Clínica

Del trauma al drama

Por Vicente Palomera

Tomar en serio la experiencia del traumatismo implica dar al goce una función absoluta: algo del goce sexual queda forcluido, fuera del sistema ya que no es simbolizado ni simbolizable.

1. Tachaduras.

Propongo empezar por el caso del "Hombre de las ratas". Recordemos que, en las primeras entrevistas, le comunica a Freud que en su niñez se había sentido embarazado por varios fenómenos de cuerpo y que un día se quejó a su madre de ellos, no sin haber vencido antes sus escrúpulos pues presentía que había una relación entre sus erecciones, sus pensamientos y su curiosidad sexual. Recordemos que había también otro fenómeno que se había adueñado de él: "la idea mórbida de que sus padres conocían sus pensamientos" y que, para explicárselo "se imaginaba que había expresado sus pensamientos sin escucharme hablar yo mismo". Está claro que habla del objeto voz. Este fenómeno no era alucinatorio, sino que era signo de la alteridad, indicando su división ante el parasitismo de sus pensamientos. Al expresar la "sonorización" de su pensamiento (pensamientos que se le escapan), producía sin saberlo lo que Lacan califica como el moterialismo del síntoma. ¿De qué se trata? Significa que, por el hecho de que hemos sido hablados, el pensamiento no es más que el efecto de los sonidos de lalengua que han dejado una marca sobre el cuerpo y que, por este motivo, el cuerpo se convierte en el lugar del Otro, como lugar de inscripción. En este punto, es interesante que Lacan se viera llevado en el Seminario 16, De un Otro al otro a introducir bajo un neologismo, enforme, el hecho de que las huellas de esa inscripción son las que pasan a la enforme (horma) del Otro. La cuestión es saber cómo lo hacen. Lo que Lacan dice es que lo hacen según las diversas maneras en que estas huellas son borradas (recordemos aquí que en la lógica del significante la huella supone el borramiento de la huella). En suma, el sujeto es el resultado de ese borramiento: "el sujeto, son estas maneras mismas en las que la huella como impresión se encuentra borrada", que "de estos borramientos (effaçons) del sujeto resulta el objeto a". [1]

Volvamos entonces al "Hombre de las ratas". Recordemos que él expresó su encuentro con el sexo femenino diciendo "curios" que, como señala Freud, es una expresión extraña en su lengua, pero que imprimirá ese carácter curioso e inquietante de su deseo cuando, cada vez que deseaba ver mujeres desnudas, era preso de un sentimiento de inquietante extrañeza (Unheimlich) "como si tuviera que ocurrir algo si yo pensaba en eso y tuviera entonces que hacer todo para impedirlo". Se encontraba bajo el control de la pulsión voyeurista que se expresaba en el deseo de ver mujeres desnudas y frente a este deseo responde un temor obsesivo cuyo afecto penoso le impone actos de defensa. Todo el análisis girará alrededor de este núcleo, de este "organismo elemental" (como lo llama Freud).

Esto es lo que Lacan señala al decir que la eclosión de una neurosis es la consecuencia de "la intrusión positiva de un goce autoerótico perfectamente tipificado en las primeras sensaciones más o menos ligadas al onanismo, más allá de cómo se lo llame en el niño." [2] Podemos preguntarnos por qué, en este momento, el goce se le presenta al niño como siendo positivo e intrusivo. Y, en este sentido, también, podemos suponer que lo que entra en juego no es una falta (trou), sino un exceso (trop) un "plus" que se le impone al niño como algo extraño y extranjero, una intrusión, algo que penetra en él. El goce muestra ser disarmónico con el cuerpo y se le impone al niño con su nota afectiva, Unheimlich, cuando constata súbitamente que hay un órgano que se mueve. De este fenómeno de cuerpo el hombre de las ratas no comprende gran cosa, pero tiene la intuición de que no deja de tener relación con su deseo de mirar las mujeres desnudas. Este momento de la positivación de la mirada, fuente de angustia, pone de relieve la división del sujeto frente la alteridad del objeto, como el responsable de la extrañeza de su deseo. Esta extraña coyuntura es la que Lacan dice que "designa el punto de entrada por donde la estructura del sujeto se convierte en drama". [3] Se indica así el peso que adquiere el objeto a que demuestra retroactivamente que es él el que antes constituía toda la estructura del sujeto.

2. "Un perfecto círculo".

Este punto donde la estructura del sujeto se convierte en drama lo podemos ilustrar con las dos viñetas clínicas que Freud incluye en su artículo sobre "Dos mentiras infantiles".

De un lado, nos habla del caso de una mujer que se había distinguido durante la adolescencia por su seriedad y su amor por la verdad. A lo largo de la cura, sin embargo, rememora una infancia menos ejemplar, donde ella había sido una niña terca, obstinada e insatisfecha. Esta mujer había enfermado a consecuencia de una dura frustración de la vida real, pero no nos dice más sobre este trauma. De niña había sido trabajadora, juiciosa y amante de la verdad, convirtiéndose luego en mujer de fina sensibilidad y muy cariñosa para con su marido. Sin embargo, antes de todo ello, en los primeros años de su vida, había sido una niña obstinada y descontentadiza y, mientras cambiaba con bastante rapidez hacia una bondad y escrupulosidad excesivas, ocurrieron cosas, estando en la escuela primaria, que la llevaron a hacerse graves reproches. Sus recuerdos le decían que, en ese tiempo, a menudo se jactaba y mentía. Entre los recuerdos destacaron dos mentiras que la acusaban de haber sido culpable.

La primera: un día, camino a la escuela, una compañera se jactaba "Ayer al mediodía tuvimos hielo (Eis)" a lo que ella replicó: "¡Oh, hielo nosotros tenemos todos los días!". He aquí el malentendido: ella no entendió qué podría significar tener hielo en el almuerzo (helado) porque solo conocía el hielo en largos bloques, como lo transportaban en los carros, y supuso, por las palabras de su compañera, que se refería a algo muy distinguido, y por ello no quiso quedar detrás de su compañera. A partir de ahora, no perdamos de vista que el equívoco se sitúa en el significante Eis, significante enigmático, separado de cualquier valor de significación.

La segunda, a los 10 años, en la clase de dibujo le dieron la tarea de trazar un círculo a pulso. Sin embargo, para ello se sirvió del compás; le fue muy fácil, hizo un círculo perfecto y, triunfante, le mostró su logro a su vecina de pupitre. El maestro se acercó al oír la jactancia, descubre las marcas del compás en el círculo y le pidió explicaciones. Ella negó obstinada y ninguna prueba la hizo confesar, refugiándose en un mutismo desafiante. Freud interpreta que las dos mentiras estaban motivadas por un mismo complejo. Siendo la mayor de cinco hermanos, la niña desarrolló una dependencia de intensidad nada común respecto de su padre, que, más tarde, al llegar a la madurez, estaba destinada a encallar su dicha, pronto hubo de descubrir que el padre amado no poseía amado no poseía toda la grandeza que ella estaba lista a atribuirle. Tenía que luchar con dificultades de dinero, no era tan poderoso como ella había creído. Pero no pudo admitir esa deficiencia de su ideal. A la manera de la mujer, ponía todo su orgullo en el hombre amado, y entonces se volvió un motivo hiperintenso apoyar al padre contra el mundo.

La interpretación de Freud se detiene en la localización del fantasma, diciendo "esta es la cifra de tu destino". Freud concluye el artículo señalando que esas mentiras anuncian una predisposición a futuras neurosis. El análisis localiza pues una significación absoluta, alrededor de la que se organiza la neurosis. Si Freud se detiene aquí es porque cree en el padre. Es muy claro aquí, pero, sin embargo, da un paso suplementario, al sugerir algo que pone en evidencia la dit-mension del fracaso, abriendo una vía para descifrar el drama neurótico. Freud señala que cuando aprendió a identificar la palabra "Eis" con la palabra "Glace" "quedó abierto el camino por el cual el reproche dependiente de esas reminiscencias pudo convertirse en un "temor angustioso a los fragmentos de vidrio". [4] El síntoma de esta mujer era una angustia exagerada a los cristales o vidrios rotos.

Si bien es esencial indicar el objeto del fantasma, la cuestión es cómo hacerlo para apuntar al modo en que el fantasma participa del fracaso haciendo de pantalla: "Has hecho un círculo tan perfecto con tu compás que, de tan perfecto, fracasa. Te has quedado prisionera en el círculo sin salida de la culpa, un círculo perfecto en el que te encierras, una y otra vez, por miedo a que se rompa en pedazos como un cristal. Consigues hacer un círculo perfecto al perpetuar el fracaso del que querías proteger a tu querido padre".

Al tomar los dichos de la mentira en la que su deseo encontraba su único sostén –con las pesadas significaciones que se obligaba a soportar– se podían disolver esas significaciones tan congeladas, como los bloques de hielo.

3. "La dama de las flores"

En ese mismo texto, Freud nos presenta otra viñeta clínica. Esta vez se trata de una niña de siete años que, en su segundo año de la primaria, le pide dinero a su padre para comprar pinturas con que teñir los huevos de Pascua. El padre rehúsa, alegando no tener dinero. Poco después, la niña renueva su demanda, pero justificándola con la obligación de contribuir a una colecta escolar destinada a adquirir una corona para los funerales de una persona real. Cada uno de los colegiales debe aportar cincuenta céntimos. El padre le da diez marcos. La niña paga su aportación, deja nueve marcos sobre la mesa del despacho paterno y con los céntimos restantes compra las pinturas deseadas, que esconde en el cajón de sus juguetes. Durante la comida, el padre le pregunta qué ha hecho con el dinero que falta y si no lo ha empleado en las pinturas. Ella lo niega; pero su hermano, dos años mayor, la delata. Las pinturas son encontradas entre los juguetes. El padre, muy enfadado, abandona a la pequeña en manos de la madre, que le administra un severo correctivo. Conmovida ante la intensa desesperación de la niña, la madre la acaricia y sale con ella de paseo para consolarla. Pero los efectos de este suceso, considerados por la paciente misma como «punto crítico» de su niñez, resultan ya inevitables. La sujeto, que hasta aquel día era una niña traviesa y voluntariosa, se hace tímida y hosca.

Durante los preparativos de su boda, es presa de incomprensibles arrebatos de cólera cada vez que su madre efectúa alguna compra para su nuevo hogar. Piensa que el dinero a tal efecto destinado es de su exclusiva propiedad, sin que nadie, fuera de ella, tenga derecho a administrarlo.

De recién casada, le repugna pedir a su marido dinero para sus gastos personales y establece una cuidadosa separación innecesaria, entre el dinero de su marido y el «suyo».

Durante el tratamiento, sucede alguna vez que los envíos monetarios de su marido sufren retraso, dejándola sin dinero en una ciudad desconocida. Al darse una vez cuenta de ello, Freud le hace prometer que, si volvía a encontrarse en tales circunstancias, aceptaría de él el pequeño préstamo necesario para esperar sin apuros la llegada del giro. Ella se lo promete, pero al repetirse el hecho no mantiene la promesa y prefiere empeñar una joya. "A mis reproches contesta que le es imposible aceptar de mí dinero alguno".

Freud descifra la infantil apropiación del dinero al intervenir un recuerdo, anterior a la entrada en la escuela primaria. Se trata de un acto singular, en el que también había intervenido dinero: una vecina le había entregado una pequeña cantidad de dinero para que acompañara a un hijo suyo, aún más pequeño, a efectuar una compra. Realizada ésta, volvió a casa con el dinero sobrante; pero, al ver en la calle a la criada de la vecina, arrojó al suelo las monedas. En el análisis de este acto incomprensible para ella misma, surgió, como asociación espontánea, la idea de Judas, que arrojó los dineros recibidos por su traición. Recordará, entonces, que a la edad de tres años y medio tuvo una niñera, a la que tomó inmenso cariño. Esta niñera entabló relaciones eróticas con un médico, a cuya consulta acudía acompañando a la niña, la cual debió de ser testigo de distintos actos sexuales. No es seguro que viera al médico dar dinero a la muchacha; pero sí que esta última se aseguraba el silencio regalándole algunas monedas con las que adquirir golosinas al retornar a casa. También es posible que el mismo médico diera alguna vez dinero a la niña. Impulsada ésta por un sentimiento de celos, delató, sin embargo, un día los manejos de su guardadora. Al llegar a casa se puso a jugar con una moneda de cinco céntimos, tan ostensiblemente, que su madre hubo de interrogarla sobre la procedencia de aquel dinero. La niñera fue despedida.

El acto de "tomar dinero de alguien" adquirió para ella, desde muy temprano, la significación de la "entrega física de las relaciones eróticas". Tomar dinero del padre equivalía a hacerle objeto de una declaración de amor. Freud señala que la fantasía de tener al padre por novio resulta tan seductora que el deseo infantil de comprar pinturas con las que teñir los huevos de Pascua se sobrepuso fácilmente, con su ayuda, a la prohibición. Pero le era imposible confesar la apropiación del dinero. Tenía que negarla, porque el motivo del acto, inconsciente para ella misma, era inconfesable. El castigo impuesto por el padre constituía así una repulsa del cariño ofrecido, un doloroso desprecio, y quebrantó el ánimo de la niña. "Durante el tratamiento surgió una intensa depresión cuyo análisis condujo al recuerdo de lo anteriormente relatado al verme yo obligado a copiar el desprecio paterno, rogándole que no me trajese más flores.

Freud concluirá señalando que no es casi necesario acentuar que el pequeño suceso infantil integra uno de los frecuentes casos de persistencia del primitivo erotismo anal en la vida erótica ulterior. El deseo de teñir de colores los huevos procede de la misma fuente.

Si esta viñeta retiene nuestro interés es debido a varios motivos. En primer lugar, se trata de la actuación del fantasma bajo transferencia. En efecto, vemos que el intenso afecto depresivo que aparece en el curso de la cura es debido al manejo que Freud hace de la transferencia. Freud aclara que le había rogado a la paciente que no le llevase más regalos (las flores). La explicación de la depresión nos muestra que la intervención fue recibida como una señal de desprecio.

En segundo lugar, la paciente evoca un recuerdo infantil (una manifestación del desprecio del lado del padre) que sitúa claramente el fantasma fundamental del sujeto al poner en escena el rasgo por el cual ella se identifica inconscientemente con su ser de mujer: "Ser una mujer es recibir dinero de un hombre".

En tercer lugar, se comprueba que la paciente íntimamente albergaba un goce ignorado por ella misma, goce que apuntaba al consentimiento de Freud de recibir flores. Pero, vemos también que no es su falta lo que ofrece al otro. Ella no se presentaba a Freud como pobre, si bien sabemos que ella era pobre ocasionalmente cuando se retrasaban los envíos de dinero de su marido, que no vivía en Viena, viéndose obligada a empeñar sus joyas. Si bien Freud le propone prestarle el dinero necesario en caso de que se volviera a repetir la situación. Ella no recurre jamás a esta posibilidad, es decir, no se ofrece como pobre, como estando en falta, sino como flor, como "falo de colores", siguiendo la homología con el objeto anal, como lo interpreta Freud. Lejos de estar animada por la fórmula que Lacan da del amor en el Seminario XX: "te pido que rehúses lo que te ofrezco porque no es eso", su posición afirma otra cosa: "Cómprame, con la moneda de tu amor, lo que te ofrezco porque es eso".

Este caso nos enseña que el afecto depresivo bajo transferencia dice que, por el rechazo, el Otro le hace falta. En efecto, el Otro no acepta o aprueba la satisfacción pulsional que ella quiere alojar en él. La depresión es el correlato del desbaratamiento del fantasma que la intervención de Freud introdujo logrando su elucidación. Es la satisfacción pulsional la que está en juego en la depresión en el curso del análisis, más allá de lo que habitualmente se suele señalar como caída de los ideales.

NOTAS

  1. Lacan, J., capítulo XX del Seminario 16, De un Otro al otro, Paidós, Buenos Aires, p. 285.
  2. Ibidem, p. 292-3.
  3. Ibidem, p. 293.
  4. "Angst vor Glasscherben und Splittetn" = Miedo a vidrios rotos y astillas

Artículo completo disponible en PUNTO DE FUGA – Revista digital de la Sección Clínica de Madrid, NUCEP
https://puntodefugarevista.com/del-trauma-al-drama/