Literatura

Crónicas del interior

Patricio Vargas

En su libro “Ficciones” (1941), dice Borges: “Esa trama de tiempos que se aproximan, se bifurcan, se cortan, o que secularmente se ignoran, abarca todas las posibilidades. No existimos en la mayoría de esos tiempos; en algunos existe usted; en otros, yo, no usted; en otros, los dos”.

“Crónicas del interior” (La Docta Ignorancia, 2020) está compuesto por una serie de relatos sensibles, cercanos, plagados de recuerdos y de ficciones, porque los recuerdos son también construcciones ficcionales, puentes entre la vivencia y la palabra, la nostalgia y el dejavu.

Patricio D. Vargas se lanza a una territorialidad fundada en historias mínimas, cotidianas, ancladas en la experiencia sensible.

“Igual, en el fondo de mí, se abrió una grieta por la que se asomó una impronta que luego tomaría forma en la vida...
Aprendí, sin saber, que la verdad es algo que por lo menos tiene que ser administrado, que no sirve igual en todas las circunstancias, que hay atenuantes y relativismos, que no se puede andar a los cuatro vientos malgastandola como una virtud personal sin tener en cuenta al prójimo...”

Cada crónica nos adentra a un interior vívido, cercano, que aproxima lo dramático a la comedia. Los juegos en la vereda, el sustraerse de la mirada de la abuela, las malas lenguas, las miradas incisivas detrás de la ventana, la vuelta por la plaza.
Cada relato está escrito es sepia, es muy fácil para el lector zambullirse en esas páginas, del color de las fotos polaroid, entre rojizas y amarillentas. Por momentos, creemos confundirnos – fundirnos con – esas vivencias.

“Crónicas del interior” es una invitación a la experiencia. Cada escena se hace rápidamente visible, palpable, se siente aquél olor peculiar a enciclopedia de tapa dura – siempre presente en las bibliotecas de nuestra infancia - a tierra mojada, a patinadas en el barro.

El autor nomina, inventa, aforiza con justeza nociones muy nítidas.

Lo cito: “La cuadra denomina una distancia y una cercanía afectiva. Los de la cuadra es la síntesis de ambas. Las cuadras siguientes a ambos lados, también seguían siendo “la cuadra”. Y se ampliaba el trayecto amistoso a “los de la vuelta”. Esa era toda una geografía sentimental amistosa…”

Metáforas virtuosas que iluminan lo sencillo, los múltiples mundos de la infancia.

El autor nos regala un pedazo de su vida.

“Los pasadizos secretos eran la salida al desierto que la siesta del pueblo imponía, por más que la ambigüedad entre libertad y peligro fuese inevitable en ese desliz silencioso a lugares muy particulares… podía pasar mucho tiempo en ese lugar, escondido en las alturas, bien adentro mío… En apariencia subía, escurridizo y me ausentaba a la nada”.

En suma, como lo dice Borges, no existimos en la mayoría de esos tiempos… pero nuestra memoria habita en todos ellos.

María Paula Giordanengo