Clínica

El querer y la vida inhumana *

Por Marie-Hélène Brousse

¿Me escuchan ahí?

Gracias, Domenico [Cosenza], gracias por haberme invitado. Me interesó mucho el tema. Mi texto lo llamé El querer y la vida inhumana. Desde el curso de Jacques-Alain Miller del 12 de enero del 2000, todos en la orientación lacaniana conocen esa cita de una sátira de Juvenal extraída de un diálogo entre dos amigos sobre el matrimonio: Hoc volo, hoc jubeo [Quiero esto, ordeno esto][1]. Se conoce menos la frase siguiente: stet pro ratione volontas [una voluntad a la que poco le importa la razón]. Sabemos que esta fórmula convenció muchísimo a Kant, que encontró ahí el hito del imperativo categórico, según el cual la voluntad de los seres racionales se concibe como una voluntad que instituye una legislación universal.

Primer registro, político. En el título del coloquio que nos reúne este año, hago hincapié en el "Yo quiero". "Quiero un niño" es una manifestación que nos mostró la primera película y la segunda también. O incluso es una reivindicación claramente enunciada que caracteriza a nuestra contemporaneidad porque hoy, en la mayor parte de las sociedades, el niño ha dejado de ser una obligación -casi el destino de las sociedades patriarcales- y se ha convertido en una voluntad que se presenta como una razón.

Esta mutación encuentra la posibilidad de existir gracias al avance de las ciencias tan elucidado y controlado en la reproducción humana, pero no solo porque la autorización de madres de préstamo -aunque algunas tomen la decisión por motivos religiosos y morales-, sino muy a menudo está ligada a necesidades económicas y, por lo tanto, a la obtención de una plusvalía como en cualquier trabajo económico. La utilización de la potencia materna de las madres pobres en sí no es nueva. En un trabajo de antaño tuve la posibilidad de mostrar que las nodrizas antes de la comercialización de las leyes de fórmula dejaban a sus propios niños a cargo de su familia para ponerse al servicio de las familias ricas. Las madres de la burguesía raramente amamantaban a sus hijos, pero no podían eliminar el lado sexual de la concepción. Hoy ya no es necesario.

Caminando por Alicante hace años, me llamó la atención los anuncios luminosos de centros que proponían a un niño casi como un listo para llevar porque el eslogan era: "Nos encargamos de todo". Lo único que tenían que hacer era escoger el color de los ojos. El capitalismo aliado a las ciencias hoy en día ordena a la familia. Sus clínicas son fábricas de producción de la reproducción humana no importa la identidad sexual, LGTB, etc., de aquel o aquella o aquellos -paternidad de cuatro- que quieren un niño. Querer uno y tener uno hoy es posible. En Estados Unidos se lo puede a los 15 años y hay que pagar en total el equivalente a unos 10.000 euros. El mercado de semen o de óvulos y el servicio de una madre de subrogación se basa en la alianza del capitalismo y las ciencias; uno y otro están organizados por lo imposible. Todo lo que es posible se pone en acto, de ahí la creación de una instancia reguladora, un comité de ética. Opuestamente, la rigidez de un sistema que organizaba la modernidad sexual anudando la filiación a la familia patriarcal llevaba a las mujeres cuya sexualidad estaba fuera del matrimonio al aborto, o sea a no querer un niño. Los abortos -por más prohibidos que estuvieran- los practicaban a su propio riesgo y sabemos hoy que el ascenso de las religiones amenaza al aborto como un derecho y que, en algunos Estados, está prohibido. Teniendo en cuenta el hecho de que traer un hijo al mundo ha sido uno de los principales motivos de mortalidad en las mujeres, en ambos casos, en querer o no querer un hijo, implica un riesgo vital. Tener un hijo, para cada mujer, pone en juego la vida -su propia vida- y la del niño. Una analizante evocaba muy a menudo en su cura las circunstancias de su nacimiento y la terrible frase que le dijeron al futuro padre: "Usted elige a quién, a la madre o al niño". Un ejemplo de elección forzada.

Ahora, volvamos a la frase "querer un hijo" porque el querer es inseparable de los objetos por más que sean objetos deseados, letosas, como los llama Lacan u objetos causa del deseo, esos objetos a. Lacan distingue claramente las dos categorías en el Seminario X. Hace la génesis de lo que él llama el campo del objeto. Introduce la noción de objeto común, de objeto de competencia, cuyo estatuto depende de la noción de pertenencia, ¿esto es tuyo o es mío? Y sigue:

En el campo de la pertenencia, hay dos clases de objetos - los que se pueden compartir, y los que no. Los que no, los veo circular, aun así, en este dominio del compartir con los otros objetos, cuyo estatuto se basa enteramente en la competencia, función ambigua que es al mismo tiempo rivalidad y acuerdo. Son objetos contables, objetos de intercambio. Pero hay otros.[2]

Esos objetos circulantes en ese campo donde no tiene nada que ver el compartir, cuando aparecen allí se hacen reconocibles. La angustia no señala la particularidad de su estatuto. Son objetos anteriores a la constitución del objeto común comunicable, socializado. Dicho de otra manera, el hijo como objeto a corre en libertad en el campo de los objetos estimables, por una parte, deseado y estimado; por otra parte, el objeto a causa del deseo del Otro. El deseo inconsciente del niño lo pone en posición de objeto causa del deseo. Cuando está en posición de objeto estimable, una letosa contemporánea, un querer polarizado por el niño ocupa el lugar del deseo.

Pasemos a la clínica. Una viñeta. Un sueño para empezar. Una mujer cuyos hijos son grandes ya cuenta el sueño siguiente. Tiene unos gatitos encantadores. Crecen y los mata. Y luego vuelve a tener otros gatitos. De nuevo vuelven a crecer y de nuevo los vuelve a matar y así sucesivamente. Se despierta, sin dudar ese sueño interpreta su vínculo a sus niños. Y en efecto, la continuación de sus sesiones la llevan a la conclusión de que le encantan los bebés, grabarlos, darlos de comer, amamantarlos. En realidad, suporta con dificultad que se vayan a vivir su propia vida, así sea solo yéndose a la escuela o a la casa de sus amigos.

Otra analizante explica que nunca quiso tener hijos. No lo lamenta porque fue una decisión propia. Paradójicamente, coloca su rechazo a tener un hijo del lado de la vida. Ella misma nació con una melliza después de la muerte de otra pareja de mellizos, muerte que había estragado en la pareja de sus padres. El nacimiento del niño para ella está marcado por el trauma materno del deseo enlutado que caracterizaba para ella su madre. Tener un niño para ella era equivalente a perder un niño.

Otra analizante que no tenía hijos, en una sesión habló de los numerosos abortos que había tenido, unos diez. Cuando le pedí detalles sobre tantos abortos en una época en la que la contracepción era posible, dijo que lo importante para ella era garantizarse de su potencia creadora. Para ella no se trataba de querer o tener un niño, sino literalmente quedaba embarazada para abortar y así confirmaba su potencia.

Otra dijo que su marido y ella se pusieron de acuerdo sobre que no iban a tener hijos por motivos éticos. El mundo es lo que es. Por lo tanto, no se trataba de contribuir a esa desgracia. En esa pareja tan unida, la presencia de un niño sería una molestia. Cada uno de ellos tomó la decisión en función de sus propias razones. Para esta analizante, el factor determinante fue la locura materna que se desencadenó en el nacimiento de su hermano, a quien ella protegió.

La práctica analítica permite escuchar cada vez más mujeres, cuarentonas, que están angustiadas. Tienen un reloj biológico. El querer un hijo se impone porque después será demasiado tarde. Hasta ese momento no habían tenido un espacio para un hijo en sus vidas. En comparación con otros sujetos, en estas mujeres, es un lugar ocupado por un vacío. El querer aparece allí donde el deseo no existió. Esto impone al niño como una norma de competencia y de pertenencia.

Siguiendo la segunda tópica de Freud -el yo, superyó y ello-, querer un hijo depende del superyó. Así en el Seminario I, Lacan redefine al superyó. Lo cito:

"[…] el inconsciente es en el sujeto una escisión del sistema simbólico, una limitación, una alienación inducida por el sistema simbólico. El superyó es una escisión análoga que se produce en el sistema simbólico integrado por el sujeto. Ese mundo simbólico no se limita al sujeto, ya que se realiza en una lengua, lengua compartida, sistema simbólico universal, al menos en la medida en que establece un imperio sobre una comunidad determinada, a la que pertenece el sujeto. El superyó es esta escisión en tanto que ella se produce para el sujeto -pero no únicamente para él- en sus relaciones con lo que llamaremos la -ley [...]"[3]

El superyó, por lo tanto, es una escisión de otro orden, distinto del inconsciente. El querer depende del superyó y no de lo inconsciente y pertenece al discurso de dominio.

Volvamos ahora al "Querer un hijo" -título que nos reunió hoy-. Volvamos a un acontecimiento de cuerpo: el parto. Las tecnociencias lo han modificado, más bien, lo han anestesiado para nuestra comodidad. Mi edad no me permitió beneficiarme de esto porque en aquella había solamente el "parto sin dolor" que para mí era una noticia falsa. Yo di a luz en un hospital, no en casa, de manera natural. El parto es una experiencia muy fuerte. En un momento tuve la sensación, el sentimiento que mi cuerpo no me pertenecía y que me atravesaba una potencia sin límites. Mi cuerpo pertenecía a la vida. Se borraba toda subjetividad. Abolía la división. Fue una experiencia de lo real.

La vida es una potencia que desborda. Fíjense en los renacuajos en los charcos. ¿Cuántos se van a convertir en ranas? Algunos morirán. ¿Cómo definir esta potencia? Propongo nombrarla como el querer puro de la vida, ese querer puro va en contra de las pulsiones de las que Lacan demostró que son una, las que se reúnen en la pulsión de muerte. Querer un niño o no querer, gracias al inconsciente, es decir a la pulsión, convoca la vida como fuerza inhumana al mando de todos los cuerpos vivos y se opone en la orientación dada en el parlêtre por la pulsión de muerte. Los cuerpos hablantes que somos no se escapan a este querer puro cuando se encarna. Querer o no querer un niño, la verdad es que concierne a cada uno de nosotros en cuerpos hablantes desnaturalizados.

Es lo que tenía para decirles.

* M.-H. Brousse. Intervención en la Jornada Pipol 10 de la NLS, vía Zoom. 2021-07-04.

NOTAS

  1. J.-A. Miller. Los usos del lapso. Buenos Aires: Paidós, 2010, p. 133.
  2. J. Lacan. El Seminario, libro X, La angustia. Buenos Aires: Paidós, 2017, p. 103.
  3. J. Lacan. El Seminario, libro I, Los escritos técnicos de Freud. Buenos Aires: Paidós, 2017, p. 290.

Artículo completo disponible en el blog PSICOANÁLISIS LACANIANO
https://psicoanalisislacaniano.com/2021/07/04/mhbrousse-querer-vida-inhumana-20210704/