Clínica

Vigencia del psicoanálisis: las sesiones lacanianas.

Por Amanda Goya

Muy pertinente es preguntarse por la vigencia del Psicoanálisis, en este temible y arrollador siglo XXI, al que se le ha sumado la pesadilla de esta inesperada pandemia. Atravesamos una fase que amenaza con llevarse por delante muchas cosas, entre las cuales se halla aquello de lo que nos ocupamos los psicoanalistas: la subjetividad, léase: los seres hablantes en sus variadas maneras de padecer, por habitar la dimensión del ser-para-la-muerte, en palabras del filósofo Heidegger, y del ser-para-el-sexo, en palabras de Jacques Lacan. Si, la subjetividad corre un serio peligro, ante la esclavitud impuesta por el MERCADO GLOBAL, con mayúsculas.

La vigencia del Psicoanálisis en el mundo actual está atravesada por una paradoja, por una parte, una confluencia de fuerzas que se le oponen: el cientificismo cognitivo-conductual, la misma I.P.A. que impulsa una cognitivización del Psicoanálisis; la psiquiatría organicista, secuestrada por los expendedores de moléculas, los medios de comunicación, que mayoritariamente responden a intereses diversos, etc.

Por otra parte, la otra faz de la paradoja, es el hecho de que nunca como hasta ahora la clínica analítica en su diversidad de aplicaciones, incluido el trabajo en instituciones, ha estado mejor dotada, gracias a la última enseñanza de Lacan elucidada por J.A. Miller, para tratar los malestares actuales sin renunciar a su ética, y con una eficacia más que probada en nuestro campo.

Daré algunas pinceladas sobre su vigencia, su vigor incluso, anivel de la clínica, es decir, de su aplicación en los seres hablantes, uno a uno, que aún confían en la palabra como medio para aliviar el dolor de existir, parafraseando a Lacan, en la complejidad de sus manifestaciones.

Y para ello he tomado una de las más originales invenciones de Lacan para dotar a los psicoanalistas de una fuerza inusitada para incidir en la singularidad del goce de cada uno, que le costó su exclusión de la burocrática Asociación Psicoanalítica Internacional en el año 1973. Fue su cuestionamiento a las sesiones estandarizadas de 50 minutos de duración que se practicaba en la IPA, para sustituirlas al principio por sesiones de tiempo variable, luego por sesiones breves, sustentadas siempre en la función lógica del corte. Este acto de Lacan marcó para siempre un antes y después en la praxis del psicoanálisis de orientación lacaniana.

Vayamos a nuestro grano: la clínica. Reconozcamos en primer lugar que el poder curativo de la palabra no lo descubrió Freud, aunque sí descubrió nada menos que el inconsciente, e inventó una práctica para esclarecerlo, después de abandonar la hipnosis y la sugestión. Un segundo hallazgo lo aprendió de una de sus primeras histéricas, la señorita Emmy von N. que lo puso en su sitio al exclamar un día: Cállese, déjeme hablar…

Así atrapó otra dimensión esencial que acompaña a la palabra: el silencio, el valor del silencio, algo que no contemplan las numerosas logoterapias que pululan en el conjunto de la oferta Psy.

¿Pero cuál fue el recurso que permitió a Lacan poner patas arriba el standard de la I.P.A heredado de Freud?
Fue la noción de tiempo lógico, contraria al tic tac del reloj, al tiempo cronológico.

¿En qué consiste esta invención fechada en 1945?

Se trata de una temporalidad subjetiva repartida en tres movimientos, tres escansiones temporales: el instante de ver, equivalente a lo que los anglosajones llaman insight; el tiempo para comprender, aquello de lo que se trate, y de duración siempre contingente; y finalmente, el momento de concluir, como se diría en la fraseología musical, cuando el compás se termina, o bien cuando en un relámpago se hace la luz.

Si las sesiones se rigen por el tiempo lógico, es que no están sujetas al tiempo cronológico, sino que están sujetas a la manera en que el analista puntúa lo que el analizante dice, gracias a esta brújula que es el tiempo lógico.

¿Cómo interviene pues, el analista?

Con la alusión, la resonancia, el silencio, haciendo de oráculo, citando al paciente… en definitiva, con el manejo de una retórica que busca emular al inconsciente, aunque el inconsciente lo haga siempre mejor que el analista.
Y lo fundamental, con el corte de la sesión en el momento oportuno.

Antes de Lacan, y aún hoy, quienes no se dejan guiar por su enseñanza, creen haber aprendido de Freud que el bla bla bla de la libre asociación es la única vía de acceso al inconsciente, si se sabe atrapar los elementos que cada tanto hace oír el inconsciente, lo que llamamos sus formaciones: lapsus, actos fallidos, sueños, chistes… pero éstos olvidan que el mismo Freud se dio cuenta que el material asociativo podía ser usado a los fines de la resistencia, por ejemplo, cuando el sujeto cuenta un sueño tras otro, es el ejemplo que da.

La libre asociación no deja de ser una manera de deambular por la palabra, una suerte de parloteoal que se invita al sujeto. Pero si la sesión tiene un tiempo fijo que se conoce de antemano, se lo está invitando, de facto, a rellenar ese tiempo, independientemente de lo que diga en ese transcurso.

La práctica de Lacan impedía el parloteo, sobre todo en sus últimos años en los que las sesiones se hicieron cada vez más breves, ultra breves, cortocircuitando el tiempo para comprender que se desplazaba al exterior de la sesión. De esto testimonian algunos de los que fueron sus analizantes.

Podemos estar de acuerdo con Freud en que el inconsciente no conoce el tiempo, si lo tomamos en su dimensión puramente sincrónca, pero no es menos cierto que la elaboración propia del análisis sí necesita tiempo, un tiempo no lineal, que se manifiesta a través de ritmos de apertura y cierre, por el mismo carácter pulsatil del inconsciente.

Lacan afirmaba que el inconsciente necesita tiempo para decirse, pero aún así, cuanto más larga es la sesión más se propicia llenarla con un flujo de palabras, lo que en sus comienzos él llamaba palabra vacía. A esto no dan lugar desde luego las sesiones breves.

Miller añade otro matiz sumamente importante en un artículo que encontrarán en L’Cause freudienne 33, L’Interprétation à l’envers, (La interpretación al revés). El plantea que más allá de lo que una sesión pueda durar, la cuestión es si la sesión es una unidad semántica, donde prevalece el sentido, la significación, y muchas son así, o si es una unidad a-semántica, que extrae algún elemento por fuera del sentido, enigmático, para reconducir al sujeto a la opacidad de su goce. Con dos breves ejemplos tomados de dos pacientes que llevo, se hará más fácil de captar.

El primero es un hombre de 32 años, cuya actitud bastante infantil no es ajena al hecho de ser hijo único de unos padres que le han acolchado demasiado su existencia.
Recientemente ha tenido un episodio con la salud que lo ha enfrentado por primera vez a la fragilidad del cuerpo. Superado en parte dicho episodio que lo llevó a la angustia de forma inédita, dice lo siguiente: Lo he pasado muy mal, pero también ahora puedo nombrarme como adulto. Tengo que asumir que mis padres no van a estar siempre protegiéndome, al revés, ahora tengo yo que cuidarlos a ellos, sobre todo, no preocupándolos, esto es nuevo para mí. En ese punto interrumpí la sesión puntuando estas palabras: ¡Si, es nuevo para ti!
Es un ejemplo de una unidad semántica, que se cierra precisamente en el momento de concluir. No añade algo nuevo, sino que puntúa lo nuevo dándole estatuto de conclusión.

Otro ejemplo. Una mujer de 40 años que padece una enorme dificultad para salir de lo que llama su zona de confort. Hace poco ha tenido una oferta de trabajo y ante el miedo que esto le produce no se atreve a aceptar, se siente bloqueada. Luego trae un sueño en el que perdía su móvil en varias situaciones diferentes. Al terminar el relato de su sueño me pongo de pie y corto la sesión diciendo: Móvil/ movimiento.

Es decir, tomé la palabra móvil en otro contexto, en alusión a otra cosa que la concierne, lo dije sin pensarlo, sin calcularlo. A la sesión siguiente llega diciendo lo sorprendida que está después de lo que dije al cerrar la sesión anterior: aceptó el trabajo, repentinamente salió de la inhibición. Está dispuesta a correr el riesgo.

El significante solo: móvil/movimiento, por fuera de la significación y acompañado del corte de la sesión, tocó algo real de su parálisis y dio finalmente el paso, para ella fue su acto. Es un ejemplo de una sesión como unidad a-semántica.

Extraer el significante de su contexto, operando un corte en la cadena de palabras antes de llegar a su punto conclusivo, hizo de esta intervención un acto analítico, una unidad suspensiva, y su efecto al mismo tiempo fue un acto del sujeto que sacó al cuerpo de su petrificación.

Dure lo que dure una sesión, su punto de detención es, o bien una detención conclusiva, como en el primer caso, o bien, una detención suspensiva, como en el segundo.

Nuestro tiempo hoy, aquí, ya que del tiempo se trata, no me permite ir más lejos, por eso os damos la palabra para conversar sobre la vigencia del psicoanálisis, o sobre lo que nuestras intervenciones hayan podido suscitar en vosotros.

Gracias por vuestra escucha.

Artículo completo disponible en NUCEP – SECCIÓN CLÍNICA
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