Una dificultad moral puesta al análisis

En busca de literatura mística, encuentro el caso de una monja que fue paciente de J. Lacan durante cuatro años: Marie de la Trinité. Ella –según señala J. A. Miller (2003) en su texto “Marie de la Trinité”− fue quien inspiró muchas de las consideraciones sobre las místicas que J. Lacan menciona en El seminario 20, y la considera una de las referencias clínicas de su obra.

Contemporánea a J. Lacan, Paula de Mulatier –su nombre real− fue su paciente durante casi cuatro años (desde 1949 a 1953). Luego de la finalización de ese análisis, ambos continuaron en contacto por correspondencia (algunas de estas cartas se pueden encontrar y otras serán publicadas recién a partir del 2020, por cuestiones legales). Antes de consultarlo en París, Marie de la Trinité recurrió a varios psiquiatras y psicoanalistas reconocidos de la época para atemperar la inmensa angustia que la atormentaba y le impedía lo que más deseaba en la vida: la oración a Dios, su práctica mística.

Para esta mujer no eran suficientes las reglas del convento ni los rigurosísimos ayunos. Ella necesita de todo eso pero, también, de su vocación contemplativa, la oración le era imprescindible. Entonces se aísla intentando lograr más intimidad con Dios y funda así una nueva orden religiosa. Cuando se interrumpe esa práctica, se enferma de obsesiones, miedos y cae presa de una gran angustia. En una de esas circunstancias, llega al consultorio de J. Lacan.

De la angustia a la paz es un texto publicado recientemente en castellano. Encontramos allí un testimonio escrito por la religiosa, dirigido a su analista, en el año 1956, tiempo después de finalizar ese análisis. También encontramos en el libro, una de las cartas enviadas por Lacan que forma parte de la correspondencia que intercambiaron:

Mi querida hermana: La acción que ha emprendido para resolver la dificultad moral en la que se encuentra, eso es lo que debería ser objeto de nuestras sesiones. Quiero decir, el modo que Ud., va a conducirla, en que va a reaccionar, los recuerdos y los sentimientos, incluso los sueños que surgirán correlativamente de nuestras sesiones (y verosímilmente, sin una relación directa, en apariencia). Esto es lo que nos permitiría llegar a las subyacencias arcaicas que intervinieron en torno y mediante el ejercicio del voto de obediencia. (De la Trinité, 2018, p 11)

Lacan se detiene en esa obediencia y el efecto aplastante que tuvo para ella el poder de la jerarquía eclesiástica. Marié siempre dividida entre su voluntad de obediencia y su deseo místico. La atiende casi cuatro años. Luego intercambian cartas. Frente a un nuevo pedido de sesiones, J. Lacan le dice que no tiene turnos. A partir de esa negativa, esta mujer afirma que pudo reconstruir desde cero su camino, sola, y se lo agradece. Unos años más tarde le dedica un texto: De la angustia a la paz (De la Trinité, 2018, pp. 17-50).

(Vuelvo a) Santa Teresa, quien ha transitado una operatoria de vaciamiento, pérdidas y división de su alma en ella, en la que las vicisitudes de lo carnal estuvieron presentes. Finalmente llega –según relata en la cartografía de sus moradas− al encuentro íntimo con el amor de Dios. En el lugar del “no hay relación sexual” se ubica el amor de Dios.

Los escritos místicos nos acercan testimonios habitados por detalladas descripciones de cuerpos que gozan más allá de la insatisfacción histérica, más allá del goce del órgano. Son aproximaciones al goce femenino, que Lacan ordena bajo la lógica del no-todo, orientando a partir de esa lógica, el modo de considerar lo inconsciente y la sexualidad en la práctica de los análisis.