que, para abreviar, podríamos llamar “marrana-vengo del fiambrero” (Seminario 3, Las psicosis) muestra de qué modo, por la carga libidinal, “marrana” es arrancada de la cadena significante para ser atribuida al Otro, como rechazo en lo real. Lacan llama voz a este efecto de forclusión del significante (no forclusión del NP). “[…] [un] trozo de cadena significante es quebrada por lo que llamamos “carga libidinal” no puede ser asumida por el sujeto, pasa a lo real y se le asigna al Otro. La voz aparece en su dimensión de objeto cuando es la voz del Otro”.[5] Esa voz viene del Otro, “marrana” tiene una carga de goce no integrable a la cadena significante. La voz viene al lugar del plus de gozar, parte indecible del sujeto.

Es un efecto de la castración que no oigamos voces en lo real, cuando hablamos la voz está presente en tanto marca la relación del sujeto con la cadena significante que siempre está en relación al objeto indecible. Algo logra silenciar esa voz. Ese efecto el presidente Schreber lo logra con el piano, del que dice “El piano tuvo para mí un valor inapreciable […] Mientras toco, el parloteo insano de las voces que me hablan queda cubierto […] mientras toco, los rayos conservan constantemente la imagen visual de mis manos y de las notas”.[6]

En la perversión Lacan lo sitúa en la relación sado-masoquista, ubicando la función esencial de la palabra en la confesión. El sadismo “[…] gira efectivamente en torno de algo donde se trata de despojar a un sujeto –¿de qué?–, De lo que lo constituye en su fidelidad, a saber su palabra”. Manteniendo la disimetría entre sadismo y masoquismo, Lacan destaca que “[…] el masoquista florido, el bello, el verdadero, Sacher Masoch mismo, organiza todo de manera de ya no tener palabra. ¿Cómo puede estar tan interesado en esto? Expliquémonos. Se trata de la voz”.[7] Es la función del objeto a en tanto voz como soporte de la articulación significante. Cierto masoquismo moral se funda en la incidencia de la voz del Otro, en el nivel del Otro y de la remisión a él de la voz como suplemento (en tanto el perverso busca restituir al Otro el goce que le falta) “[…] esa forma […] de robo del goce, puede ser, de todos los goces perversos imaginables, el único que se logre plenamente”.[8]

El sádico también intenta completar al Otro quitándole la palabra e imponiéndole su voz. En este sentido se requiere un goce sádico para participar de los sádicos excesos, desde Sade, al holocausto, los genocidios y las torturas. En todos los casos, encontramos la palabra, la dimensión de la voz y el anonadamiento del sujeto, despojado de todo lo que lo liga a la dimensión humana. “[…] no hay uno de esos excesos que no solo no sea comentado sino fomentado por una orden. Lo más sorprendente es que no provoca ninguna revuelta […] en esos rebaños empujados a los hornos crematorios, aparentemente nunca se vio a nadie que de golpe empezara simplemente a morder la muñeca de un guardián”.[9]

Se evidencia el juego de la voz, pero el goce escapa, el lugar está enmascarado por la dominación del objeto a, pero el goce no está en ninguna parte, se ve de qué modo el sádico no es más que instrumento del suplemento de goce que dará al Otro. De este modo la estructura de las pulsiones revela un agujero topológico capaz de fijar la conducta del sujeto.

Respecto de las neurosispodemos tomar el caso de “El cuerpo histérico […] que rechaza las imposiciones del significante amo, ostentando su propio despedazamiento. Cuerpo que de alguna manera se separa de los algoritmos, del saber inscripto en la sustancia”,[10]evidenciando la complacencia somática freudiana, que Lacan llama “rechazo del cuerpo”. Esto muestra la relación de las palabras, los cuerpos y el goce, tal como Freud explica en dos extraordinarios artículos que son. “La perturbación psicógena de la visión” y el “Estudio comparativo de parálisis motrices….”.

Los síntomas que allí se explican pueden considerarse desde el punto de vista de la sustitución significante (síntoma como metáfora) pero que aquí nos interesa considerar en tanto fenómeno de goce por el que un órgano o una función es sexualizada, erotizada y se sustrae de la totalidad supuesta del organismo, “[…] deja de obedecer al saber del cuerpo, el cual está al servicio de la vida individual, para convertirse en el soporte de un “gozarse”, con el acento de autoerotismo que se puede poner en la fórmula […]. Si el órgano deja de funcionar es porque está habitado por un gozarse […] todo sucede como si fuera culpable de ese gozarse, como si fuera una infracción a su funcionamiento normal”.[11] De este modo podemos considerar la alteración de órganos o funciones considerando al cuerpo afectado por el goce, modo de considerar al sujeto no solo en su dimensión simbólica sino inseparable de un cuerpo que goza al que Lacan llamará parlêtre.

Desde esta perspectiva puede considerarse como manifestación del pathos el mutismo, el silencio y aún el autismo y como la erotización del objeto voz al servicio del goce puede ser de algún modo el reverso de la alucinación auditiva. Pero también hay un saber hacer para acallar el ruido de este objeto a que habita el lenguaje in a silent way [12], algo así capta Joaquín Sabina: “Una buena canción es, una buena letra, una buena música, una buena interpretación, un buen sonido y algo más, que nadie sabe lo que es, pero es lo único que importa”.

* Versión revisada de la Clase del 19-5-2014 del Seminario Enlaces, “Nuevos estilos de vivir la pulsión”, publicada en Revista Enlaces Nº 20, lecturas on-line

NOTAS

  1. Lacan, J., El Seminario, libro 16 De Otro al otro, Paidós, Buenos Aires, 2008 , p. 234
  2. Miller, J.A., “Jacques Lacan y la voz”, La voz, Colección Orientación Lacaniana, Buenos Aires, 1997, p. 13
  3. Ibid. p.14
  4. La cursiva es mía
  5. Miller, J.-A., “Jacques Lacan y la voz”, op. cit. p.19
  6. D.P.Schreber, Memorias de un neurópata, Petrel, Buenos Aires, 1978, p. 173
  7. Lacan, J. El seminario, libro 16, de Otro al otro, Paidós, Buenos Aires, 2008, p. 234
  8. Ibid. P.235
  9. Ibid. p.235-236
  10. Miller, JA, Biología lacaniana y acontecimiento del cuerpo, Colección Diva, Buenos Aires,2006,p.68
  11. Ibid. p.72
  12. Miles Davis, In a Silent way, álbum de 1969